sábado, 22 de marzo de 2014

Las minas del rey Salomón, de H. Rider Haggard

En los últimos días quise buscar un clásico de aventuras que no hubiera leído y revisando mi biblioteca me encontré con Las minas del rey Salomón, de H. Rider Haggard, novela decimonónica traducida a todos los idiomas y que tiene decenas de ediciones disponibles en varias editoriales, lo cual significa, obviamente, que se trata de un libro muy solicitado, muy leído, aunque hayan pasado casi 130 años de su publicación, vale decir, un dato importante para evaluar su estatus de clásico y su calidad resistente al tiempo.


La lectura de la obra, como era de esperarse, no me defraudó. Una trama interesante, entretenida, verosímil para la época de gestación y ambientación de la novela, donde toda Europa en general, pero Inglaterra en particular, se sorprendían cada día más con los paisajes y riquezas de África y con los vestigios de antiguas civilizaciones ignotas e innominadas en los libros de historia occidentales pero que, sin embargo, se vinculaban de algún modo con viejas tradiciones orales o religiosas como el fabuloso tesoro que, según la Biblia, poseía el legendario rey Salomón, constructor del Templo de Jerusalén.

La historia inicia cuando el acaudalado Henry Curtis y el capitán Good se encuentran en un barco rumbo a Natal con nuestro narrador protagonista  Allan Quattermain. La forma en que estos tres ingleses se vinculan puede resultar a ojos actuales azarosa, pero en aquellos años en que el único medio de comunicación que traspasaba las fronteras era el correo postal y que el medio de transporte más fiable para largos viajes era el barco, no resulta raro que estos tres ingleses hicieran contacto de la forma en que relata la historia. Así nos enteramos que sir Henry tiene un hermano perdido en el país africano que, por añadidura, se enojó con él por problemas de herencia y que Allan ha viajado por toda la nación sudafricana y conoce bastante la región y sus costumbres, es más, incluso le tocó declarar en algún momento, haber visto y conocido al hermano de Curtis y saber a dónde se dirigía poco antes de que se perdiera su rastro. La inclusión de Good, un capitán de barco, en esta travesía se explica totalmente porque sir Henry sabía que para encontrar a su hermano debía cruzar un desierto y ¿quién mejor que un capitán de barco para ayudarlo? Estoy seguro que muchos de mis estudiantes de hoy 2014, no entendería dicha relación y habría que explicarles que en una navegación de la época, las estrellas son muy importantes y quien conoce su ubicación en el firmamento no se pierde, por eso un capitán de barco acostumbrado a la alta mar (que es otro tipo de desierto), no se pierde en un desierto de arena.

Hecho el acuerdo, los tres se dan a la tarea de conseguir un guía africano y así llegan a enganchar en su expedición al enigmático, servicial y agudo Umbopa, que pese a venir vestido y tener costumbres zulúes, declara no pertenecer a dicha raza.

Superadas las enormes dificultades del cruce del desierto, llegan a un país regido por un tiránico rey que entra en contacto con ellos tanto por temor, como por curiosidad, incluso también con la intención de dañarles, se trata de el rey Twala, quien gobierna su país con despotismo y puño de hierro, acompañado de una anciana que dice ser bruja y lo guía en su maldad. Poco después nos enteramos que, además, usurpa el trono que le corresponde a su primo quien desapareció o murió hace muchos años, luego del asesinato de su padre. Si los blancos no fueron objeto de muerte y tortura se debió a dos cosas: los rifles que llevaban y que tanto susto causaban entre los naturales de la zona y la coloración tan blanca de las piernas de Good, que eran consideradas hermosas por los nativos que lo encontraron por primera vez sin pantalones y a medio rasurar. Ese hecho extraño, la blancura de sus piernas, el tener pelos solo en la mitad de la cara y poder quitarse o ponerse la dentadura a voluntad hacía creíble para los nativos el hecho de ser seres de las estrellas, pues así se presentan ante Twala, quien no se atreve a hacerles daño.

La intervención de los ingleses para evitar la injusta muerte de una joven (elegida por Twala para sacrificio humano por ser hermosa y bailar bien), provoca no solo el enfrentamiento entre el rey y sus soldados y los tres ingleses y Umbopa. Sin embargo, la revelación de Umbopa como el legítimo rey Ignosi, provoca una guerra civil en la que Twala pierde el trono y, con el nuevo rey Ignosi (o Umbopa), los ingleses aumentan su fama y prestigio en el país y pueden así llegar a su destino, las legendarias minas del rey Salomón, llenas de tesoros inigualables, pero desde cuyas entrañas ningún hombre, menos un occidental, ha logrado volver vivo.
De las aventuras acontecidas en las minas no hablaré para así dejar a los lectores el gusto de conocerlas cuando se aproximen a este libro tan fácil de encontrar y de leer.

Las minas del rey Salomón son un buen ejemplo de esa literatura de aventuras que tanto gustaba desde mediados del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX, que relataba extraños sucesos en lejanos y exóticos países. Stevenson, Salgari, Verne y tantos otros pertenecen a este movimiento literario que está en la base de modernos héroes del cine como Indiana Jones, por ejemplo.

Novela interesante, sin mayores pretensiones literarias y estéticas, que solo busca entretener –y lo logra- y, tal vez mostrar a los conciudadanos de su época una pincelada de la ignota África del Sur donde los ingleses combatían a diario con las aguerridas tribus zulúes pero, también, donde había encontrado riquezas extremas, una naturaleza exuberante con desconocidas especies animales y vegetales y un clima benigno para florecer como colonos.

Digna de lectura a casi un siglo y medio de su publicación. Para obtener una versión digital de esta obra pinche aquí.

prof. Benedicto González Vargas

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