No sé en qué mundo vivirán mis estudiantes, no puedo imaginármelo, pero
sí creo tener alguna idea de por dónde vendrán los cambios. Esta idea, tal vez
vaga e imprecisa, no me viene de una intuición entrenada ni mucho menos, sino
de la observación rigurosa del mundo que me toca vivir hoy. Cabe señalar que
este mundo en el que vivo lo he recibido pasivamente y no he tenido demasiadas
ocasiones para intervenir en las conversaciones que mueven al mundo. No
obstante, aquí estoy, viendo con maravillada y creciente sorpresa como los
conocimientos en las diversas áreas del saber humano van creciendo tan
exponencialmente como la información de la que disponemos, asombrándome de que
las barreras fronterizas, idiomáticas, sociales, etc., se diluyen cada vez más
y puedo acceder a información valiosa, casi al instante, alojada en cualquier
rincón del mundo. Me beneficio y sufro por los cambios en la Economía, en que
la globalización nos lleva a todos en una misma marea interdependiente,
hipervinculante y (paradoja de paradojas) tan colaborativa como competitiva a la
vez. Veo las crisis que esto provoca en las relaciones sociales y laborales, al
interior de las familias y, por supuesto, innegablemente en la escuela. El
cambio aceleradísimo en las Ciencias y en la Tecnología, la amenaza que se
cierne sobre nosotros tras la internacionalización de los conflictos,
particularmente el terrorismo y la creciente deshumanización de las sociedades.