En su Historia verdadera, Luciano de Samosata, escritor griego satírico que vivió en el siglo II de nuestra era, presenta la primera ficción científica de otros planetas de que se tiene noticia. También, a él debemos una versión escrita de la leyenda de Ícaro. Pero solo hasta 1634 cuando Johannes Kepler, astrónomo y matemático alemán, publique Somnium. Este serio autor que enuncia leyes universales (?) poderosamente poéticas, nos dice que los planetas emiten una música maravillosa, inaudible para oídos humanos, compuesta para el regodeo de una Divinidad que mora en el Sol. Más tarde, Un hombre en la luna, del obispo inglés Francis Godwin, repite mitos y supersticiones sobre los selenitas y su adictivo satélite. Cyrano de Bergerac, otro poeta, esta vez dramático (célebre gracias al retrato que le hizo Edmond Rostand), vuelve a encumbrarse hacia el éter, propulsado por cohetes en su obra Viaje a la Luna y al Sol (1645). Hasta que en 1752 Voltaire publica Micromegas, donde nos visita por primera vez un ser procedente del espacio exterior. Sola, entre bestias sueltas, la romántica Mary W. Shelley da vida a Frankenstein, el moderno Prometeo (1818), engendro inicitático de toda CF, multiforme, aberrante, un espejo que aún no nos atrevemos a mirar de frente.
Casi al finalizar 1865, De la Tierra a la Luna, de Julio Verne, inicia la CF tal como se la reconoce hoy. A su pluma debemos además Viaje al centro de la Tierra (1864), 20000 Leguas de viaje submarino (1870), y hasta su póstumo La jornada de un periodista americano en el año 2889, entre muchos otros títulos ya clásicos de este pionero moderno del género. Pues sus obras serán claves para desmarcar la fantasía pura de esta suerte de ficción con bases científicas. Ya sea, por su amor al detalle, su insistencia en la verosimilitud de los datos y un sentido del huimor crítico, rasgos que lo distanciarán de utópicos soñadores o simples charlatanes.
Aunque se suele comparar a Herbert George Wells, con el autor francés, la influencia y peso literario de Wells es categórico. Desde La máquina del tiempo (1895), La isla del Dr. Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y hasta Los primeros hombres en la Luna (1901), por citar solo obras señeras, sus novelas ponen al servicio de una trama absorbente, ideas poderosamente inquietantes y no por ello, menos plausibles.Todos los críticos concuerdan que casi no existe tema de ficción científica que no haya sido anticipado por la mente de Wells. Su obra cumbre es La guerra de los mundos (1898), donde inauguró el tema de la amenaza cósmica que fue, durantre la primera mitad del siglo XX, un argumento reiterativo de la CF cinematográfica.
páginas 14-15 de Años Luz, Editorial Puerto de Escape, 2005.
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