Si pudiera señalarse una pieza dramática plenamente representativa de la tragedia griega ésta, sin duda, sería Edipo Rey, la inmortal obra de Sófocles que, como ninguna otra, refleja el espíritu trágico de la Hélade.
Edipo, hombre honesto y apreciado, se encuentra por su propio esfuerzo en la cima del poder y el prestigio. Sus súbditos lo aprecian y reconocen en él un ejemplo pero, como dice el dicho, mientras más alto se está, más dura y dolorosa es la caída.
Edipo, hombre honesto y apreciado, se encuentra por su propio esfuerzo en la cima del poder y el prestigio. Sus súbditos lo aprecian y reconocen en él un ejemplo pero, como dice el dicho, mientras más alto se está, más dura y dolorosa es la caída.
Lejanos están ya los años en los que Edipo se enfrentó y dio muerte a un anciano que lo provocaba desde su lujoso carruaje y liberó a la ciudad de Tebas de la funesta esfinge, para asumir luego como rey de aquella ciudad ya que el monarca había sido asaltado y asesinado por unos ladrones. Edipo no solo tomó el trono del difunto rey Layo, sino que desposó también a su viuda. Lejanos también los años en que el oráculo de Delfos le reveló que mataría a su padre y compartiría el lecho con su madre y, para eludir ese atroz destino, abandonó para siempre su patria y a sus padres a quienes amaba y respetaba.
Sin embargo, todo habría de cambiar con la atroz peste que azolaba a Tebas y con la nueva revelación del oráculo que señalaba que, mientras no se castigara al asesino del rey Layo, no habría solución a la crisis. Las palabras del adivino Tiresias culpando del crimen a Edipo no mejoraban la situación y la llegada del mensajero que anunciaba la muerte del rey Pólibo –el padre de Edipo–, lejos de mejorar las cosas, las confundió mucho más. Fue la reina Yocasta la primera en darse cuenta de lo que estaba pasando y suplicó a su marido, Edipo no continuar con sus averiguaciones, pero el proceso ya era irreversible, porque el glorioso rey de Tebas estaba confundido y ya no sabía quién era. No hay mayor angustia para Edipo que ir, poco a poco, palabra tras palabra de sus interlocutores, darse cuenta que ha carecido durante tantos años del conocimiento de su propia identidad y, peor aún, irse enterando de la horrible verdad que significaba que nunca pudo eludir el oráculo fatal que había impulsado su vida.
Sófocles, en su profundidad y grandeza literaria, nos advierte que los seres humanos somos juguetes del destino, que nadie puede sentirse satisfecho de su vida porque, en cualquier momento, nuestra vida puede tomar un rumbo fatal ineludible y trágico.
El mito de Edipo, como todos los mitos, es parte de una verdad arcana que se revela a nivel simbólico a través de la palabra que va trazando en los niveles conscientes e inconscientes del ser humano un signo que, para quienes sean capaces de desentrañarlo, significará la obtención de un conocimiento que es imposible transmitir de otra forma. Edipo, ignorante de su propia identidad y naturaleza, sentenciado a muerte cuando inocente niño, salvado después, advertido más tarde de un destino desgraciado, elevado luego a las alturas del poder y la admiración y arrojado finalmente al pozo del oprobio, todo ello por decisión de los dioses, va viviendo un proceso tal en que a través del inefable dolor va cada vez más alejándose del ser humano común, para irse constituyendo en un héroe arquetípico, más cercano a los insondables dioses que a la vana humanidad.
Tragedia notable, eterna, insustituible de la literatura universal, Edipo Rey es una fuente del mejor arte dramático a la que hay que volver cada vez que necesitemos deleitarnos y admirarnos ante una obra magistral y conmovernos con la trágica suerte de un hombre que sólo buscó llevar su vida por el camino del bien, pero que no pudo eludir el sino trágico que cada hombre, cada uno de nosotros, lleva marcado en la frente durante el recorrido por la humana encarnación.
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