Parece un hecho evidente que Chile es un país de poetas. Nuestra poesía ha alcanzado alturas insospechadas y nos ha regalado ya dos premios Nobel. No obstante, pese a ser un genero tan cultivado, carece de editores y, tal vez, de lectores, por eso es que salvo tres o cuatro nombres que representan el máximo esplendor de nuestra lírica, hemos sido incapaces de retener en nuestra memoria colectiva muchísimos otros cuya valía no podemos desconocer. ¿cuántos podrían mencionar tan solo dos nombres de poetas vivos y en plena vigencia creadora? ¿quién es capaz de referir, aunque sea breves noticias, de un Zurita, un Arteche, un Rafide, un Hahn, un Massone o de nuestro puentealtino Cristián Basso? Eso por solo mencionar a algunos de estos locos soñadores que a fuerza de empeños dan a conocer día a día obras suyas y de otros, que publican con esfuerzo y que muchas veces sus desvelos pasan inadvertidos para los medios de prensa, demasiado entrampados en la crónica roja, en el último escándalo de la nobleza, en los líos de los ídolos televisivos de moda o en las volteretas saltimbanquis de los políticos. Un joven puentealtino de extraordinario futuro acaba de publicar Alalia, su primer libro. obra en extremo bella que a fuerza de imágenes plenas de creatividad desmiente su nombre. Pocos, sin embargo, saben de Cristián Basso. Da vergüenza pensar que los propios reyes de España saben más de él que sus vecinos puentealtinos.