Se conocieron
por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro brutal de Neanderthal: gran
cabeza, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo
que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga
prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba los
mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía
tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un
amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de
los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los
abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad
del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos
las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual,
similar aunque enriquecida por historias y percepciones diferentes. Durante
meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibilidad de encontrarse
en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un
galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió
encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con
su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le
narraba con gracia los pormenores de su agitada vida social, burlándose
agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones de sus giras
por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso
encontrarse en el mundo real. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que
suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.
habla un poco de la verdad
ResponderEliminarTienes razón, suele ser así, la gente no dice toda la verdad en redes sociales.
ResponderEliminarGracias por comentar.
prof. Benedicto