En plena noche de la Vigilia de Resurrección, en un templo bizantino, durante la época del Imperio y luego que el sacerdote ha pedido que salgan de la iglesia las mujeres, los niños, los enfermos y quienes se encuentren en estado "impuro de corazón", los fieles que quedan en la Iglesia asisten a un terrible prodigio: Los íconos pintados en las paredes y retablos empiezan a descender y tomar forma humana. El drama adquiere vitalidad.
En plena noche de la Resurrección, pero en la Palestina del siglo I, los apóstoles se encuentran reunidos y temerosos de su suerte luego de la crucifixión de su Maestro, todos comentan el trágico fin de Jesús. Sólo Magdalena mantiene viva la llama de la esperanza. María, la madre de Jesús, se conduele de que su hijo no haya podido tener una vida humana común y acceder a los goces que los mortales tienen. Algunos apóstoles escépticos y otros con una vaga esperanza en no saben qué.
De pronto, Magdalena que ha salido al sepulcro, llega con la noticia de que el Maestro ha resucitado. Los apóstoles lo consideran solo un rumor. De pronto, el propio Jesús ingresa a la habitación donde se encuentran. Habla a Pedro de su traición, a Tomás de su incredulidad, a Santiago, de su temperamento y a cada uno le va dando una misión para expandir el mensaje. Cada una más terrible que la anterior. Los asombrados discípulos no creen ser capaces de cumplirlas, pero Jesús los conmina estentóreo: "¡Nadie se ha de librar de mi amor! ¡Y yo no pregunto la opinión de los
hombres! ¡Fuerza, tú, mi fiel ayudante, levántate! He aquí las almas que no pueden
negarse: ¡ golpéalas! ·
"Me habéis de seguir todos, temblando y gimiendo: 'Rabí, ¡no quiero!'; pero
como un águila tengo en mis garras vuestros cráneos.
"Os traigo la paz, pero sus albísimos pies están sumidos en sangre hasta las
tibias. Os traigo amor, pero para que os lo ciñáis a modo de espada".
Mención aparte es la terrible misión que impone a Judas. Iscariote se encuentra allí, con los otros que recelan de él. Ruega a su Maestro que le imponga una misión que restablezca su honra, pero Jesús no se deja convencer. Compasivo, pero firme, le responde: "Apóstol mío, a ti te esperaba toda la noche, lamentándome en el Monte de
los Olivos. Mis más fieles compañeros, vencidos por el sueño, me traicionaron.
Sólo tú pensabas en mí en la oscuridad y, en vigilia, trabajabas junto a mí, sin saberlo,
y luchabas- ¡y luchábamos también los dos por salvar al mundo!". Cristo, incluso, le pide perdón a Judas por imponerle la más dura tarea: "Perdóname, Judas. Yo coloqué en tus hombros la más pesada cruz, que ni
yo, hermano mío, la hubiera querido, la hubiera podido levantar". Sigue, el Maestro, con una tristeza insondable: "Impongo, Judas, mis manos sobre tu amplia frente. Con cuanta paciencia y fortaleza
puedas ármate, Apóstol desdichado. ¡Traidor! te gritarán las almas por los siglos ... " Al final, Judas acepta, comprende y se somete, su misión terrible exige el amor más grande: "Que sea bendecida tu mano que me
entrega un combate tan sangriento, Cristo mío. Sí. Ahora siento que me amas y que
me llamas. Estoy listo. Beso tus manos".
Obra poderosa, terrible, dolorosa. La misión de Jesús trae la marca de la sangre y la palma del martirio para sus seguidores, que no pueden evitarlo. Deberán abandonar la comodidad de sus hogares, el amor de sus esposas, la dulzura de sus hijos. Nada será igual que antes.
Obra bella, de difícil lectura, a ratos en su lenguaje cuidado y grandilocuente. Choca de frente con muchas creencias asentadas en el cristianismo tradicional. Es literatura, no lo olvidemos. Hay tintes del pensamiento gnóstico que cruzan entre las ideas y los diálogos, hay embriones temáticos que se desarrollarán mas tarde en la famosa novela La última tentación de Cristo. Este Jesús es impresionante, demandante, sobrecogedor, pero muy consciente de ser actor principal de una tragedia que no concluye con su vida, sino que se proyecta, oscura y dolorosa, a sus seguidores.
Notable, única.
prof. Benedicto Gonzalez Vargas
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