Reciente ganador del Premio Clarín de Novela con una obra que obtuvo el reconocimiento unánime del jurado. El suplemento literario Ñ publicó el pasado 31 de octubre la siguiente entrevista que, por su interés, reproduzco in extenso. Los invito a leerla y comentarla:
Premio Clarín de Novela 2009
"TODO LO QUE ESCRIBO ES MUY ARGENTINO"
Federico Jeanmaire escribió una novela que cautivó al jurado de manera unánime. En "Más liviano que el aire", convierte el encuentro fortuito entre una anciana y un adolescente en una metáfora contundente sobre la violencia y la imposibilidad de diálogo. En esta entrevista, el autor habla de los temas y autores que lo inspiran, de las crisis personales que lo motivan y de su necesidad de transformar la vida en literatura.
por Jorgelina Núñez
Al menos van a empezar a escribir bien mi apellido, bromea el flamante ganador del Premio Clarín de Novela cuando se le pregunta qué espera de los premios. Él, que ha sido finalista de tantos -primera mención en el de Clarín 1988, el Herralde, el Planeta varias veces- y que ha ganado algunos -el Ricardo Rojas (1999) y el Emecé el año pasado- sonríe ahora confiado en que algunas cosas van a cambiar a partir de este reconocimiento. Tras los festejos, apenas durmió un par de horas y se levantó a mirar la noticia en internet para asegurarse de que esta vez sí lo había logrado. Enseguida empezó a sonar el teléfono: todas las radios de Baradero ("cuatro", aclara), su ciudad natal, querían tener la palabra del escritor ahora famoso.
-Lo primero que me llamó la atención -dice- fue que hablara de mí como un autor singular, y por cierto es así y lo asumo, porque trabajé mucho para alcanzar esa singularidad. Con esto no quiero decir que sea especial, sino que yo tuve que ir convenciendo a fuerza de libros que lo mío era una estética. O sea, hay un trabajo de años en busca de cierta comprensión de esa singularidad.
-¿En qué consiste?
- Yo no soy un escritor correcto, jamás me interesó presentar una novela a un premio pensando en que estaba bien escrita y podía atrapar al lector de la primera a la última página. Eso está muy lejos de lo que pretendo. Lo que me importa es la propuesta estética basada en las cosas que me interesan. De lo contrario no escribiría. Y lo que me interesa va cambiando y me provoca grandes crisis.
-¿El premio va a cambiar algo?
-En la novela hay un núcleo muy potente, pero al mismo tiempo, muy riesgoso: una anciana de clase alta encierra en el baño de su casa al adolescente que ha intentado asaltarla. Toda la acción transcurre en esos tres días de encierro en los que solo se escucha la voz de ella mientras que lo que el adolescente dice se deduce de las réplicas de la mujer.
-Sostener esa tensión significó hacer una apuesta muy alta. ¿Cómo la concibió?
-A mí me gusta que los libros me pregunten cosas que no resuelvan nada. Porque me gusta trabajar: yo escribo durante doce horas diarias. Es lo único que quiero hacer en la vida porque además es en lo que me siento absolutamente libre. La literatura es mi pasión, soy muy feliz escribiendo y los desafíos son lo que más me divierte. Los diálogos que construyo en mis libros no los sé de antemano, me obligo a no saberlos. Cuando alguien habla, nunca sé lo que va a contestar el otro. Todos los días escribo cerca de tres páginas y si siento que el relato fluye, ahí paro y empiezo a sospechar y a cuestionarme por qué me sale tan fácil, si no estaré siendo muy previsible. Uno sabe que en la primera frase se juega el nivel de la novela. Por lo general, me propongo un techo alto y trabajo para no bajarme de ahí. Pero algunas veces no me sale y la novela se viene abajo. Entonces tiro todo y empiezo otra vez.
-Entre los protagonistas se juega una cuestión de poder, de quién tiene la palabra.
- A pesar de que yo diga que soy absolutamente libre, y que no sé cómo hago para que la próxima página no se caiga, también soy obsesivo a la hora de buscar formas literarias. Como me interesa mucho establecer esa cuestión, pensé cómo hacer para que no fuera explícita, que la protagonista no tuviera que decir "Yo soy de clase alta y vos no". Tenía que encontrar el retorno de lo que dice el chico y está perdido en el texto, absorbido por la voz de esta mujer que es quien tiene el poder y lo ejerce a través del encierro y la palabra.
-Toda una construcción literaria...
-A eso apunto. Mis maestros tienen más de cuatro siglos: Cervantes, Quevedo, el barroco y el renacimiento. Me siento muy ligado a ellos por la concepción estética y el funcionamiento de los textos.
Dos maestros
Uno sabe que lo que dice Jeanmaire es cierto. Que dedicó cuatro años a escribir Miguel, una biografía ficticia de Cervantes y veinticinco al ensayo Una lectura del Quijote, y que la novela sigue deslumbrándolo como la primera vez que la leyó porque "está todo ahí", dice.
-El Quijote fue mi taller de escritura y también lo que decidió mi vocación. Cuando lo leí me dije que quería ser escritor. Te cuento una anécdota: a los 22 años yo vivía en Madrid y le llevé a una tía muy querida, licenciada en Letras, un cuento sobre el que había trabajado mucho. Ella me citó en su casa y me lo dijo sin vueltas: "Es una porquería". Y enseguida me preguntó: "¿Vos leíste el Quijote? ¿Cómo se te ocurre escribir sin haberlo leído?" Tenía razón: no solo porque contiene el germen absolutamente de toda la literatura, sino porque creo que el propio Cervantes aprende a escribir la novela escribiéndola. Y entonces leyéndola se pueden seguir sus aprendizajes: cómo hacer un salto temporal, qué es un narrador, los juegos narrativos. Y también es fundamental el papel que juega el lector, es evidente que él espera lectores que trabajen con el texto; no lectores que se entretengan un rato y nada más. Y yo quiero lo mismo para mis novelas: que formulen preguntas y que las posibles respuestas de los lectores sean muy diversas.
-En el otro extremo de sus preferencias está Sarmiento, protagonista de su novela Montevideo, ¿por qué?
-Porque es un escritor maravilloso y también porque él representa el núcleo de lo argentino, de los problemas de ser argentino y del habla argentina. La escritura de Sarmiento tiene una respiración con la que me siento muy ligado. Trabaja con párrafos y oraciones largas que en algún momento se llenan de proposiciones y se van complicando, pero llega un momento en el cual él les da significación con una oración muy corta y muy potente. Va amasando, amasando la idea en la escritura y la remata como un látigo. En Sarmiento descubrí esa manera de ir construyendo la verdad o el verosímil. Yo no podría escribir sin Sarmiento.
-A propósito del verosímil, me llamó la atención que Lita, la protagonista de Más liviano que el aire, tuviera 93 años y se enfrentara a un chico de 14. Me parecía demasiado anciana para todo lo que puede hacer.
-Eso tiene una doble motivación. Por un lado, pensé mucho en mi mamá y en una amiga de ella que tiene 95 y está bárbara. Y la cosa con los viejos: la soledad, la incomunicación, la inseguridad. El trabajo del habla de esta mujer está inspirado en algún sentido en mi madre, que como está sola vive pegada a los acontecimientos externos. Se la pasa leyendo y mirando la tele. Entonces, cada vez que hablo con ella, me cuenta cosas tremendas. Por otro lado, la oposición encierra una idea estética que es la de jugar con los extremos. Cuanto más inverosímiles, hay más trabajo para hacer. Es un postulado sarmientino: forzar los límites. Si me sale mal, caigo en el ridículo, en la tontería. Pero en el desafío está la gracia.
Las crisis profundas
Cuando le señalo que quince libros publicados son muchos para un escritor argentino y que esa obra debe darle una idea de cuál es su lugar en el sistema literario nacional respecto de otros escritores de su generación, Federico Jeanmaire desestima esto último rápidamente: "Para mí las generaciones no significan nada, no creo que por compartir edades también se compartan estéticas o temas", dice. Y respecto del lugar que ocupa, señala: "Creo que es un lugar muy cómodo, que aparentemente no molesta a nadie, porque lo mio es muy personal. Trabajo básicamente con la lengua y con algunas formas de ficción que no me emparentan con otros y entonces tampoco me hacen tener problemas. Seguiré en ese lugar, porque yo como escritor no cambio".
-¿Hay etapas o periodos reconocibles en su producción?
-Las dos primeras novelas fueron como intenciones o ideas sobre la literatura que están plasmadas de una manera precaria. Luego intenté proponerme siempre un riesgo. Tengo etapas en las cuales escribo dos, tres novelas, buscando algo que no sé muy bien qué es, y al cabo de las cuales termino completamente aburrido. Casi siempre tengo crisis bastante importantes en lo personal, en relación con toda mi vida, porque escribir es mi vida. Paso meses sin poder escribir, preguntándome cómo seguir y la paso muy mal. Entonces trato de salir en una dirección distinta. Cuando terminé Miguel, sentía que tenía que seguir escribiendo sobre los libros que amaba: así me pasó con Prólogo anotado, que era como un gran juego lúdico sobre aspectos de los libros que me gustaban; después vino Montevideo, sobre Sarmiento, y de ahí salí para el lado de Mitre, que no tuvo que ver con una crisis sino con una percepción particular.
-¿Cuál fue?
-Siendo ministro de Menem, Carlos Corach invitó aun grupo grande de periodistas a tomar un desayuno en las Cañitas, debajo de las vías del ferrocarril Mitre, porque se cumplían cien mañanas que recibía a la prensa en su casa. Cuando están entrando cae un tipo del tren y muere. Entonces, la mayoría de los periodistas se niega a ir al festejo y él les dice: "No importa, no pasa nada". Eso me impresionó tanto que de ahí salió Mitre, que es una forma particular de ver la realidad, dentro del espacio reducido de un tren. Esa novela dio origen a otras dos, Los Zumitas y Una virgen peronista, que me hicieron preguntarme muchas cosas sobre lo argentino, sobre los problemas mentales que me causa ser argentino y vivir en la Argentina. Luego vino una etapa de ficción autobiográfica, ligada al dolor por la muerte de mi padre. De ahí salieron Papá, La patria y Vida interior. Países bajos tiene un origen muy distinto y también fue producto de una crisis personal. Como siempre trabajé en casa, yo me encargué de la crianza de mi hijo desde que era un bebé. Él empezó a gatear y a caminar muy chiquito y yo no hacía otras cosa que mirarlo porque me aterraba que se golpeara. Durante un año dejé de escribir por completo y me sentía pésimo, a pesar de todo mi amor de padre. Hasta que decidí que ese año lo iba a perder, como si hiciera la conscripción. Entonces empecé a trabajar de mi hijo y me divertí muchísimo, aunque también me angustiaba no saber qué iba a ser de mí. Para salir de esa situación me propuse contar una historia de amor con elementos clásicos pero con una estructura que alterna el pasado con el presente.
-Más liviano que el aire, ¿también es producto de una crisis?
-De una situación. Hace tres años empecé a salir con una periodista que trabaja en un noticiero y que hoy es mi novia. Yo pasé años sin leer un diario y viendo muy poca televisión, pero por verla a ella y estar enterado, me dediqué a leer todos los diarios on line. Así empecé a prestarle atención a cosas que antes no me atraían, me conecté con la realidad de otra manera.
-¿No había ahí una idealización de la figura del escritor, del que se encierra a escribir y pierde contacto con la realidad?
-Puede ser, una idea romántica. Lo que pasa es que a mi me gusta ser feliz...(risas). Entonces me aíslo, busco el lugar más lindo de la casa y la paso bien escribiendo. A decir verdad, uno siempre se entera de las cosas importantes, es inevitable. Todo lo que yo escribo es muy argentino, mi biblioteca es completamente en castellano, porque necesito el diálogo con los escritores en mi lengua, a pesar de que leo autores extranjeros. No podría escribir lo que escribo sin los textos de Gutiérrez o de Sarmiento, o si Marechal no hubiera escrito Adán Buenosayres, rompiendo con el acartonamiento de la literatura argentina y haciendo explotar la lengua hacia el lado del habla. Tampoco sin Antonio di Benedetto o sin Cortázar, Puig y Walsh. Los problemas que se me cruzan tienen que ver con los grandes temas nacionales: el peronismo, los gauchos, la Iglesia y todo lo que se deriva de la violencia cultural y de la violencia física que es su correlato y la consecuencia de la falta de comunicación, de la imposibilidad de dialogar. En este último tiempo, el tema me rondaba con insistencia. Una mañana se me presentó la situación con estos dos personajes aunque no tenía idea de cómo iba a llevarla adelante; a medida que avanzaba barajé muchas posibilidades. El desenlace se me impuso unas veinte páginas antes del final; yo pensaba que iba a terminar de otro modo, tal vez de una manera más dulce, pero no. Es un desenlace muy fuerte, me salió así.
Quizá la singularidad de la obra de Federico Jeanmaire que él mismo no alcanzó a definir al comienzo de esta charla, nazca del cruce entre deliberación y sorpresa, entre un objetivo para el que se trabaja con ahínco y el desconocimiento de los medios para alcanzarlo. Y del empecinamiento por desentrañar esa materia difusa y aterradora a la que nos someten las grandes crisis y que son la condición de posibilidad de lo realmente nuevo.
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