... A Ángel Cruchaga Santa María a menudo se lo ha
definido, no sin razón, como un poeta místico, religioso y solitario, pues su
poesía, en múltiples ocasiones, no solamente arrancó de temas bíblicos, sino
que además irradia una espiritualidad rara y conmovedora. Poeta de alma elevada
y profunda que quiso alzar su poesía más allá de las cumbres. Nacido en
Santiago el 23 de marzo de 1893, en el seno de una familia de ascendencia
vasca, cursó sus estudios en los Padres Franceses, aunque sólo llegó hasta el
cuarto año de humanidades. Luego, para mantenerse, se desempeñó en funciones administrativas
en empresas estatales y en un banco privado. Al final de sus días, fue director
del centro Cultural de Ñuñoa, cargo que desempeñó hasta su muerte. Publicó sus
primeros poemas en las revistas "Musa Joven" y "Azul",
donde compartía páginas con su primo Juan Guzmán Cruchaga, con Vicente Huidobro
y con Pedro Prado.
En 1915 publicó su primer libro Las manos juntas, dedicado a
una hermosa joven de su barrio a la que amaba secretamente y que murió a la
edad de 15 años. En 1920 publica La selva prometida y en 1922, Job, una de sus
obras cumbres:
"Santo del muladar, terrible santo tu
alarido de piedra hacia el Eterno es una torre trémula de espanto ¡Con su
silicio se aromó el infierno! (...) Oh, milenario surco del tormento tu voz se
alzó como una espina terca hacia la amarga luz del firmamento ¡Nadie estará de
Dios nunca más cerca! (...) ¡Santo del muladar, lepra que canta hacia los
siglos como un bosque eterno! Fue toda melodía tu garganta ¿Aún la escucha
Luzbel en el infierno?"
Al leer estos versos es imposible no
conmoverse ante la patética tragedia bíblica, los desgarradores lamentos de
Job, hombre justo al que Satanás, en acuerdo con el Creador, sometió a todo tipo de dolorosas pruebas,
alcanzan en la voz de Cruchaga Santa María una intensidad sólo posible en
espíritus tan místicos como el suyo.
En otro de sus libros, La ciudad
invisible (1928), encontramos uno de los poemas más hermosos de este
insigne creador, siempre enmarcado en el dolor y la tristeza, pero pleno de
belleza y poesía, en "El amor junto al mar", leemos: "En mi silencio azul lleno de barcos sólo
tu rostro vive. En el mar de la tarde el día duerme. Eres más bella cuando
estoy más triste En mi desgracia largamente vivo Soy en el amor tan declarado
como los continentes sumergidos" Jorge Luis Borges, el notable
escritor argentino de alma enamorada, recitaba estos versos de memoria.
Su
palabra fue siempre clara, transparente. Más que hermético, como han dicho
algunos críticos, fue íntimo y espiritual, con profundos acentos religiosos: "Tierra clara y sonora de los bosques
profundos, sombra de Jesucristo desde el cielo tendida, suaviza tus montañas y
tus mares jocundos, de las estrellas viene Jesús sobre la vida".
No faltó, en todo caso, un momento para volver los ojos a la patria, en 1955
publicó Rostro de Chile: "En ti he nacido, frente
a tu montaña y me persigue el corazón tu rostro. Tierra del indio con olor a
lluvia, a hierba, a soledad, olor a sangre. Tierra con llanto montañés, teñido
con el humo fragante de la ruca."
Tal vez, su inclinación a lo
místico y lo religioso no fuera casual, ¿Existe la predestinación en la poesía?
Imposible saberlo, pero no hay en Chile un poeta cuyo nombre tuviera más
correspondencia con su propia obra, ya que Cruchaga, en lengua vasca, significa
'lugar de la cruz'. Lo de Ángel y Santa María, es evidente.
Este gran poeta
olvidado falleció en Santiago el 5 de septiembre de 1964, 16 años después de
recibir el Premio Nacional de Literatura.
prof. Benedicto González Vargas
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