Cada cierto tiempo, una vez iniciado el año escolar –y mientras aún
disfrutan de algo de tiempo– recibimos en el colegio la visita de ex
estudiantes que generalmente, comentan que el ritmo de estudio, las
cantidades de trabajos, lecturas, evaluaciones y otras obligaciones los
mantienen agobiados y cansados y que lo único que pueden hacer para
salir adelante es concentrarse y trabajar al máximo. No son pocos los
que agregan comentarios similares a uno que me dijo un exalumno el otro
día: “la verdad es que nunca creíamos a los profesores que nos
decían cómo eran las cosas, pensábamos que exageraban porque les
convenía asustarnos”.
Sin embargo la realidad es así, la exigencia académica y
el ritmo de trabajo de las instituciones de educación superior dista
mucho de la que tenemos en las escuelas. Solo un par de ejemplos: En
todos los colegios las reglas permiten solo hasta un máximo de dos
pruebas (controles, examinaciones) por día. En la educación superior
puede haber más. Por otra parte, las lecturas en los colegios son
reducidas en cantidad y amplias en tiempo para realizarlas. En la
educación superior, muchos ya se han dado cuenta que deben leer
paralelamente para varias asignaturas a la vez y con plazos bastante más
reducidos.
Y es aquí donde nos sorprenden, muchas veces, los resultados de
los estudiantes. Hay algunos que habían evidenciado menos talentos (por
así decirlo) en la escuela y tienen un sorprendente buen resultado en la
educación terciaria. Por el contrario, estudiantes aventajados que
muchas veces solo necesitaban poner atención a la clase o leer una vez
sus apuntes o libro de texto y que alcanzaban las mayores
calificaciones, se debaten luego en resultados inciertos y aprobando
apenas las cátedras. ¿Por qué ocurre esto?
Si le creemos al psicólogo Julio González Pineda, académico de
la Universidad de Oviedo y autor de un reciente estudio sobre el tema, “a partir de la adolescencia la disciplina es determinante en el éxito de un alumno” y agrega: “Sin esfuerzo no podrán conseguir nada, por mucha inteligencia que tengan”.
Eso es exactamente lo que ocurre, muchas veces los alumnos más
talentosos de la escuela, debido a que el nivel de exigencia tiene a
igualarse con el nivel académico de los estudiantes y ellos tienen menor
exigencia de la que merecen, van trabajando con menos esfuerzo ya que
igualmente consiguen altos resultados, pero se va incubando en ellos una
nefasta costumbre que les pasara la cuenta en la educación superior, al
menos hasta que entiendan que aquel nivel de esfuerzo –mínimo para
ellos- que era suficiente en el colegio para lograr un muy buen
rendimiento, ya no les alcanza, y por ello deben esforzarse más. Por el
contrario, a quienes les costaba el colegio, con algunas asignaturas,
incluso, que no eran de su agrado (o que no les encontraban sentido
práctico) pero que se esforzaban muchísimo para lograr a veces
resultados solo mediocres, cuando llegan a la educación superior y están
cursando una carrera de su agrado, el “entrenamiento” de esfuerzo que
ya han tenido, les ha desarrollado un hábito crucial para el éxito: la
disciplina de estudio.
Otro factor o menor es la nula o bajísima intromisión de los
padres en los estudios de sus hijos, lo que me parece un error,
pareciera que muchos piensan que junto con cumplir los 18 años o
ingresar a una institución de educación superior ya no requieren de la
supervisión paterna (puedo entenderlo, aunque no justificarlo en casos
en que los padres no alcanzaron ese nivel de estudios y se sienten por
lo tantos inhibidos para supervisar). Creo firmemente que, mientras
estén bajo la dependencia de los padres, los jóvenes, sin límite de
edad, deben contar con la sana supervisión paterna, los padres deben
esforzarse por generar un clima de disciplina que permita a los jóvenes
ordenarse y organizarse con los tiempos de estudio y la diversión, para
que vayan adquiriendo y desarrollando hábitos de esfuerzo académico que
ayuden a los estudiantes a establecer escalas de prioridades y
responsabilidad que los lleven al éxito y no al fracaso académico. Como
digo a algunos de mis alumnos o a los padres que me lo preguntan: No se
trata de equilibrar entre estudios y carrete, se trata de darle tiempo a
ambos, pero con prioridad y mayor tiempo para los estudios.
La
autoestima, por cierto, también juega un papel importante, pero ella
responde a un círculo virtuoso o vicioso, según sea el caso: esfuerzo +
resultados positivos = autoestima alta o bien. Menor esfuerzo +
Resultados negativos o mediocres = autoestima baja.
Para poder desarrollar esos esfuerzos necesarios es fundamental
la autodisciplina, ese impulso vital que hace que las personas
desarrollen aquellas actividades que deben hacer en el momento oportuno,
con absoluta prescindencia del estado emocional. O dicho de otro modo:
“hacer lo que corresponde hacer, aunque no quiera hacerlo”. Según muchos
autores, la autodisciplina se va fortaleciendo de manera similar a cómo
se hace con los músculos. Se debe fortalecerla sin recargarla y, a
medida que se van alcanzando las metas factibles trazadas, se va
incrementando el esfuerzo y la meta planificada.
1. Fortalecerla y convertirla en un hábito no solo servirá para mejorar
nuestros resultados académicos, sino cualquier cosa que queramos en
nuestra vida y
2. En la medida en que nos esforzamos en hacer mejor
las cosas, con el paso del tiempo y la ejercitación permanente, nos va
resultando más fácil lo que antes era más difícil.
Es importante señalar dos cosas más respecto de la autodisciplina:
Es importante tener en cuenta que desde la educación superior (y
luego en el trabajo, en la economía personal, etc.), que solo el
esfuerzo personal vale para el éxito. Ya no habrá profesores que hagan
repasos para la prueba. Ya no habrá apoderados justificando lo que no
pudimos hacer. Ya no habrá compañeros de grupo que no “hicieron su
parte”. Esas situaciones ya caducaron, tuvieron su fecha de vencimiento y
ya no podremos contar con ellas en nuestro beneficio.
Me interesa siempre que mis estudiantes aprendan esto. Me parece
que casi nunca consigo transmitirlo con nitidez, ya que algunos de mis
estudiantes adolescentes de Enseñanza Media, más de los que yo quisiera,
siguen comportándose como si la responsabilidad habitara en la ciudad
vecina y solo consigo de ellos, tras abandonar la educación media e
ingresar a la educación superior, expresiones del tipo: “puchas, profe,
tenía razón, ojalá le hubiera hecho caso antes”, lo que no alcanza, ni
de lejos, para sentirse satisfecho como docente, al menos no en lo que a
este aspecto de la Orientación se refiere.
prof. Benedicto González Vargas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Estimado visitante, gracias por detenerte a leer y comentar, en cuanto pueda leeré tu comentario y te responderé.