martes, 31 de marzo de 2020

Pigmalión, el rey escultor enamorado


Ovidio, el genial escritor romano, nos cuenta en su libro Metamorfosis, la historia de Pigmalión, rey de Creta, que había asegurado a los dioses  que nunca se enamoraría de ninguna mujer, a menos que fuera perfecta, y tal vez como una forma de manifestar esa perfección, él -quien tenía talento como escultor- empezó a crear una estatua de la mujer perfecta.

Eligió los mejores materiales, el mármol más blanco, suave y bello. Trabajaba día y noche y aunque muchos escultores hubieran dado ya por terminada la obra, él seguía perfeccionándola en grado superlativo. Cuando quedó satisfecho con su obra, fue tal su alegría que no cabía en sí de emoción y felicidad. Ante sus ojos tenía a la mujer físicamente perfecta y aun que sabía que era una estatua no pudo evitar enamorarse de ella. Pigmalión, entonces, le puso por nombre Galatea, empezó a cortejarla, la acariciaba y besaba como si fuera real, la vestía y desvestía, la imaginaba tierna, amorosa, delicada, suave, apasionada. Pero con el paso del tiempo, la inmovilidad de su amada, la frialdad y dureza de sus manos, de sus labios y toda su piel, lo desesperaron, pues la mujer que amaba nunca le iba a corresponder.

Sin embargo, aconteció algo inesperado. La diosa Venus se encontraba en Amatonte, lugar donde se alzaba el palacio del rey, y allí escuchó lasplegarias que éste elevaba a los dioses. El desgraciado Pigmalión decía: "Oh, dioses, si tenéis tanto poder como se dice, os ruego que deis vida a mi amada, que es una estatua, para casarme con ella". La diosa del Amor, conmovida por el ruego y por este amor tan fuerte, accedió a la petición.

Al otro día, cuando Pigmalión fue a besar a su amada, notó que su mano estaba tibia, que su corazón latía. Sorprendido, se aleja unos centímetros, pensando incluso que ha tenido una sensación falsa. Al verla un poco más distante, ve que ya no está hecha de piedra, que su piel ha tomado el color humano y que la estatua lo miraba con amor.

Con gran devoción agradeció a los dioses y movido por la alegría, el amor y la pasión, la poseyó allí mismo y comprobó como esta hermosa mujer también lo amaba. Al poco tiempo ambos se desposaron y como fruto de su amor, nació Pafos, cuyo nombre es recordado hasta hoy porque una de las más bellas islas griegas lleva su nombre.

Prof. Benedicto González Vargas

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