Todo el misterio se lleva en el alma, escribía Unamuno en 1906. A veces parece estar en nosotros como dormido o entumecido; y no lo sentimos. Pero cuando despierta, duele. Y surgen Imágenes rotas, como las de Teresa Calderón en 1996.
Nuevamente en estos Aplausos para la memoria de la poeta chilena, vemos aquel misterio aparecer, ahora con más fuerza, inmenso y secreto, todavía sin resolver -¿acaso se puede?- "sin saber por qué vivo y por qué muero", brotando poderoso, como un terrible y precioso tumor: nuestra pena y a la vez nuestro consuelo, decía Unamuno.
Pero si la escritura de Teresa Calderón se sitiuaba entonces en un contexto de mayor gravedad, ahora el tono es distinto. Más liviano, menos desilusionado o extremo. Sin caer en un dramatismo efectista -aún cuando la estructura del libro corresponde a la de una obra dramática en cuatro actos y el final trágico llega impostergable-, el lenguaje fluye por las aguas existenciales con alegría y aceptación: "No todo puede ser en la vida".
Algo -o mucho- se ha dejado atrás en esta representación de la comedia humana. "Lo que pasó, pasado está y pasado que se quede." La vida nueva se abre como un telón. Antes las puertas del nuevo milenio, el espíritu es festivo. Y si bien el primer acto comienza cuestionando justamente todo inicio -el primer inicio, el "ab origen", la nada-, se mantiene la postura erguida frente a lo que viene, "alargada en raíces para volver a nacer", aún cuando el futuro sea incierto.
Manteniendo la sencillez y la claridad expresiva que la caracterizan, Teresa Calderón sitúa la vida -como la poesía-, entre "la danza del vientre" y la "danza de la muerte". La ingenuidad de las rondas, juegos y cantos infantiles, "trolerí trolerá", dan paso a lo más profundo. Del ser, del óvulo, del feto, del niño...a la nada.
En el intertanto, estos poemas surgen como el resultado de una reflexión inminente de fin de siglo. Calderón revisa la trayectoria de la humanidad, de sí misma.Con humor e ironía, se representa la función.
Pero también reconociendo el caminar pedregoso. La cuota de dolor, de error, de culpa, de pérdida. La mujer con desplante se transforma en "la vagabunda", triste, humillada, abandonada. Y si le otorgan la palabra, se acusa: "Soy mi propio odio recolector/haciendo trampas". Ella, la marginal, sólo espera la muerte redentora. A fin de cuentas, nadie se salva de "la pobre condición humana". La autocompasión, sin embargo, no es la tónica. Al menos aquellas bolsas de basura negras y llenas de cosas han pasado a ser maletas con ruedas. En la era de las comodidades, se hace más fácil acarrear la carga.
Y si bien se dan ciertos elementos medievales como el ubi sunt de Jorge Manrique y median tópicos como la caducidad de la vida, el paso apresurado del tiempo -en la imagen del "Hombre deshidratándose de pura finitud"-, la nostalgia no es excesiva. Podríamos afirmar, incluso, que Teresa Calderón utiliza la dosis justa para alcanzar a "recoger cada recuerdo"; ára rescatar la "dichosa edad dorada", las piedras preciosas.
Rinde homenaje tanto a sus contemporáneos poetas como a sus amigas del colegio en el "Anuario 1972", con soltura narrativa y coloquial, recuerda las aventuras de niñas traviesas -Las que íbamos a ser reinas- y se vuelve a reír con esa risa incontenible de juventud. Y el gran teatro del mundo aplaude a la memoria, el único fondo marino lleno de tesoros.
Esta poesía es celebración. Se desenvuelve en "tierra libre y palpitante". La semilla crece y danza hasta el final inevitable. Porque "Abierto o cerrado, todo tiene un final, aunque sea un final estúpido". Y la muerte se acepta con dignidad. "Sin estrépito ni grandilocuencia". No como fuente liberadora de la prisión mundana sino como el destino natural más realismo imposible- al que estamos sometidos: como ese "(...) polvo en el polvo / derramándose / desde hace cuatro mil millones de años".
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