He terminado la lectura de Juan
de la Rosa, de Nataniel Aguirre, novela que es considerada hasta el día de hoy
como la obra narrativa fundamental de la literatura boliviana. Publicada
por primera vez en 1885, es una novela histórica que relata en primera persona
la azarosa niñez de un bravo soldado de la Independencia: Juan de la Rosa, cuyo
nombre real, según el relato fue Juan Altamirano Calatayud, un coronel de
ejército cochabambino que inició como soldado raso y que inspiró la novela.
Pero que nadie se confunda, se trata de una novela,
ficción literaria que tras un sólido ambiente contextual, cultural, histórico,
toponímico y topográfico, nos permite abrir una ventana hacia ese periodo tan
extraordinario en la historia de América como fueron las guerras de la
independencia.
En la obra, el amor por la Tierra y la admiración por los hombres y especialmente mujeres que
lograron su independencia es clara y categórica, no admite interpretaciones,
los patriotas son los buenos y los realistas los malos y no se trata de una
gratuita visión maniquea de la historia, esa mirada es fundamental para
transmitirnos los sentimientos y emociones propias y legítimas que embargaban a
las personas que vivieron esa época y cuyo objetivo increíble, insólito, tal
vez desproporcionado en su momento, era alcanzar la independencia plena de
España del territorio que los españoles habían llamado Alto Perú. Visión
romántica, sin duda, plena de admiración por la libertad y los sentimientos
humanos, tan propia de la literatura del siglo XIX.
En la novela se nos transmiten los
acontecimientos más relevantes del año 1812 en el recuerdo del protagonista, lo que sirve como
vehículo extraordinario para transmitirnos cómo era la vida cotidiana en la
Bolivia de esa época, como fue germinando, desde fracasadas intentonas, un
sentimiento de amor inconmensurable hacia la Patria dominada por el extranjero,
sentimiento que se estaba arraigando en todo nuestro continente de manera
espontánea y simultánea, que los líderes de la Independencia americana supieron
conducir.
La novela transcurre entre la
dignamente pobre niñez del protagonista, cuando nada sabe ni siquiera de su propia historia, hasta su rol de testigo activo en las luchas contra los
españoles, lo que coincide con el conocimiento que el niño va adquiriendo de su propia biografía, pasando por momentos memorablemente bien transmitidos como la muerte
de Rosita, su bella y misteriosa madre, la amistad y la ayuda de Fray Justo
-verdadero portador de las ideas libertarias en la obra-, la sencilla valentía
del tío de Juan y de Alejo, el contenido rechazo hacia el protagonista de la noble Señora;
pero también la represión que ejercieron los españoles como reacción a las
ideas libertarias, los primeros alzamientos libertarios en Cochabamba, la
influencia de la Iglesia Católica, en cuyo seno se contradecían las miradas
realistas e independentistas, la reseña del carácter de los primeros líderes
militares del proceso.
Párrafo aparte quiero mencionar uno de los capítulos que más me impresionó, por su profundo dramatismo y por el orgullo y admiración que el narrador manifiesta. Me refiero al episodio de las Heroínas de la Coronilla, el sacrificio heroico de las mujeres de Cochabamba que, armadas de su sola valentía inconmensurable, enfrentaron al poderoso general Goyeneche que comandaba las tropas realistas.
Es, sin lugar a dudas, una novela con
una lado humano imposible de eludir, pero también una potente pincelada del
esfuerzo realizado por los libertadores, especialmente por aquellos soldados
sencillos, gente de pueblo que abandonaron sus labores para unirse a la causa libertaria.
Muchos analistas sostienen que esta forma de relatar los hechos provocó y
provoca un poderoso vínculo entre autor y lectores, que al ir entremezclando
estos ámbitos público y privado en la novela, genera una idea y un
sentimiento de identidad nacional que trasciende lo literario para
transformarse en un elemento que genera de forma espontánea una manera de ser,
un testimonio potente de una cultura compartida por todos los bolivianos, un
sentimiento que les hace verse únicos y distintos y que han catapultado a esta
novela ya centenaria al primerísimo primer lugar en la valoración y el afecto
de la literatura boliviana.
Novela hermosa, profunda, imposible
de leer con la velocidad que previamente supone un relato donde los hechos
bélicos sostienen la trama, pues las ideas, los pensamientos personales, las
reflexiones sociales, son también relevantes y, en mi opinión, enriquecen
enormemente la obra. Juan de la Rosa se lee con
interés, entusiasmo, admiración y mesura y tras la última página nos deja la
sensación de haber conocido desde niño a un hombre y a un amigo cabal.
Permítanme al final de esta apretada
reflexión unas palabras para disentir de un académico investigador boliviano,
Gustavo García, quien ha puesto en duda la autoría de Nataniel Aguirre sin dar
argumentos sólidos y olvidando las mínimas normas de investigación literaria.
Su tesis que señala que la obra es una biografía auténtica del coronel de la
Rosa y Aguirre solo habría sido el editor y corrector, ignora el talentoso
estilo literario del autor, tan lejos de la prosa pragmática de un relato
militar; el manejo equilibrado de tiempos y reflexiones; la talentosa
contención de información para ir revelando quién era verdaderamente Juanito
que, desde niño desconocía su propia historia. Solo dos preguntas que
seguramente el académico de marras no ha podido responder: Si un talento
literario como el que muestra la novela le pertenecía al mentado coronel, ¿por
qué no escribió más obras? Y una segunda ¿Olvidó acaso el señor García que
Nataniel Aguirre usó el pseudónimo “Juan de la Rosa” más de una vez?
Prof. Benedicto González Vargas
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