domingo, 29 de agosto de 2010

La Bandera de la Esperanza

En la madrugada del 27 de febrero un terremoto grado 8,8 asoló la tierra chilena desde la V Región, de Valparaíso, hasta la X Región, de Los Lagos. Acto seguido, y como consecuencia de lo anterior, gigantescas olas provocaron destrucción y dolor a lo largo de la costa centro sur chilena, donde pueblos enteros fueron destruidos y centenares de familias lloran aún la pérdida de sus seres queridos, muchos de los cuales el mar aún no entrega. 


En medio de la increíble destrucción que fue posible conocer y dimensionar al amanecer del día sábado, cuando la geografía de hermosos pueblos costeros que vivían del turismo y de la pesca, ya no era la misma, cuando las casas y edificios se mostraron destruidos por el sismo y el maremoto, cuando las familias con ojos incrédulos aún no se reponían de la tragedia, el miedo, el sufrimiento y la incertidumbre, un compatriota rescató de entre lo poco que quedaba de un arenoso baldío que antes fue una vivienda, un trapo sucio y descosido que resultó ser una bandera chilena cuya fotografía dio la vuelta al mundo. 

Nunca ese vecino pensó la importancia de esa acción, las energías que desencadenaría y cómo se pasó de un momento de desesperanza a la más emotiva y multitudinaria manifestación de esperanza. Las banderas chilenas se multiplicaron por miles en todas las ciudades, de Arica a Villa Las Estrellas el pabellón patrio se enarboló como nunca en febrero para dar cuenta de que la esperanza estaba viva y se ponía de pie. Fue el símbolo más potente de esa tragedia y ha quedado como la indeleble imagen de la memoria emotiva de todo un pueblo. 

Al poco tiempo, esa noble bandera que acompañó a los damnificados del terremoto volvió a flamear, muy lejos de nuestras costas y de los aires enmarcados por la brisa del mar y los glaciales cordilleranos. En la lejana Sudáfrica, en el recinto de concentración de la Selección Chilena de Fútbol, se izó el mismo pabellón para recordar a los jugadores que llevaban en sus maletas la ilusión de un pueblo que en 50 años no había ganado un partido en un Mundial de Fútbol. Dos veces ganó Chile en ese Mundial, la estadística lo ubica en la 10ª posición de entre las 32 selecciones participantes y sólo detuvo su carrera triunfal antes las potencias de España y Brasil, hasta ese momento 1º y 2º en el ranking FIFA. 

Hace pocos días la bandera de la esperanza ha vuelto a flamear. En un desnudo cerro del desierto copiapino, en la III Región de Chile, Atacama, 33 mineros quedaron atrapados a más de 700 metros de profundidad en una antigua mina que luego de 100 años entregando riqueza, se derrumbó debido a su mala mantención y la inconsciencia criminal de sus dueños. 32 compatriotas y un hermano boliviano vivieron tal vez el momento más horrible de sus vidas. Nosotros, desde afuera, los 16 millones de chilenos nos conmovíamos una y otra vez al percatarnos de que los esfuerzos desplegados por las autoridades fracasaban no por falta de empeño o previsión, sino porque la mina se desmoronaba una y otra vez. Pero al llamado Campamento Esperanza, que no es más que el baldío circundante a la mina, hoy repleto de carpas de los familiares de los mineros, con improvisadas oficinas para bomberos, Cruz Roja, policías, militares, autoridades de gobierno y otros servicios públicos y privados, arribó un buen día, llevada no sé por quién, la Bandera de la Esperanza, y se unió a las 33 banderas plantadas en el cerro. 17 días los mineros estuvieron enterrados sin comunicación con el exterior, al 18º, una sonda logró el contacto y el milagro ocurrió ante nuestros ojos: una humilde hoja de cuaderno con letras rojas decía que estaban todos vivos, todos bien. El Presidente de la República, quien literalmente ha removido cielo y tierra para rescatar a estos mineros, mostró al país dicho papel y con la renovada energía de saber que viven, las tareas de rescate, nunca abandonadas, se redirigieron con más ánimos y más fuerza. 

Probablemente pasen meses antes de que estos esforzados trabajadores vuelvan a la superficie, pero allí, junto a sus familias, la descocida Bandera de la Esperanza los estará esperando. 

No puedo dejar aquí de recordar las antiguas y emotivas palabras de Víctor Domingo Silva cuando en vibrantes versos se refirió a nuestra bandera:

 "La bandera que saluda cariñosa, 
la bandera que es la madre, que es la esposa,
el hogar, la patria entera 
que va oculta en nuestro propio corazón". 

Algo así representa ya esta bandera del terremoto, hoy rebautizada como Bandera de la Esperanza y que se alza como el mayor símbolo de la patria en su bicentenario.  

prof. Benedicto González Vargas 
Artículo publicado originalmente en Revista Letralia,
26 de agosto de 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estimado visitante, gracias por detenerte a leer y comentar, en cuanto pueda leeré tu comentario y te responderé.