Hace tiempo que no trato en estas páginas el tema del Emprendimiento. Tiene que ver, probablemente, porque desde que dejé de trabajar en el Colegio Alexander Fleming, cuyo proyecto educativo se denomina Educación para el Emprendimiento, no he estado directamente cerca de este tema que me interesa muchísimo. Sin embargo, ello no obsta para no seguir leyendo, reflexionando y escribiendo sobre este asunto que, en mi opinión, es vital que la educación formal aborde de algún modo.
Según nos dicen los especialistas, respaldados por las cifras estadísticas, objetivas y frías. En nuestro país muchas personas han optado por trabajos de emprendimiento personal, lo que sigue siendo considerado por las autoridades como un autoempleo al que debe inmediatamente colgársele el adjetivo de precario. Lamentablemente es así.
Son muchos los negocios incipientes que empiezan con gran impulso, ideas extraordinariamente creativas y que, en alto porcentaje, aportan a la sociedad y dinamizan el mercado al ofrecer una alternativa novedosa en alguna área. Sin embargo, sabemos que la mayoría dichos proyectos a poco andar fracasan y no permanecen en el tiempo. Incluso, entre ellos, no son pocos los que tuvieron un sorprendente éxito inicial. Por lo tanto, no falta creatividad, esfuerzo, talento ni espontaneidad. Hay ganas de emprender y se nota. ¿Qué falta, entonces, y que la Educación formal no está proveyendo?
En mi opinión, lo que falta son conocimientos técnicos, profesionales, en el área de dichos emprendimientos. Se requiere algún esfuerzo educativo que incorpore el emprendimiento en la educación y que doten a la unidad educativa de la capacidad de transmitir conocimientos y mecanismos necesarios para que esas buenas ideas y proyectos que quieran iniciar más adelante en su vida laboral, sean sustentables y permanentes en el tiempo.
Actualmente hay una gran tendencia a los microemprendimientos, a partir de pequeñísimas empresas familiares de tres y hasta diez personas que dan trabajo y mueven la economía, porque son millares quienes los impulsan. Se necesita que la escuela y, por cierto, la educación superior, tanto técnica como profesional, sean capaces de hacer pensar a los estudiantes, diseñar, analizar y generar un proyecto viable que incluso pueda ser puesto en marcha. Ideas surgidas de esa mirada emprendedora que comentábamos años atrás, obtenidas a partir de la correcta aplicación de técnicas como el brainstorming, de formas de trabajo como la colaboratividad y la asociatividad, del conocimiento de técnicas de administración y análisis organizacional, comercial, económico y financiero, del uso intencionado de las plataformas digitales, etc.
Hay que partir enseñando a los estudiantes de Enseñanza Media qué es y cómo se presenta un proyecto de emprendimiento social, por ejemplo. El proyecto es un tipo de texto y las asignaturas de Lenguaje, Matemáticas, Ciencias Sociales y Educación Tecnológica, entre otras, pueden perfectamente trabajar en conjunto para implementarlo.
¿Cuándo empezamos?
prof. Benedicto González Vargas
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