viernes, 26 de agosto de 2016

Madame Bovary, de Gustave Flaubert

Leí por primera vez esta novela hace más de treinta años, cuando recién me asomaba a los primeros semestres de universidad y en medio de los apuros de tanta lectura simultánea. La encontré interesante, pero no la dimensioné como ahora, que acabo de releerla y disfrutarla, que acabo de asombrarme con la maestría absoluta de un narrador de fuste que saca provecho incluso de una ínfima descripción.


La novela, que causó escándalo tras su publicación a mediados del siglo XIX y tuvo a su autor bastante complicado, pues fue denunciado a los tribunales por hacer apología del adulterio, es la historia extraordinaria de unos seres mediocres que viven en una pequeña localidad rural de la campiña francesa. Los acontecimientos, ambientados en los pueblos de Tostes y Yonville y en la ciudad de Rouen, nos cuenta la historia de Emma Bovary, una mujer de grandes aspiraciones sentimentales y sociales que, sin embargo, casó con un marido poco romántico, profesionalmente mediocre y de escasa capacidad para entender el arte o mantener una conversación de interés. En efecto, Charles Bovary, médico de profesión, no pasa de ser un hombre común y corriente, desprovisto de talento, roce social, ambiciones y dinero, aunque que vive amando a su esposa, pero que nunca en su vida logró hacerla feliz, ni siquiera comprender el alma romántica de Emma. Ella, por su parte, cuando decide aceptarse como una de esas heroínas de novelas románticas (que tanto le gustaba leer), da rienda suelta a sus pasiones y con dos amantes terminará engañando a Charles que solo vino a enterarse de ello cuando los duros acontecimientos que relata la novela ya habían convertido en tragedia su amor por Emma.

La protagonista, sin embargo, es un verdadero ángel caído, pudo ser un espíritu sublime, frágil habitante de las alturas del buen gusto, la refinación y la cultura y termina siendo una libertina, casi promiscua,que dejó que su vida fuera gobernada por pasiones e instintos que la llevaron a un derrumbe de todo lo que la sociedad de la época tenía por honesto y moral. Su tragedia final, será, tal vez, el castigo merecido por desafiar las buenas costumbres y, en cierto modo, el único consuelo para su ya destruida existencia.

Mención aparte merecen los amantes de Emma, Rodolphe y León. El primero, hombre de mundo, licencioso, adinerado y conquistador, no tarda mucho en captar las necesidades sentimentales y sensuales de Emma para así vivir con ella un secreto, tórrido y extenso romance . El segundo (aunque, en realidad fue su primera pasión), un joven notario mucho menor que Emma, mediocre y pusilánime, compartió con ella un departamento que alquilaban en un hotel una vez por semana, donde desataban toda su pasión más carnal que espiritual que no hizo nada por ayudarla cuando ella lo necesitó

El panorama se completa con Homais, un farmacéutico arribista que se tiene el mismo en alta estima, de gran sagacidad para estar ubicado siempre al alero de los poderosos, bien informado como para tener siempre una opinión políticamente correcta, aunque nunca fuera suya y con toda una acitud de honestidad, responsabilidad y transparencia que lo elevaron, al final de la obra, a las alturas sociales que siempre quiso tener. Su doble discurso, su esencial estupidez y su talento adulador, están magistralmente bien retratados.

Por supuesto que hay más personajes que complementan la variopinta fauna humana de esta novela. Desde el eminente y austero médico que resuelve los entuertos profesionales de Charles, hasta el oscuro prestamista y comerciante que arruinará a Emma. Desde el marqués que vive en la opulencia y buen gusto, hasta el miserable ciego que pide limosna en la carretera. Cada personaje aporta un nuevo color y un nuevo matiz a una obra que trasunta tan bien la sociedad de la época, pero que, de manera notable, anticipa en 150 años nuestra sociedad actual, con todo su consumismo, hedonismo, egoísmo y vanidad.

Novela magnífica que inauguró  una nueva forma de hacer literatura. Los casi imperceptibles cambios de focalización del narrador, que no se permite dar nunca opinión sobre los acontecimientos que narra, pero que permanentemente transmite con intesidad única, los sentimientos y pensamientos de los personajes. Esta novedad estilística, desconocida a mediados del siglo XIX fue, tal vez, el detonante de la acción judicial que tuvo que enfrentar Flaubert, ya que los manuales literarios no conocían esta forma de narrar tan despersonalizada y tan centrada en el personaje. Tanto es así, que los acusadores de la época señalaban que lo que se sostenía eran las opiniones de Flaubert, cuando el escritor,  solo se limitó a enfrentar a los lectores con las opiniones de sus personajes, sin manifestarse favorable o contrario y en una historia tan sórdida como la de Madame Bovary, era garantía casi segura de que Flaubert sería acusado por la aparente inmoralidad de su narrador. ¿Quién podía distinguír bien, entonces, entre autor y narrador?

Novela notable, que se termina de leer con una sensación de pérdida que provoca, muchas veces, que los lectores se queden con el libro entre las manos, porque ha sido forzoso salir de esas páginas que no leímos, sino que habitamos.

Para leer una versión digital de esta novela, pinche acá

prof. Benedicto González Vargas

2 comentarios:

  1. Verónica Mac-Vicar Munita, dice:

    Excelente referencia, Benedicto. El comentario de la representativa novela de Flaubert es agudo, certero y estimulante. Felicitaciones por tu blog.

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  2. Gracias, Verónica, por tus amables palabras. me alegro que te haya gustado.

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