domingo, 22 de julio de 2012

En recuerdo de Miguel Arteche

El 4 de junio de 1926 había nacido en la sureña, fría y lluviosa ciudad de Nueva Imperial, en la provincia de Cautín, Región de la Araucanía chilena, uno de los más talentosos poetas chilenos de los últimos años: Miguel Arteche Salinas, quien hoy tomó el rumbo del viaje misterioso al que conduce la muerte. Interesado desde niño por la cultura y el humanismo (se encerraba largas horas a leer en la biblioteca privada de su tío, el cura Gonzalo Arteche), estudia Derecho en la Universidad de Chile, aunque no llega a titularse, y Literatura Española en la Universidad de Madrid. De la tierra hispana, raíz ancestral de sus genes, se trae no solo el conocimiento académico de las letras ibéricas, sino que también el amor, pues allá contrae matrimonio con Ximena Garcés, su compañera de siempre, madre de sus siete hijos.


Tal vez, el hecho más notable de la infancia de Miguel Arteche es la presencia y figura de su tío sacerdote, quien, en parte,  asume la imagen del padre tempranamente fallecido. Su gusto por la literatura española, especialmente por la del Siglo de Oro, van forjando en el joven la inquietud y el talento que aflorarían en 1943, cuando empieza a escribir "en serio", y se verían confirmadas en 1947, cuando aparece La invitación al olvido, su primer libro de poemas, libro bello, marcado por la riqueza verde de la tierra araucana, por esa naturaleza tan forjadora de caracteres profundos, por esa frontera en que se empiezan a fusionar geográficamente  las dos patrias, la chilena y la mapuche. Este libro, catalogado por muchos investigadores, como Andrés Morales, por ejemplo, como "uno de los más hermosos primeros libros de la poesía chilena", es una obra que no debiera dejar de conocerse, releerse y comentarse. Otros de sus libros memorables son: Oda fúnebre (1948), Una nube (1949), El sur dormido (1950), Cantata del desterrado (1951), Destierros y tinieblas  (1963), Fénix de madrugada (1975), Noches  (1976), Mapas del otro mundo (1977), Las naranjas del silencio (1984) y Jardín de relojes (2002), entre otros.

Escritor combativo, fue una de las voces críticas del gobierno de Augusto Pinochet y no tuvo pudores para negarse a firmar el acta del Premio Nacional obtenido por Raúl Zurita (muy cuestionado en su oportunidad), para criticar el alcanzado por Volodia Teitelboim o para enfrascarse en dudar de la validez poética de la antipoesía de Nicanor Parra. Integró la Academia Chilena de la Lengua en 1983 y en 1996 le fue concedido el Premio Nacional de Literatura, galardón que le había sido esquivo, pero que merecía largamente.

Hoy ha partido, una insuficiencia respiratoria nos ha quitado a un actor cultural de primera importancia, pero su obra y figura lo siguen situando como un grande nuestras letras.

Benedicto González Vargas

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