(de Georgina Vargas Bravo)
Era una gris y nostálgica mañana de abril de 1942, el frío calaba nuestro cuerpo y la neblina blanqueaba nuestras cabezas y las de las pocas personas que a esa hora transitaban por el lugar.
Mi hermana, dos años mayor, me sostenía de la mano y yo sentía su tibieza, juntas apuramos nuestro caminar; yo estaba tan ansiosa por llegar a la escuelita que me cobijaría durante los siguientes años de mi niñez: la recordada Escuela Superior de Niñas N° 15, de Chimbarongo. Mi primer día de clases ha quedado como un recuerdo imborrable en mi vida. La escuela, una vieja casona de adobe cuyas salas alineadas a lo largo del hermoso corredor cubierto de enredaderas y rojos cardenales; en los extremos, las salas del primero y sexto año. Al lado de la de primero, un gran patio techado llamado gimnasio, lugar donde se ubicaban las mesas para almorzar y saborear en los humeantes platos de greda las distintas comidas que día a día se preparaban para nuestra alimentación. Al otro extremo, "las casitas", pequeñas cabinas con un cajón. Había una para cada curso y otra para las profesoras.
Escribo y van fluyendo en mi mente los dulces recuerdos...no dejo de pensar en la hora del bacalao, ese aceite de sabor horrible y olor apestoso del que nadie lograba salvarse de beber aunque se escondiese mucho. Era la profesora de turno la que en el segundo recreo de la mañana se encargaba de cumplir este verdadero suplicio que se suponía era para el bien de nuestra salud.
También la profesora de turno era la que preparaba el acto matinal del día lunes. Cada curso debía participar con un canto o una poesía. Primeramente, se comenzaba cpn la Canción Nacional, luego un tema presentado por la profesora, seguido de la intervención de los cursos y finalizando con un canto interpretado por todo el colegio...este recuerdo me resulta divertido, porque la maestra se acercaba a mí y me decía que no cantara, porque echaba a perder el coro. Recuerdo canciones como "La tranquera", "Himno de las Américas" y "Las margaritas".
Pero volvamos a mi primer día de clases...¿por qué abril? Más de alguno se preguntará. Lo que ocurría es que en esos años algunos padres tenían la idea que el primer de clases soo se iba a perder el tiempo o a limpiar la escuela.
Había cumplido los siete años, pero ya sabía leer y escribir porque el papá se preocupaba de enseñarnos en casa, ya había pasado todo el Silabario Matte (el del ojo).
Con cuánta emoción recuerdo a mi primera maestra, la señorita Teresilda Poblete, recién egresada de la Escuela Normal y que guió mis pasos durante seis hermosos años. Ella, cariñosamente, me llevó a mi primera sala de clases, junto a las demás niñitas de mi edad. Como ya sabía el silabario, puso en mis manos otro, llamado Mi tierra, ese que una de sus lecciones tenía un cerdito vestido de huaso donde decía: "Este chanchito va a la media luna..."
A la semana siguiente, ya tenía mi primer libro de lectura, llamado El lector chileno, donde conocimos las rondas y la poesía de la gran Gabriela.
Recuerdo con emoción el delantalcito tan blanco y el que, para los desfiles de Fiestas Patrias, se le agregaba un cuellito y una cinta rosada...
Fue una infancia tan feliz, a pesar de las carencias de la época. Los zapatitos nuevos infaltables para esa fecha, el vestido hecho por la mamá...Nuestros padres nos llevaban a las ramadas y a los juegos que una vez al año llegaban a nuestro pequeño pueblo. El papá, apodado el Buen Viejo, apodo muy merecido por su generosidad y paciencia, desde muy pequeña me enseñó la poesía "Las tres cautivas" y era su orgullo que la recitara a sus amigos.
En fin, mi gran sueño fue ser maestra, pero al terminar sexto primario, además de los problemas económicos, mis padres consideraron que era muy chica para ir a la ciudad a estudiar y, por otra parte, mi hermana mayor, cuya pasión era la moda, estudió esa profesión y mis padres decidieron que las cuatro hermanas debíamos estudiar lo mismo. Por aquellos años mi papá trabajaba en la Empresa de Ferrocarriles del Estado y fue trasladado a la comuna de Teno y desde allí nosotras viajábamos todos los días en tren para asistir a nuestra escuela. Así fue como ingresé al Grado Vocacional, anexo a la escuela, para estudiar "la moda", sin ninguna motivación para aprender este oficio.
Pasó un año y nuevamente el papá fue trasladado, esta vez a la ciudad de Talca. Llegamos en un día muy lluvioso, pero hasta el día así nos parecía hermoso ante la idea de conocer nuevas caras.
Fue así como llegué a la Escuela Vocacional de Niñas. Llegar ahí, a ese lugar, con una imponente entrada de hortensias rosadas y azules, cuyo aroma se percibía desde lejos, traspasar su umbral y quererla, fue una sola cosa. La primera impresión fue de acogida, de calor, de paz. Allí allí me recibieron con mucho afecto, sobre todo la profesora señora Irma Román (Q.E.P.D.). Era una gordita encantadora y tierna, toda dulzura, querida por sus alumnas. Ella fue todo lo que una adolescente espera de su maestra, educadora, consejera, amiga, una mujer excepcional. Supo guiarme e inculcarme el cariño a una profesión que además de complacer a mis padres, me sirvió para sacar a mi familia adelante.
han pasado los años y sigo añorando a mi querida escuela, y aunque hoy no existe, queda en mi mente una pregunta a la que no hallo respuesta: ¿Por qué se terminaron estas escuelas donde se daba una enseñanza completa, donde se preparaba a las niñas para que fueran no solo excelentes dueñas de casa, sino también buenas madres, responsables en el trabajo, educadas y serias? Ahí se enseñaban ramos generales (plan común) y tejido, economía doméstica, bordado, modas, lencería, higiene, puericultura, educación física, ética y moral, religión, además del calor humano de sus educadoras.
De estos cuatro hermosos años quedan grandes recuerdos: mi querida compañera de banco, Marta Santander, a la que nunca más volví a ver y la linda Anita, a la que Dios llamó a su lado en sus florecientes dieciséis años.
Hago esta añoranza en homenaje a dos grandes escuelas, y a dos grandes maestras, forjadoras de mi educación personal y moral.
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Que bello como admiro esa mente en esos bellos años de hoy
ResponderEliminarMargarita, querida hermana, gracias por detenerte a leer y comentar. Efectivamente, nuestra tía, a sus ya ochentaytantos años no solo es un tesoro de dulzura, sino también de recuerdos de épocas pasadas que no conocimos y que tantas veces escuchamos a nuestros padres, pero ella, además, los pone por escrito con talento y belleza. Hay un gran tesoro literario en sus escritos que espero que no se pierdan. Cariños!
EliminarQuerido sobrino una gran y agradable sorpresa la que recebí de su parte
ResponderEliminarLo que agradezco con mucha emoción
Por supuesto que me trajo lindos recuerdos
No conocía la poesía cantada y me gustó mucho
El domingo tuve la sorpresa de encontrarme con su poema el cual nunca antes lo había visto, es muy lindo y está dedicado a su papá , pero yo también se lo apliqué al mío porque es como si lo estuviera viendo
Gracias por acordarse de mi y espero no sea la única oportunidad de tener noticias suyas
Cariños
Un abrazo cariñoso de mi parte, a la distancia. Es el único texto que tengo de Ud., pero me encantaría tener más. Ojalá en algún momento pueda acceder al tesoro de sus versos y escritos.
Eliminarque bonitos recuerdo saludos a todos para la ginita vargas y su familia y para su sobrina
ResponderEliminarEstimado Christian, gracias por tu saludo y por tus palabras. Indudablemente los recuerdos de nuestra querida Ginita se hacen imborrables e invaluables con el talento con que ella los escribe y los comparte.
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