En la madrugada del 27 de febrero un terremoto grado 8,8 asoló la tierra
chilena desde la V Región, de Valparaíso, hasta la X Región, de Los
Lagos. Acto seguido, y como consecuencia de lo anterior, gigantescas
olas provocaron destrucción y dolor a lo largo de la costa centro sur
chilena, donde pueblos enteros fueron destruidos y centenares de
familias lloran aún la pérdida de sus seres queridos, muchos de los
cuales el mar aún no entrega.
En medio de la increíble destrucción que fue posible conocer y
dimensionar al amanecer del día sábado, cuando la geografía de hermosos
pueblos costeros que vivían del turismo y de la pesca, ya no era la
misma, cuando las casas y edificios se mostraron destruidos por el sismo
y el maremoto, cuando las familias con ojos incrédulos aún no se
reponían de la tragedia, el miedo, el sufrimiento y la incertidumbre, un
compatriota rescató de entre lo poco que quedaba de un arenoso baldío
que antes fue una vivienda, un trapo sucio y descosido que resultó ser
una bandera chilena cuya fotografía dio la vuelta al mundo.
Nunca ese vecino pensó la importancia de esa acción, las energías que
desencadenaría y cómo se pasó de un momento de desesperanza a la más
emotiva y multitudinaria manifestación de esperanza. Las banderas
chilenas se multiplicaron por miles en todas las ciudades, de Arica a
Villa Las Estrellas el pabellón patrio se enarboló como nunca en febrero
para dar cuenta de que la esperanza estaba viva y se ponía de pie. Fue
el símbolo más potente de esa tragedia y ha quedado como la indeleble
imagen de la memoria emotiva de todo un pueblo.
Al
poco tiempo, esa noble bandera que acompañó a los damnificados del
terremoto volvió a flamear, muy lejos de nuestras costas y de los aires
enmarcados por la brisa del mar y los glaciales cordilleranos. En la
lejana Sudáfrica, en el recinto de concentración de la Selección Chilena
de Fútbol, se izó el mismo pabellón para recordar a los jugadores que
llevaban en sus maletas la ilusión de un pueblo que en 50 años no había
ganado un partido en un Mundial de Fútbol. Dos veces ganó Chile en ese
Mundial, la estadística lo ubica en la 10ª posición de entre las 32
selecciones participantes y sólo detuvo su carrera triunfal antes las
potencias de España y Brasil, hasta ese momento 1º y 2º en el ranking
FIFA.
Hace
pocos días la bandera de la esperanza ha vuelto a flamear. En un
desnudo cerro del desierto copiapino, en la III Región de Chile,
Atacama, 33 mineros quedaron atrapados a más de 700 metros de
profundidad en una antigua mina que luego de 100 años entregando
riqueza, se derrumbó debido a su mala mantención y la inconsciencia
criminal de sus dueños. 32 compatriotas y un hermano boliviano vivieron
tal vez el momento más horrible de sus vidas. Nosotros, desde afuera,
los 16 millones de chilenos nos conmovíamos una y otra vez al
percatarnos de que los esfuerzos desplegados por las autoridades
fracasaban no por falta de empeño o previsión, sino porque la mina se
desmoronaba una y otra vez. Pero al llamado Campamento Esperanza, que no
es más que el baldío circundante a la mina, hoy repleto de carpas de
los familiares de los mineros, con improvisadas oficinas para bomberos,
Cruz Roja, policías, militares, autoridades de gobierno y otros
servicios públicos y privados, arribó un buen día, llevada no sé por
quién, la Bandera de la Esperanza, y se unió a las 33 banderas plantadas
en el cerro. 17 días los mineros estuvieron enterrados sin comunicación
con el exterior, al 18º, una sonda logró el contacto y el milagro
ocurrió ante nuestros ojos: una humilde hoja de cuaderno con letras
rojas decía que estaban todos vivos, todos bien. El Presidente de la
República, quien literalmente ha removido cielo y tierra para rescatar a
estos mineros, mostró al país dicho papel y con la renovada energía de
saber que viven, las tareas de rescate, nunca abandonadas, se
redirigieron con más ánimos y más fuerza.
Probablemente pasen meses antes de que estos esforzados trabajadores
vuelvan a la superficie, pero allí, junto a sus familias, la descocida
Bandera de la Esperanza los estará esperando.
No puedo dejar aquí de recordar las antiguas y emotivas palabras de
Víctor Domingo Silva cuando en vibrantes versos se refirió a nuestra
bandera:
"La bandera que saluda cariñosa,
la bandera que es la madre, que es la esposa,
el hogar, la patria entera
que va oculta en nuestro propio corazón".
Algo así representa ya esta bandera del terremoto, hoy rebautizada como
Bandera de la Esperanza y que se alza como el mayor símbolo de la patria
en su bicentenario.
prof. Benedicto González Vargas
Artículo publicado originalmente en Revista Letralia,
26 de agosto de 2010
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