Extraordinario escritor chileno, poco conocido por el grueso público y
por la juventud, José Santos González Vera es uno de esos narradores
entrañables, poseedores de una forma de relatar tan vívida que uno casi
visualiza y comprende la intimidad de sus personajes. Oriundo de la
localidad de El Monte (provincia de Talagante, en la Región
Metropolitana), sus obras fundamentales son Alhué, Cuando era muchacho y
Vídas Mínimas.
Este último relato, que data de 1923 (cuando su autor tenía 26
años) se compone de dos historias con distintos personajes, pero una
especie de alma común. En el primero, llamado "El Conventillo", el
narrador en primera persona nos muestra la realidad cruda que le ha
tocado vivir. No hay, sin embargo, queja, resentimiento o animosidad
alguna, tampoco hay en el relato esa suerte de conmiseración que quieren
transmitir los escritores que han llevado una vida acomodada, cuando
narran historias de gente pobre. Lo que hay en González Vera es relato,
es pintura, las palabras justas y exactas para denotar y connotar la
realidad de un conventillo santiaguino de principios del siglo XX. Allí,
el protagonista, atrapado en una fauna humana que incluye todo tipo de
vicios y miserias, se enamora de una de sus vecinas, aunque no cuenta
con la simpatía de su suegra que busca mejores oportunidades para su
hija. Pronto, la necesidad de afecto lo lleva a buscar otras miradas,
ante los celos y enojos de su vecina. "El Conventillo" es un relato de
exquisito estilo, que no se lee con ansiedad o rapidez, no lo requiere,
más bien se disfruta como un lento goce literario.
El segundo relato, que bien podría ser la continuidad de la vida del
primer narrador, pero que claramente no lo es, nos lleva a Valparaíso,
donde un joven anarquista es recibido en una casa pobre por razones de
afectos familiares, pero en la medida en que no logra conseguir trabajo,
la dueña de casa empieza una lacerante campaña de silencios, gestos e
insultos apenas esbozados, para que se vaya y deje de ser una boca más
que alimentar en la pobreza de las casas del cerro. Molesto con ello,
vende sus libros, intenta conseguir trabajo y llega a vivir a otro
lugar, donde el amor y los celos se funden en medio de la pobreza, la
solidaridad, las ideas anárquicas y el esfuerzo por sobrevivir.
Que nadie se confunda, Vidas Mínimas es un libro entrañable, barato
incluso, porque hay varias ediciones chilenas fácilmente encontrables en
"las librerías de viejo", pero no es un best seller, sus historias no
lo llevan a uno a la ansiedad de saber cómo terminan, no hay acción
desenfrenada, hay un relato fino, elegante, mínimo, si se quiere, pero
pleno de fuerza literaria y no ppoca belleza poética en su elegante
sencillez.
Alguna vez, cuando me tocó hace varios años escribir sobre este
notable y olvidado escritor chileno, titulé dicha semblanza "Contando
chauchas", porque así definió el gran Manuel Rojas el estilo de José
Santos González Vera. Se imaginaba que si este hombre que se hizo a sí
mismo (no terminó el 6° de primaria, fue lustrabotas, inquilino y ocupó
oficios mínimos, sólo al final de su vida tuvo trabajos menor
remunerados) llegara algún día a ser millonario, tendría una fortuna,
pero sólo con chauchas, así era su sencillez inconmovible. Los invito a
leer Vidas Mínimas y luego continuar con sus otros relatos, será una
experiencia inolvidable para quienes aman la verdadera belleza
literaria.
prof. Benedicto González Vargas
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