En los últimos días quise buscar un clásico de aventuras que no hubiera leído y revisando mi biblioteca me encontré con Las minas del rey Salomón,
de H. Rider Haggard, novela decimonónica traducida a todos los idiomas y
que tiene decenas de ediciones disponibles en varias editoriales, lo
cual significa, obviamente, que se trata de un libro muy solicitado, muy
leído, aunque hayan pasado casi 130 años de su publicación, vale decir,
un dato importante para evaluar su estatus de clásico y su calidad
resistente al tiempo.
La lectura de la obra, como era de esperarse, no me defraudó. Una
trama interesante, entretenida, verosímil para la época de gestación y
ambientación de la novela, donde toda Europa en general, pero Inglaterra
en particular, se sorprendían cada día más con los paisajes y riquezas
de África y con los vestigios de antiguas civilizaciones ignotas e
innominadas en los libros de historia occidentales pero que, sin
embargo, se vinculaban de algún modo con viejas tradiciones orales o
religiosas como el fabuloso tesoro que, según la Biblia, poseía el
legendario rey Salomón, constructor del Templo de Jerusalén.
La historia inicia cuando el acaudalado Henry Curtis y el capitán
Good se encuentran en un barco rumbo a Natal con nuestro narrador
protagonista Allan Quattermain. La forma en que estos tres ingleses se
vinculan puede resultar a ojos actuales azarosa, pero en aquellos años
en que el único medio de comunicación que traspasaba las fronteras era
el correo postal y que el medio de transporte más fiable para largos
viajes era el barco, no resulta raro que estos tres ingleses hicieran
contacto de la forma en que relata la historia. Así nos enteramos que
sir Henry tiene un hermano perdido en el país africano que, por
añadidura, se enojó con él por problemas de herencia y que Allan ha
viajado por toda la nación sudafricana y conoce bastante la región y sus
costumbres, es más, incluso le tocó declarar en algún momento, haber
visto y conocido al hermano de Curtis y saber a dónde se dirigía poco
antes de que se perdiera su rastro. La inclusión de Good, un capitán de
barco, en esta travesía se explica totalmente porque sir Henry sabía que
para encontrar a su hermano debía cruzar un desierto y ¿quién mejor que
un capitán de barco para ayudarlo? Estoy seguro que muchos de mis
estudiantes de hoy 2014, no entendería dicha relación y habría que
explicarles que en una navegación de la época, las estrellas son muy
importantes y quien conoce su ubicación en el firmamento no se pierde,
por eso un capitán de barco acostumbrado a la alta mar (que es otro tipo
de desierto), no se pierde en un desierto de arena.
Hecho el acuerdo, los tres se dan a la tarea de conseguir un guía
africano y así llegan a enganchar en su expedición al enigmático,
servicial y agudo Umbopa, que pese a venir vestido y tener costumbres
zulúes, declara no pertenecer a dicha raza.
Superadas las enormes dificultades del cruce del desierto, llegan a
un país regido por un tiránico rey que entra en contacto con ellos tanto
por temor, como por curiosidad, incluso también con la intención de
dañarles, se trata de el rey Twala, quien gobierna su país con
despotismo y puño de hierro, acompañado de una anciana que dice ser
bruja y lo guía en su maldad. Poco después nos enteramos que, además,
usurpa el trono que le corresponde a su primo quien desapareció o murió
hace muchos años, luego del asesinato de su padre. Si los blancos no
fueron objeto de muerte y tortura se debió a dos cosas: los rifles que
llevaban y que tanto susto causaban entre los naturales de la zona y la
coloración tan blanca de las piernas de Good, que eran consideradas
hermosas por los nativos que lo encontraron por primera vez sin
pantalones y a medio rasurar. Ese hecho extraño, la blancura de sus
piernas, el tener pelos solo en la mitad de la cara y poder quitarse o
ponerse la dentadura a voluntad hacía creíble para los nativos el hecho
de ser seres de las estrellas, pues así se presentan ante Twala, quien
no se atreve a hacerles daño.
La intervención de los ingleses para evitar la injusta muerte de una
joven (elegida por Twala para sacrificio humano por ser hermosa y bailar
bien), provoca no solo el enfrentamiento entre el rey y sus soldados y
los tres ingleses y Umbopa. Sin embargo, la revelación de Umbopa como el
legítimo rey Ignosi, provoca una guerra civil en la que Twala pierde el
trono y, con el nuevo rey Ignosi (o Umbopa), los ingleses aumentan su
fama y prestigio en el país y pueden así llegar a su destino, las
legendarias minas del rey Salomón, llenas de tesoros inigualables, pero
desde cuyas entrañas ningún hombre, menos un occidental, ha logrado
volver vivo.
De las aventuras acontecidas en las minas no hablaré para así dejar a
los lectores el gusto de conocerlas cuando se aproximen a este libro
tan fácil de encontrar y de leer.
Las minas del rey Salomón son un buen ejemplo de esa
literatura de aventuras que tanto gustaba desde mediados del siglo XIX
hasta el primer tercio del siglo XX, que relataba extraños sucesos en
lejanos y exóticos países. Stevenson, Salgari, Verne y tantos otros
pertenecen a este movimiento literario que está en la base de modernos
héroes del cine como Indiana Jones, por ejemplo.
Novela interesante, sin mayores pretensiones literarias y estéticas,
que solo busca entretener –y lo logra- y, tal vez mostrar a los
conciudadanos de su época una pincelada de la ignota África del Sur
donde los ingleses combatían a diario con las aguerridas tribus zulúes
pero, también, donde había encontrado riquezas extremas, una naturaleza
exuberante con desconocidas especies animales y vegetales y un clima
benigno para florecer como colonos.
Digna de lectura a casi un siglo y medio de su publicación. Para obtener una versión digital de esta obra pinche aquí.
prof. Benedicto González Vargas
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