Releer Pantaleón y las visitadoras, de
Mario Vargas Llosa, resulta siempre muy entretenido. La forma en que el
escritor peruano nos retrata los acontecimientos ocurridos en la
Amazonia revela siempre su estilo inconfundible y esa cuota de humor e
ironía que se aprecia en cada página.
Sin embargo, cuando uno relee una obra, muchas veces es capaz de
percibir detalles que en una primera lectura pasaron inadvertidos. Leí
esta obra por primera vez cuando tenía unos veinte años, en medio del
apuro de los compromisos académicos de cualquier estudiante de
literatura y en medio de otras lecturas relativas a Lingüística, Latín,
Pedagogía y a otras literaturas (universal, chilena, española, etc.). De
manera tal que por supuesto seme pasaron por alto algunos detalles que
con el tiempo he podido aquilatar mejor.
En primer término he de consignar que el retrato del capitán
Pantaleón Pantoja nos muestra a este personaje en toda su profundidad
humana y psicológica. Oficial plenamente entregado al cumplimiento de su
deber, no escatima esfuerzos por cumplir sus misiones con excelencia y
sacrificio; aunque sea la descabellada orden de generar un servicio
permanente de prostitutas (visitadoras) que atiendan a los regimientos
amazónicos del Ejército y la Armada. Más allá de sus propias
convicciones morales, Pantoja se ve involucrado en un ambiente al que no
pertenece pero que, sin embargo, va conociendo y valorando cada día
más. De una inicial distancia con sus ayudantes en la tarea y,
especialmente, con las trabajadoras sexuales, va avanzando hasta hacer
un “examen” personal de cada una de ellas para comprobar que tan bien
pueden hacer su labor. De allí a enamorarse de una de ellas, un solo
paso, ya que la brasileña viene a ser la perfecta mezcla entre belleza,
inteligencia y pasión y muy pronto tiene al correcto capitán Pantoja a
su entera disposición.
Por otra parte, la vida familiar de Pantoja se reciente. Sus llegadas
de madrugada, la embriaguez con que se presenta a veces en su casa, su
inagotable apetito sexual, son costumbres nuevas que para su tradicional
esposa no pasan desapercibidas y la confunden y preocupan. El aviso de
su embarazo viene a significar una suerte de pausa en sus inquietudes,
ya que se empieza a preocupar más de su estado y con ello Pantoja queda
también más libre para su trabajo.
Los otros personajes de la novela son también notables: El Sinchi y
su filosa lengua que puede adaptar su discurso por unas monedas. El
tigre Collazos y su disparatado pero práctico plan. La negativa
moralista del General Roger Scavino y el horror algo interesado del
capellán Godofredo Beltrán ante el funcionamiento del servicio sexual,
otorgan a la novela un marco de verosimilitud que se aprecia y agradece.
Esto fue lo que pude ver en la primera lectura. Pero casi treinta
años después me encuentro con que había mucho más: una descarnada
crítica a la doble moral de la época en instituciones tan importantes
como las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica, el propio gobierno y el
rol de la prensa. Una velada alusión al desorden institucional del
ejército peruano ya que el servicio creado por Pantoja funciona mejor
que cualquier otra repartición castrence.y, sobre todo, el rol de la
mujer en la novela.
A este respecto, se nos presentan tres tipos femeninos. La madre, la
esposa y la prostituta, constituida luego ésta en amante. Si la madre
tiene la función de cuidar a su hijo siempre y perdonarle todos sus
errores; la mujer no pasa de ser quien cuida el hogar, que es sumisa y
confiada, bastante aburrida a decir verdad y cuya dignidad tiene directa
relación con lo que opina de ella la sociedad. Finalmente, la
amante-prostituta es quien escucha, comprende y entrega todo el
desenfreno sexual que la esposa, en el sagrado lecho matrimonial no
brinda.
Novela interesante, entretenida, con rasgos psicológicos y tintes de
humor absurdo que, sin embargo, nos propone una mirada profunda,
decidora, inquisitiva y crítica de una sociedad que puede ser cualquiera
de las que afloran en nuestra América Latina.
Prof. Benedicto González Vargas
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