Durante estos días en que he estado
escribiendo y publicando algunos artículos relativos a la urgente necesidad de
vincular Emprendimiento con Educación, varias personas me han hecho llegar su
inquietud relativa a la dificultad de innovar en las salas de clases y de
desarrollar procesos de aprendizajes más vinculados a las nuevas formas de
aprender, rompiendo los esquemas y diseños tradicionales de las aulas, cuando
toda la estructura curricular, evaluativa y técnico pedagógica de sus centros
educacionales no sólo es reacia a los cambios, sino que, además, suele ser
extraordinariamente conservadora, excesivamente apegada a las formalidades y
arcaica en la concepción de las metodologías necesarias para abordar las
unidades de aprendizaje.
En efecto, no son pocos los establecimientos
educacionales que exigen a los docentes, a fines del mes de diciembre, entregar
la planificación de todo el año lectivo, desconociendo muchas veces esos
profesores a los alumnos con los que deberán trabajar, sin tener la posibilidad
de realizar diagnósticos y, menos aún, de bucear un poco en las características
individuales y colectivas de sus formas de aprender. Vale decir, todo aquello
que aparece como tan importante en el Dominio 1 del Marco para la Buena Enseñanza,
varios docentes no pueden aplicarlo debido a las rigideces extremas de sus
directivos (subdirectores, coordinadores académicos, jefes de UTP, evaluadores
y otros cargos varios de similar jaez).
Lo razonable y aconsejable sería tener
algún conocimiento de los alumnos y ya que la Reforma ha insistido en la
necesidad de "aprender a aprender", hacer realidad ese concepto permitiendo a
los estudiantes participar incluso de las planificaciones, como quedó tan bien
expuesto aquí en Atinachile en un artículo de Eleazar Ojeda.
No sólo eso, varios docentes, especialmente de Básica, me han señalado que esos mismos
directivos han restringido las salidas a terreno, han subvalorado algunos
trabajos de alumnos por haber sido ayudados por los papás (como si la
colaboración, la participación y el compromiso familiar no fueran
superlativamente necesarios en nuestros colegios) y han pretendido realizar "mediciones" de lectoescritura o cálculo, por ejemplo, sin que antes se hayan implementado
sistemas específicos y focalizados de diagnóstico y remediales. Todo ello
contribuye a una clara subvaloración de los docentes de aula a quienes se les
suele criticar diversas fallas y pocas veces se les reconocen sus esfuerzos y
sacrificios.
¿Puede una clase completa de 90 minutos estar absolutamente mala?
Si algún jefe técnico (que me consta, lamentablemente, que los hay) sostiene
eso y no encuentra motivo alguno para valorar el trabajo del profesor, quiere
decir lisa y sencillamente que ese jefe técnico está haciendo un daño
irreparable a la institución donde labora y que no es capaz de realizar una
intervención positiva para mejorar la calidad de la enseñanza. Nada más lejos
del Emprendimiento.
Evidentemente hay falencias en la formación de los
docentes, hay años de prácticas inútiles y, es necesario reconocerlo, hay
muchas fallas metodológicas y costumbres que deben desterrarse de las aulas,
pero no se puede pretender innovar en educación desconociendo la labor docente,
atropellando sus capacidades y subvalorando sus talentos. Las unidades técnico pedagógicas deben regirse por una lógica colaborativa, no obstante, suelen
hacerlo con una visión punitiva y a veces francamente persecutoria. Seguramente
la falla se encuentra también en la formación que recibieron en sus respectivos
postítulos, postgrados y especializaciones.
Atreverse a innovar significa ser
audaz. La planificación de cada actividad docente es un labor profesional
ineludible para los profesores, pero dichas planificaciones pueden
perfectamente contar con intervenciones creativas, renovadas, surgidas de los
propios estudiantes, adaptadas especialmente a cada curso o grupo, teniendo
como único norte que esos alumnos aprendan, con sus propios ritmos, talentos y
limitaciones, sin embargo, llega fin de año y aparecen nuevamente los docentes
técnicos imponiendo evaluaciones semestrales, pruebas de nivel, pruebas
integrativas y un variado paquete de exámenes finales que lo único que hacen es
romper lo poco o mucho que se haya avanzado en la diversidad, porque se aplican
igualmente a todos los estudiantes y, peor aún, no sólo sirven para evaluar a
los alumnos, sino que a menudo se esgrimen como argumento para evaluar a los
docentes.
Ante tal despropósito debo preguntarme cómo no es posible que sean
capaces de comprender la urgente necesidad de innovar de verdad. Sólo una
muestra como ejemplo:
Para bien o para mal la Reforma modificó los programas de
estudios; seguramente para bien se han modificado las prácticas metodológicas
de los docentes, pero lo que no ha variado un ápice es la Evaluación. Sigue
siendo estresante, sesgada, punitiva, descontextualizada y arcaica. Pregúntenle
a cualquier jefe técnico y comparen sus sugerencias y apreciaciones con las
prácticas de hace 30 años: todo sigue igual, pero no mejora. No estoy en contra
de la necesaria labor de los docentes técnicos, muy por el contrario, estoy
diciendo -a gritos si se quiere- que son fundamentales en una Educación para el
Emprendimiento, pero ellos antes que nadie deben hacer el cambio de paradigma.
Ellos antes que nadie, porque están incapacitados de reconocer el talento
creativo e innovador de los docentes si siguen pegados a las prácticas antiguas
donde los niños deben ser punto menos que muñecos silenciosos en la sala de
clases y donde las clases sólo pueden hacerse en un aula de cuatro muros.
Una
verdadera Educación para el Emprendimiento requiere del concurso de toda la
comunidad educativa, desde los directivos superiores hasta las familias.
Requiere también, seguramente, de cuotas de audacia que no suelen encontrarse
en una institución tan ultra conservadora como la escuela y requiere, por sobre
todo, hacernos la idea de que no estamos cumpliendo la labor que la sociedad
nos encomienda si estamos preparando a las futuras generaciones para un mundo
que ya pasó y nos olvidamos de que ellas se integrarán plenamente en un mundo
que ni siquiera sospechamos. No podemos seguir los docentes prestándonos para
el fraude que consiste en enseñar lo innecesario y no entregar las herramientas
necesarias para el futuro, pero hay muchos docentes directivos que funcionan
más desde la lógica decimonónica, que desde una verdadera educación para el
siglo XXI.
prof. Benedicto González Vargas
Publicado originalmente en Atinachile el 22 de enero de 2007.
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