El pasado 18 de octubre, el académico e investigador José Joaquín Brunner,
´publicó en el Diario El Mercurio, el siguiente interesante artículo
respecto de las universidades chilenas, sus recursos y competitividad
mundial.
Dejo acá el artículo in extenso, para leerlo y comentarlo:
La reciente aparición del ranking de las 200 "mejores" universidades
del mundo que publica anualmente la revista inglesa Times Higher
Education -en el cual no aparece ninguna universidad chilena- ha vuelto a
activar la demanda por una mayor inversión de recursos fiscales en este
sector. En particular, autoridades de algunas de nuestras universidades
que aspiran a ser reconocidas internacionalmente insisten en la idea de
que sin un mayor apoyo del Estado es imposible que sus instituciones
puedan convertirse en entidades de clase mundial.
Este tipo de planteamiento merece ser discutido con atención, incluso si
uno es escéptico (como lo soy yo) respecto de la calidad, consistencia,
rigurosidad y utilidad de los rankings globales y de la importancia que
suele otorgárseles.
Ante todo, porque es efectivo que el presupuesto nacional destina una
cantidad reducida de recursos a la educación superior y la investigación
académica; de hecho, una de las más bajas entre los países con un nivel
de desarrollo similar al nuestro.
Sin embargo, de allí no se sigue,
automáticamente, que el gobierno deba invertir en unas pocas
universidades que anhelan alcanzar un estatus internacional.
Más bien, una estrategia equilibrada para el desarrollo de la educación
nacional debiera impulsar, con prioridad máxima, un sustancial y rápido
incremento de la subvención escolar para los niveles básico y medio, sin
disminuir el esfuerzo que se viene haciendo para extender la cobertura y
calidad de la educación preescolar y la atención temprana de niñas y
niños. De esto depende en gran medida la posibilidad de hacer retroceder
las desigualdades sociales.
En el nivel de la educación terciaria, en tanto, el Estado debe
preocuparse principalmente de financiar becas para jóvenes talentosos
provenientes de familias de menores ingresos y créditos para todos
aquellos jóvenes y adultos que no están en condiciones de financiar sus
estudios superiores.
Sólo después de satisfacer estas necesidades fundamentales, la política
pública podría con legitimidad y eficacia atender a las necesidades de
las instituciones de educación superior, a condición de que éstas
cumplan con los estándares de la acreditación y se sujeten a reglas más
rigurosas de información al público.
Al efecto, todas las universidades acreditadas y dispuestas a informar
con transparencia debieran conformar una agrupación que pueda
interactuar con el Gobierno y participar en la definición de las
políticas para el sector.
El Consejo de Rectores hace rato dejó de cumplir esta misión. Todas esas
universidades debieran estar facultadas además para postular
competitivamente a convenios de desempeño y para obtener recursos
basales (AFD) en caso de que sus proyectos resulten seleccionados por
una instancia independiente. Asimismo, para competir por fondos
destinados al mejoramiento de la calidad docente y el fortalecimiento de
las capacidades de investigación académica. Sólo de esta forma se
podría nivelar el campo de juego para todas las instituciones sin
discriminación.
Por el contrario, no tiene sentido aspirar a que el país cuente mañana
con una o dos universidades de aquellas llamadas equívocamente de clase
mundial, cuyo costo de desarrollo y mantención resulta prohibitivo y que
terminarían sirviendo apenas a una fracción ultra-minoritaria de
estudiantes, la mayoría proveniente, inevitablemente, de hogares dotados
de un alto capital económico, social y cultural.
Una estrategia tal llevaría nada más que a reeditar las tradiciones
elitistas que en el pasado caracterizaron el desarrollo de la educación
chilena, y cuyos negativos efectos -en términos de segmentación escolar,
privilegios estamentales y jerarquías no meritocráticas, patrocinadas
estatalmente- perduran hasta hoy.
Como pueden apreciar, es un artículo interesante porque plantea argumentos
al contrario de los que suelen escucharse cuando aparecen estos rankings
y pareciera ser que sólo basta una apertura del estado para incorporar
recursos, para que nuestras instituciones sean reconocidas en el
exterior.
prof. Benedicto González Vargas
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