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"Dicen que Ana María Machado conoce el latido secreto de las palabras. Y que por eso sabe jugar con ellas al tiempo que, casi como al pasar, va contando una historia. Dicen que sus relatos, siempre con humor, siempre lúcidos, logran atrapar las voces dispersas de la calle. Y dicen, además, que con todo eso logró darles status literario a algunos de los problemas más difíciles de su Brasil natal y de su tiempo. Y que supo hacerlo, también, en forma de historias para chicos.
Por todas estas cosas, durante la Feria del Libro de Bolonia, en Italia, el Ibby (International Board of Books for Young People). le otorgó el Premio Hans Christian Andersen, el equivalente al Nobel de la literatura infantil. Con más de cien títulos publicados entre obras para niños y para adultos -Palabras, palabritas, palabrotas (Emecé), Pimienta en la cabecita (Norma), Yeca, el tatú y Buenas palabras, malas palabras (Sudamericana), entre los libros traducidos al español- con un trabajo teórico que ha dejado huella, Ana María Machado hace muchos años que era firme candidata para el Andersen.
Y, sin embargo, la literatura infantil fue un descubrimiento tardío para esta mujer nacida en Río de Janeiro en 1941, primera de nueve hermanos de una familia cultivada y viajera. Estudió pintura en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde realizó varias exposiciones. Más tarde, decidida a entrar en terreno literario, hizo la Licenciatura en Letras y se doctoró en Lingüística en París, donde estudió con Barthes, Genette y Eco.
¿Por qué de allí a la literatura infantil?
"¿Y por qué no?", se pregunta Ana María Machado y responde:
-A quienes miran de soslayo la literatura infantil, yo les diría que es una literatura más rica, porque puede ser leída por adultos y por niños. Las obras para chicos son las de Carroll, las de Collodi, las de Rodari. Es decir, autores que se ganaron a los lectores pequeños, pero que son tan buenos escritores como Stendhal, Hemingway, Cortázar, como Guimaraes Rosa: nos hablan de nosotros mismos, nos ayudan a crecer, no importa si somos adultos o pequeños.
Ana María Machado parece tener una reserva inagotable de energía. Discute con pasión, no para de pensar ni de reírse. Y sorprende más cuando uno sabe que esta mujer de vitalidad envidiable y contagiosa, escritora desde pequeña, madre de tres hijos y casada desde hace diez años con un músico once años menor, acaba de vérselas con la muerte. En rigor, con un cáncer, con una mastectomía, con un año de quimioterapia y varias operaciones,
-Tuve que cabalf¿gar el dolor todos los días. En todo ese tiempo, algo de la niña que he sido, me daba fuerzas y me ayudaba. Cuando niña creía que sería inmortal. Después tuve que aprender a vivir con la muerte y transformé ese dolor en un encantamiento por la vida. También me puse más rebelde; ahora digo que no con mucha más frecuencia, soy más desaforada, más vehemente para defender mis ideas.
Algo de esa rebeldía dejó su huella también en Italia cuando, después de recibir el Andersen, dirigió unas palabras al público que la había ovacionado. Vivió esa distinción como una consagración para su país y para un modo de entender la literatura.
-Este premio es el más importante en su especialidad. Por un lado, me enorgullece que Brasil gane frente a escritores de todo el mundo. Pero además, éste es un espaldarazo que posibilita que las editoriales de países poderosos, que no le dan importancia a lo extranjero, tengan que ocuparse de nosotros. No quiero hacer un típico comentario demagógico como "este es un premio de toda Latinoamérica", pero sí creo que es el reconocimiento a la calidad de un tipo de libro que se hace en América Latina. Es el libro que aún nace desde dentro del autor, no por encargo, y nace del deseo de comprender la sociedad donde vivimos, quiénes somos como nación y como individuos. Y esa reflexión va junto con el humor, con la poesía. Porque no estoy hablando de libros de enseñanza o de adoctrinamiento; no, son libros que parten de la propia literatura, de ubicarse frente al mundo por medio de las palabras. Las editoriales poderosas están muy preocupadas porque se dan cuenta de que terminan haciendo los mismos libros. La empresa elige el tema, el formato, después qué tipo de personajes necesita (un negro, un inmigrante, elige la clase social) y después decide a quién le encarga que lo escriba.
-Pero estas cosas también suceden en el mercado latinoamericano.
-Por supuesto. Pero en los países industrializados prácticamente ha desaparecido el trabajo artesanal, literario, artístico; ellos están dominados por el mercado. Nosotros todavía tenemos muchos escritores, ilustradores y editores que parten de convicciones estéticas, y también venden (yo vendí 6 millones de ejenmplares). Pese a que también el mercado se entroniza en nuestros países, aún sobrevive una literatura de resistencia. Eso ellos no lo tienen más.
-¿Cuál es el concepto de resistencia en la literatura infantil?
-La resistencia es cultural. Resistir hoy es no aceptar que la literatura se convierta en otro bien de consumo o, por lo menos, que el mercado y el consumo no sean su punto de partida y su justificación. Pero, sobre todo, resistir es defender estéticamente nuestras diferencias culturales, lo que nos hace ser quiénes somos".
Hasta aquí esta interesante entrevista y, por supuesto, ¡Feliz Cumpleaños, Ana María!
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