Hace
un par de semanas apareció el resultado del SIMCE 2007, aplicado a los
estudiantes de 4º y 8º Básico, como siempre hubo más lamentaciones que festejos
y pudimos comprobar una vez más que los niveles de calidad de nuestra educación
pública están fatalmente estancados. Una interesante (y cruda) reflexión sobre
este tema nos ofreció José Joaquín Brunner
en una columna de opinión publicada el pasado 1 de junio en El Mercurio. El texto en comento dice así:
¿Inmovilismo del Simce o hipocresía colectiva?
Si no se han modificado seriamente los factores
que explican el bajo rendimiento del sistema escolar es irreal esperar que el
desempeño de los niños mejore año a año.
Los resultados
del Simce revelan más sobre la idiosincrasia de nuestra sociedad que sobre el
desempeño del sistema escolar. Muestran una escasa propensión a asumir
responsabilidades y una gran facilidad para exigirla de los demás.
El Gobierno
declara que los docentes menos competentes producen resultados inferiores; el
Colegio de Profesores reacciona indignado y culpa a las políticas
gubernamentales por el bajo desempeño escolar.
Los colegios de peor rendimiento
se justifican mostrando las precarias circunstancias familiares de los alumnos
que atienden. Y frente a dudas legítimas sobre la efectividad de la formación
inicial de los maestros, los responsables de impartir dicha formación alegan,
cómo no, insuficiencia de recursos y clausuran la discusión.
Todo esto en un clima
de expectativas en aumento, donde se da por supuesto que los puntajes Simce
deben exhibir un continuo y significativo incremento. Pero, ¿por qué? ¿Acaso
hemos modificado seriamente los factores que explican el bajo rendimiento de
nuestro sistema escolar? Veamos.
¿Se ha elevado sustancialmente el valor de la
subvención por alumno que todos admiten es absolutamente insuficiente? No.
¿Los
jóvenes que ingresan a estudiar pedagogía provienen ahora del quintil de más
altos puntajes en la PSU? No.
¿Se ha reducido el número de alumnos en las salas
de clases donde concurren los estudiantes más vulnerables? No.
¿Los profesores
que comienzan su carrera cuentan con tutores que los guían durante los primeros
años de su carrera? No.
¿Han aumentado drásticamente el estatus socioeconómico
y el prestigio de la profesión docente? No.
¿La capacitación de los profesores
en ejercicio se focaliza en las evaluaciones realizadas por los directores de
escuelas? No.
¿Se está haciendo un esfuerzo serio por mejorar las capacidades de
gestión pedagógica de los directivos escolares? No.
¿Se ha flexibilizado el
estatuto docente? No.
¿Se ha creado la nueva institucionalidad escolar acordada
por el Gobierno y los partidos representados en el Congreso? No.
¿Se ha
instalado una agencia de evaluación de la calidad conforme a las mejores
experiencias internacionales? No.
¿Se apoya de manera eficaz a las escuelas
crónicamente deficitarias? No.
¿Se han adoptado reglas para hacer más
transparente el sistema, reducir sus niveles de segmentación social y dar más
autonomía y responsabilidades a los colegios? No.
Entonces, ¿por qué esperamos
resultados distintos y superiores de los que el sistema produce si los factores
que los explican se mantienen invariables?
© El Mercurio S.A.P
Como
podemos apreciar, la lúcida reflexión de Brunner apunta directamente al meollo
del problema, que no es otra cosa que el inmovilismo endémico que tenemos en
educación.
prof. Benedicto González Vargas
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