Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, en el Libro del Buen Amor, nos contó esta divertida e interesante historia de una disputa entre griegos y romanos. Es tan cierta la situación, tan permanente en la historia de la humanidad y contada con tanto humor por el destacado escritor español, que no he resistido la tentación de desempolvarla, aunque en una versión en prosa y con un lenguaje un poco más moderno (1), porque habrá pasado casi 700 años desde que fue escrita, pero sigue tan vigente como el primer día:
"Entiende bien mis dichos y piensa la sentencia, no me pase contigo como al doctor de Grecia, con el rival romano y su poca sapiencia, cuando demandó Roma a Grecia su ciencia.
Sucedió una vez que los romanos, que carecían de leyes para su gobierno, fueron a pedirlas a los griegos, que sí las tenían. Estos les respondieron que no merecían poseerlas, ni las podrían entender, puesto que su saber era tan escaso. Pero que si insistían en conocer y usar estas leyes, antes les convendría disputar con sus sabios, para ver si las entendían y merecían llevarlas. Dieron como excusa esta gentil respuesta.
Respondieron los romanos que aceptaban de buen grado y firmaron un convenio para la controversia. Como no entendían sus respectivos lenguajes, se acordó que disputasen por señas y fijaron públicamente un día para su realización.
Los romanos quedaron muy preocupados, sin saber qué hacer, porque no eran letrados y temían el vasto saber de los doctores griegos. Así cavilaban cuando un ciudadano dijo que eligieran un rústico y que hiciera con la mano las señas que Dios le diese a entender: fue un sano consejo.
Buscaron un rústico muy astuto y le dijeron: "Tenemos un convenio con los griegos para disputar por señas: pide lo que quieras y te lo daremos, socórrenos en esta lid".
Lo vistieron con muy ricos paños de gran valor, como si fuera doctor en filosofía. Subió a una alta cátedra y dijo con fanfarronería: "De hoy en más vengan los griegos con toda su porfía". Llegó allí un griego, doctor sobresaliente, alabado y escogido entre todos los griegos. Subió a otra cátedra, ante todo el pueblo reunido. Comenzaron sus señas como se había acordado.
Levantóse el griego, sosegado, con calma, y mostró sólo un dedo, el que está cerca del pulgar; luego se sentó en su mismo sitio. Levantóse el rústico, bravucón y con malas pulgas, mostró tres dedos tendidos hacia el griego, el pulgar y otros dos retenidos en forma de arpón y los otros encogidos. Se sentó el necio, mirando sus vestiduras.
Levantóse el griego, tendió la palma llana y se sentó luego plácidamente. Levantóse el rústico con su vana fantasía y con porfía mostró el puño cerrado.
A todos los de Grecia dijo el sabio: los romanos merecen las leyes, no se las niego. Levantáronse todos en sosiego y paz. Gran honra proporcionó a Roma el rústico villano.
Preguntaron al griego que fue lo que dijera por señas al romano y qué le respondió éste. Dijo: "Yo dije que hay un DIos, el romano dijo que era uno en tres personas e hizo tal seña. Yo dije que todo estaba bajo su voluntad. Respondió que en su poder estábamos, y dijo verdad. Cuando vi que entendían y creían en la Trinidad, comprendí que merecían leyes certeras".
Preguntaron al rústico cuáles habían sido sus ocurrencias: "Me dijo que con un dedo me quebraría el ojo: tuve gran pesar e ira. Le respondí con saña, con cólera y con indignación que yo le quebraría, ante toda la gente, los ojos con dos dedos y los dientes con el pulgar. Me dijo después que de esto que le prestara atención, que me daría tal palmada que los oídos me vibrarían. Yo le respondí que le daría tal puñetazo que en toda su vida no llegaría a vengarse. Cuando vio la pelea tan despareja dejó de amenazar a quien no le temía".
Por eso dice la fábula de la sabia vieja: "No hay mala palabra si no es tomada a mal. Verá que es bien dicha si fue bien entendida".
De seguro que Uds., igual que yo lo hiciera,
habrán disfrutado de esta historia divertida
y, tal vez, hayan tratado de reproducir
con alguna de sus manos
los gestos que hicieran el griego y el romano
para así mejor advertir
y de la forma más entendida
esta antigua historia que tan moderna pareciera.
prof. Benedicto González Vargas
Nota:
(1) El original está en versos y en español medieval.
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