sábado, 13 de enero de 2024

La zona salvaje del corazón

por Perla Suez

Es difícil reducir la lectura a unos pocos libros. Es tan vasto el territorio de la literatura y tan pequeño el territorio estético en el que uno puede abrevar.

Tengo la certeza de que voy a ser injusta con tantos territorios conjeturales, poderosos de la literatura que ejercieron en mí la necesidad de pensar de otro modo y de entender un poco más los misterios de la existencia.

Sé que lo que recuerdo haber leído viene de las fuentes más dispares; hay la elección de un recorrido verbal y la necesidad de transformar el recuerdo de ese recorrido en ficción.

En la literatura no hay nada tranquilizador y pretendo que un libro me llene de inquietud e interrogue, convoque a pensar y a repensar la historia que tengo entre manos.

Thomas Bernhard dice que un escritor siempre está desnudo aunque quiere vestirse con todo lo que escribe. Pero agrega que eso no sirve de nada cuando uno más intenta vestirse y fajarse tanto más desnudo está. No obstante es un placer exponerse y salir a la calle completamente desnudo. Me parece que éste es también el camino del libro en manos del lector. Me gusta atravesar una historia que no me pertenece y hacerla mía.

Si lo que recuerdo es también parte de la ficción, no puedo dejar de nombrar Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, que leí por primera vez a los 12 años y y luego seguí leyéndolo en diferentes momentos de mi vida. Después me apoderé fuertemente de El desierto de los tártaros de Dino Buzzatti, El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y los cuentos de Katherine Mansfield.

Estos libros clásicos, incontestables, ocultan en su estilo una mirada que no rehúye los aspectos más sórdidos y crudos de la existencia.

La dimensión narradora de estas historias con su fascinante versatilidad, las voces de esos personajes, siguen revelándome secretos y continúan provocando en mí la necesidad privilegiada de continuar transitándolos desde otro lugar más plural e inagotable.

Hay que leer y continuar haciéndolo solamente para penetrar el texto como una hoja afilada en la zona secreta, salvaje, donde se esconde el corazón humano.

Publicado originalmente en Revista Ñ N° 291, de abril de 2009.

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