Se tiende a pensar que los errores que cometen
los estudiantes en la construcción de sus aprendizajes es de su exclusiva
responsabilidad, pero no es así, los docentes tenemos mucho que ver en ello. En
efecto, la metodología que usamos en el aula incide directamente en el tipo de
errores que cometen nuestros alumnos y, más aún, lo que hacemos con esos errores
puede marcar la diferencia entre un aprendizaje de veras significativo y una
decepción mayúscula.
En efecto, todos los días debemos reflexionar respecto de
nuestras prácticas y métodos y cómo ellos provocan, inhiben, aumentan o
disminuyen la posibilidad de que nuestros alumnos cometan errores. Analizar nuestra forma de enseñar, en relación con los estilos de aprendizaje de
nuestros niños (1) es una clave para determinar si nuestras explicaciones son
suficientemente claras, si somos verdaderamente motivadores en el aula, si nos
mostramos autoritarios, intransigentes o intimidantes con ellos cuando se
equivocan o, peor aún, si somos francamente descalificadores. Por otra parte,
también es importante dar una mirada al material con el que trabajamos (2) si
se encuentra actualizado, si es interesante, llamativo, claro, motivante y
atractivo, porque también ello influye en los errores de nuestros estudiantes.
Por eso entender el error como una oportunidad de aprendizaje requiere una
actitud positiva que sea percibida por el estudiante, una actitud en la cual el
niño o joven no se sienta intimidado sino que, por el contrario, motive al
alumno a expresarse. Conseguir que un estudiante sienta deseos de compartir lo
que está aprendiendo es fundamental para reforzar sus aprendizajes y, de ser
necesario, corregir aquello en lo que se equivoca.
Dicen los expertos que
interesarnos con apertura y paciencia en los alumnos que se equivocan y
preguntarles cómo y por qué han llegado a esas conclusiones, es una puerta
abierta no solo para mejorar, sino también para desencadenar procesos
metacognitivos de gran importancia en el desarrollo de las habilidades de
aprendizaje de nuestros estudiantes. Darles confianza en que ellos son capaces
y tener verdaderamente altas expectativas de su aprendizaje, es un gran impulso
a la hora de definir la calidad de lo que enseñamos y de los que aprenden (3)
De hecho, si a lo largo de varias experiencias nos percatamos que persiste un
determinado error (conceptual, metodológico, procedimental, etc), es señal
inequívoca que somos nosotros quienes debemos hacer algo al respecto.
Algunas
ideas que varias veces se han dado sobre este tema son las siguientes:
1.
Mantener una actitud abierta y paciente frente a los errores e interesarse
verdaderamente en determinar cómo llegó el alumnos a las conclusiones
equivocadas que manifiesta.
2. Elogiar siempre y en cada oportunidad no solo
sus progresos, sino también sus intentos honestos. No nos olvidemos del
importante papel que juega la autoestima.
3. Ayudarlos a descubrir sus propios
errores, entregándoles herramientas metacognitivas útiles a su edad y su estado
de desarrollo.
4. Aunque sea más lento: estimular el razonamiento de ellos,
antes que la corrección nuestra.
5. Hacer notar a los estudiantes que un error
bien reconocido es crucial para aprender, que por ello deben perder el temor de
equivocarse porque dicho temor a menudo genera que los niños no quieran
desarrollar las actividades (precísamente para no equivocarse).
6. No perder la
oportunidad de promover la autonomía, la autoevaluación y la autocorrección, es
una buena forma de hacer que nuestros estudiantes adquieran conciencia de su
trabajo.
7. Observar detenidamente los estilos de aprendizaje de nuestros
alumnos, la forma cómo enfrentan la resolución de sus problemas y el proceso de
trabajo, esa información es mucho más importante que la evaluación del producto
final.
En definitiva, ver siempre (de veras) el error como un trampolín para el
aprendizaje cambia la manera de enfrentarse a los alumnos y, lo más importante,
la manera como ellos lo enfrentan a uno.
Notas:
(1)
Cada niño es distinto, tiene sus propios estilos y ritmos. Los grupos curso
también son distintos entre sí. Conozco docentes (como colega y alumno) que
llevan décadas usando las mismas guías de trabajo, los mismos ejemplos y las
mismas actividades, con los mismos tiempos asignados y reproducen infinitamente
la misma actividad, ignorando estas diferencias tan obvias.
(2) Una verdadera
evaluación no puede solo evaluar al alumno. Es un error, debemos evaluarnos
nosotros y el material que producimos (o reproducimos) para ellos.
(3) Está
demostrado que mientras más altas expectativas tenga el docente respecto de las
capacidades y talentos de sus alumnos, mejores resultados obtendrá.
prof.
Benedicto González Vargas
Miembro de Atinachile
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