Han sido días difíciles en Santiago de Chile. Los problemas habituales se volvieron imposibles al lado del gran problema que nos ha tenido corriendo las últimas dos semanas: los pingüinos despertaron, se tomaron las calles y pusieron en el tapete el gran problema de nuestro país: la educación.
La verdad es que todo se inició hace casi un mes, los estudiantes reclamaban —con justicia— por la decreciente calidad de nuestra educación pública, todo ello bien aderezado con exigencias cotidianas como la gratuidad en la Prueba de Selección Universitaria y del pasaje en la locomoción colectiva. Hay que reconocer que estas exigencias tienen varios años, pero esta vez supieron exponerlas con peculiar fuerza.