(por Carlos Jorquera Álvarez)
Autor perteneciente a la llamada generación del 50, la obra de Edesio Alvarado consta de 12 libros de poemas, cuentos y novelas, más otra cantidad de textos dispersos en diversas antologías. Como periodista, llegó a ser director de "Vistazo", una importante revista política. En 1966 ganó, entre 106 escritores de hispanoamérica el concurso de novela de la editorial Zig Zag con El desenlace.
Hoy la Municipalidad de Calbuco, isla ubicada en el seno de Reloncaví, frente a Puerto Montt y lugar de nacimiento del escritor, reedita los cuentos de su hijo ilustre.
Estos relatos se insertan en la gran corriente realista de la literatura chilena. Sus méritos consisten en mostrar las determinaciones que pesan sobre los personajes, siempre habitantes de las islas, a través de un lenguaje bien trabajado, expuesto con arte, aunque con ciertas distorsiones ideológicas que se filtran aquí y allá. No obstante ello, el resultado final es una obra sólida que se deja ler, en parte como algunos pasajes de Carlos Droguett y su Eloy. Por ejemplo, en El caballo que tosía la atmósfera opresiva fundada en el martilleo de la tos del animal que mantiene en el insomnio a un hombre convaleciente de tuberculosis, va delineando un sentimiento de soledad y abandono que el narrador explora en dos planos, obviamente interconectados e inescindibles. Uno es el social, con el tema del desarraigado que vuelve a su tierra, pero que ya no es el mismo ni quiere serlo; que tiene clara consciencia de aquello que oscuramente entrevén sus paisanos; que siente la lucha por la existencia como una exposición de poderes perfectamente distinguibles. Pero que está solo y no puede hacer nada. El otro plano es el personal, el de la excavación de las cavidades internas (el tema de la tuberculosis es la metáfora que va en esa línea). En este ámbito también está solo, pero no absolutamente. Un caballo tose en la noche, se rasca contra la pared de la habitación del convaleciente. El hombre no puede sino escuchar los sonidos cavernosos y sibilantes emitidos por el animal y siente, de alguna extraña manera, que su suerte está ligada a la del bruto. Así el proceso identificatorio -el que está un poco apurado por el narrador a través de algunas pistas obvias- debe concluir necesaria y dolorosamente en un acto fatal, pero humano e intenso. Esta es la fuerza -y también paradójicamente la debilidad- de Edesio Alvarado: un sentimiento quer no quiere apagarse, que aún en contra de la firme convicción de la maldad ajena y aun propia se expresa en acciones insensatas que reflejan una humanidad que se resiste a hundirse en los pantanos de la cerrazón. Pero para hacer eso hay que tener cuidado, un cuidado literario que impida que el sentimiento se hipertrofie y se caiga en el lugar común, en el sentimentalismo, límite que de pronto se roza.
Otros cuentos interesantes, pero no excentos de este sentimentalismo, son El duelo y La captura en los que se despliega el tema de la muerte presente en los pequeños actos domésticos, en las sospechas vecinales, en el vino que embota las consciencias, en las conversaciones de los amigos, en las inopinadas acciones funcionarias. Edesio Alvarado conoce de lo que habla y, en el fondo, a pesar de la crudeza de sus descripciones de una naturaleza voraz que hace fácil presa de los campesinos tristes, hambrientos y perdidos, su visión no es del todo nihilista.
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