Nacida en 1899 en la ciudad de Iquique, con el nombre de Ercilia Brito Letelier, nuestra autora supo abrirse paso en el difícil mundo literario (dominado por hombres, casi todos del centro sur, con una estética costumbrista y agraria), bajo el pseudónimo de María Monvel. Nuestra autora, un poco olvidada actualmente, fue considerada uno de los mayores talentos latinoamericanos de principios del siglo XX, superior, incluso a Gabriela Mistral -que estaba recién dándose a conocer- y a la misma altura de Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou.
Sus primeras obras empezaron a aparecer en revistas y folletines de su provincia en 1917, y fue incluida en la antología más importante de la época: Selva lírica, que apareció en 1912. Aunque, si la buscan en dicha obra, deben hacerlo por su nombre real, ya que allí no utilizó su pseudónimo.
Ya en su adolescencia se radicó en Santiago y fue directora de la revista Para Todos. Por aquellos años se dedicó, además, a traducir algunas obras de Johan Wolfgang Göethe y de William Shakespeare, dos enormes figuras de la literatura universal.
Desaparecida tempranamente, en plenitud de su producción literaria y belleza, a la temprana edad de 37 años, el 25 de septiembre de 1936, María Monvel dejó una breve, pero fecunda obra literaria en los siguientes libros:
Remansos del ensueño, (Universitaria, 1918)
Fue así (Nascimento, 1922)
El marido gringo (Salas & Cía., 1926)
Poesías (editado en Barcelona, España)
Sus mejores poemas (Nascimento, 1934)
Últimos poemas (póstumo, Nascimento, 1937)
Gabriela Mistral, admiradora de la obra de María Monvel dijo de ella, mientras estaba en vida: "La mejor poetisa de Chile, pero más que eso, una de las grandes poetisas de América".
Eduardo Barrios, otro grande la literatura chilena, refiriéndose a su libro póstumo, dijo: "Estaba ya enferma cuando escribió estos versos, seguramente. Hay en todos ellos un mirarse y revisarse (...) Luego en todo se confirma el crepúsculo del alma disponiéndose a marchar. En las formas, hay una vuelta a lo clásico, al deseo de perdurar en sencillez, en melodía de significado y vehículo puros."
María Monvel Para conocer un poco de su obra, dejo acá dos muestras de sus poemas y arriba, en su bibliografía, está el enlace a Memoria Chilena, donde se puede leer completo el libro referido.
Es que yo era la luna
Es que yo era la luna
y es que tú eras el sol.
Cuando resplandecías
blanca brillaba yo.
Me miraban diciendo:
"¡qué dulce resplandor!"
y bajo mis destellos
de clara respiración
se amaban los amantes
con más ardiente amor.
Es que yo era la luna
y es que tú eras el sol.
Las gentes lo ignoraban
y lo ignoraba yo.
¡Yo creía que mío
era todo el fulgor!
Pero un día en el cielo
el sol apagó Dios.
No brilló más la luna
ni nunca más bañó
rostros de amantes pálidos
con pálido fulgor.
Como apagada escoria
en las nubes quedó
y supo ¡oh desencanto!
que no era un resplandor,
sino un reflejo pálido
que le mandaba el sol.
Tú eras el sol, mi vida,
y la luna era yo.
En el frío de tu sonrisa
En el frío de tu sonrisa
no quedaba ya resplandor ...
pero aun la carne se me eriza
cuando pienso en aquel amor !.
Veinte años apenas los míos.
¡Pudiste haberme dado el ser!
Tú eras crepúsculo sombrío
y yo era un claro amanecer!.
En ti no había ya memoria
de la pasada juventud.
Tu último sueño era la gloria
para después del ataúd.
La nieve a blanquear comenzaba
en tu sien. ¿Por eso te amé? ...
y en una larga arruga surcaba
las frías manos que adoré.
Llegué yo - mariposa loca-
¿ Qué había en ti, qué había en ti
que se prendieron en tu boca
mis labios frescos de rubí?.
¿Con quién hiciste pacto, viejo,
que te adoró mi juventud
y aun te añoro, con un dejo
de inmensa y triste laxitud?.
Con quién hiciste pacto, para
que nunca te olvidara bien
y aún soñara, aun soñara
en tu infierno, desde mi edén?
Tú no eres nada. Eres el recuerdo,
él es el que no muere en mí
y es cuando en mí misma me pierdo
cuando estoy más cerca de ti!.
Cerda de las dos manos finas
que el trabajo ni el sol, doró
y que llenaron de espinas
el inocente corazón ...
Tú no me importas. Te halo viejo.
Te vi hoy pasar y me reí.
¡Ni una huella queda, ni un dejo
del amor porque padecí!.
Pero el Chopin que amabas tanto,
culpable de esta evocación,
hoy me tiene ciega de llanto
viviendo la misma pasión.
¡Cómo odio con amor inmenso
el recuerdo que vive en mí,
y sobre todo cuando pienso
en la juventud que te dí!.
Vale la pena recordar el talento y fineza con que construyó su obra literaria.
prof. Benedicto González Vargas
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