lunes, 30 de diciembre de 2019

La respuesta

(de Helein Reinhardt Gómez)


Tal vez era más de medianoche, no lo sabía. El tiempo había escapado de sus ojos muchos meses atrás. La obscuridad de su interior era casi tan densa como la que había en la celda, pero eso no le importaba; ahora necesitaba encontrar una respuesta y en medio de la noche de su mente desvariaba sin encontrar una mínima luz.
    
      
Lo había hecho, sí, de eso no tenía dudas. ¿Por qué?, por lo de siempre, por averiguar algo, para conocer la verdad que martirizaba su vida desde que tenía uso de razón…¿existe el alma? ¿qué tan fuerte es el espíritu humano? Pero, ¿existe espíritu en el hombre?...había frecuentado todos los credos religiosos y siempre era igual: tenía que tocar el alma con sus manos, era la única forma de calmar su ansiedad y…abrió su cuerpo, buscando el alma, lo rasgó en dos: asesinó. Pero no quería asesinar, más bien pensó en liberar a aquel ser maltrecho de su cárcel corporal, después de todo, era un acto de bondad. Sin embargo, no pasó nada extraordinario, no tocó el alma, esa alma que tal vez dejó libre, esa pobre alma enclaustrada. Si existía, se fugó de sus manos tan aprisa que no hubo nada, no sintió nada y en sus más íntimos pensamientos deseaba amar, amar a esa alma que haría suya por haberla liberado. Amar algo, a alguien; amar y terminar con sus razonamientos, con sus dudas y temores. Pero nada, absolutamente nada.

Hacía frío, volvió a escuchar en sus oídos palabras ajenas que le fueron gritadas: asesino, bestia humana, asesino, asesino… Se fue recogiendo sobre su propio cuerpo hasta quedar a ras de suelo. Se sentía bañado en sudor y su cabeza parecía una bomba de tiempo… Pronto sería su cuerpo el que abriría la misteriosa puerta y por fin conocería la verdad o la nada: al fin sentiría esa alma indestructible o tal vez ya no habría nada para prolongar la existencia. Ahora era su turno, ahora lo podría averiguar y entonces…por qué el miedo, era más que eso, era terror, todo su ser sentía terror y algo muy sutil aleteaba en su pecho. No sabía a quien recurrir, nunca pudo creer en Dios, porque no pudo comprobar la existencia de ese misterio humano que aseguraba la presencia divina en el hombre. Quería invocar a Dios, pero sus labios se negaban, no podía pronunciar ninguna palabra, estaba como en estado de congelación, no lograba manejar su propio cuerpo, sin embargo…había algo que no dejaba de funcionar, qué era aquello. Su cuerpo no respondía, pero las ideas seguían naciendo unas tras otras, sin detenerse.

Trató de pararse, fue inútil. Escuchó las voces grises de seres desconocidos  que venían a buscarle, era la hora, después de todo tendría su respuesta. La celda fue abierta y las voces se acercaron, le ordenaron ponerse de pie, intentó hacerlo y no pudo. Las voces se aproximaron y movieron su cuerpo, se sintió un golpe frío.

–Ha muerto –señaló una de las voces–

–¡Muerto! –pensó– entonces…qué es lo que sigue vivo en mí. Entonces, es cierto…

Una extraña sensación de paz inundó sus pensamientos y al fin pudo ser verdaderamente libre.


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