En el mundo de la literatura la muerte es un fenómeno
relativo. Los personajes mueren por la mano de los autores, pero reviven
inmediatamente cuando un lector vuelve a dar inicio al libro.
En cuanto a los omnipotentes escritores, capaces de crear
mundos ficticios y de determinar quiénes viven y quiénes mueren en ellos, la
muerte es también un fenómeno pasajero. Todos sabemos la historia de Franz
Kafka, que murió y ordenó quemar sus obras, cosa que Max Brod, su amigo, ignoró
completamente y publicó las obras que convirtieron a Kafka en el gran escritor
que es. Vale decir, Kafka nació a la literatura después de su muerte física, lo
que ha pasado más de una vez.
Hace poco, en este mismo espacio, comenté que luego de 50 años
apareció un nuevo libro de Gabriela Mistral, Almácigo, con
105 poemas inéditos que la muestran en todo su esplendor creativo. La muerte,
que nunca ha podido con la inmortal Gabriela, perdió así otra gran batalla.
Durante la Feria Internacional del Libro de Santiago, que se efectuó en el
pasado mes de noviembre, uno de los libros nuevos más esperados era Antártico,
antología que recoge diez relatos inéditos de nuestro inmortal gigantón chilote
Francisco Coloane (1910 – 2002).
Coloane, cuya imponente estatura y contextura física provocaba
admiración, ejerció casi todos los oficios propios de la Patagonia chilena y
argentina: peón de estancia, arriero, buscador de petróleo, marino, pescador,
acumuló en su equipaje vital recuerdos y memorias suficientes para obtener de
allí la inspiración para sus notables obras.
A su muerte, este “gigante lleno de pelos”, como dijo una vez
Enrique Lafourcade, dejó montones de cuadernos con relatos completos e
inconclusos que hoy cuida su viuda, Eliana Rojas, quien ha sido pieza
fundamental en la selección de las obras que constituyen el nuevo libro de su
esposo.
En Antártico volvemos a encontrar al Coloane telúrico,
profundo conocedor de los ambientes y personajes que describe y, sospechamos,
protagonista o testigo de varios de los relatos. El libro reúne diez textos
escritos entre 1938 y 2000, en esta ocasión, como en otras en su literatura, se
detiene a relatarnos las brutales matanzas obreras ocurridas tanto en la
Patagonia argentina como en la chilena entre las décadas del 10 y el 20 del
siglo pasado.
Los relatos realzan la figura del chilote que navegó y se
afincó por esas tierras cuando pocos se atrevían a instalarse allí, pero también
nos habla de las razas originarias de la Tierra del Fuego y de esos mágicos
parajes al sur del sur como los tilda Alejandro
Lavquén en una nota reciente comentando también este libro.
Para los muchos seguidores de Coloane, tanto en Chile, como en
América y Europa, este libro será una delicia y la reconfortante comprensión de
que, como otros grandes, Coloane no ha muerto y cada cierto tiempo podremos
volver a él en sus relatos clásicos o en nuevas joyas como ésta que hoy
comento.
prof. Benedicto González Vargas
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