En una vieja mansión de campo, una abuela contaba historias a su nieta, cuentos de hadas que deleitaban su infancia. Cuando ya era una joven de hermoso corazón, la niña fue a cuidar los últimos años de su abuela al viejo castillo. Trabajadora como era, hizo algunos cambios para hermosear el jardín, eliminando una antigua laguna convertida en pantano y plantando jardines y rodeados por piletas con hermosos peces. A la abuela no le gustaron los cambios, pero los aceptó.
Una vieja rana que se hacía llamar reina hablo un día con la joven y le contó una enrevesada historia de magia, traición y engaños que la tenían convertida en batracio. La solución pasaba por robarle a la abuela un cofrecito con cosas que la devolverían a su condición humana original. Las acontecimientos que siguen son muy entretenidos y siempre nos hablan de la lucha entre la bondad y la maldad, el vicio y la virtud.
George Sand escribió esta historia y otras dos más (El castillo de Cumbrecorva y La nube rosa) para deleite de su nieta Aurora, tratando además de inculcarle unos valores feministas que resultaban muy revolucionarios en su época. Sand cultiva el cuento de hadas, cuyos símbolos y arquetipos son el vehículo tradicional del acervo cultural, inconsciente, pero esencial para que el individuo se integre e identifique dentro de la sociedad, dicho vehículo y símbolos adquieren, gracias al talento literario de la autora, nuevos contenidos acordes con el carácter inconformista y revolucionario de esta mujer, Amantine Dupin, que escribió bajo el pseudónimo varonil de George Sand.
Sus cuentos reivindican a través de sus protagonistas, todas niñas, la igualdad entre los sexos y entre todos los seres humanos, y los derechos de cualquier niño a tener las cualidades propias de la infancia: curiosidad, espontaneidad, imaginación, ausencia de prejuicios, capacidad de aprendizaje.
Bella historia que se lee en apenas unos minutos y que permanece tan fresca y vigente que como cuando fue creada.
prof. Benedicto González Vargas
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