Hace un par de meses, el 2 de diciembre pasado, apareció en el Diario La Tercera una interesante entrevista a Margaret Atwood, la notable escritora canadiense, firmada por la periodista española Arantxu Zabalbeascoa. Me pareció tan interesante que la reproduzco in extenso.
SACO MIS IDEAS DE LOS MÁS OSCURO DE LA REALIDAD
Eterna candidata al Premio Nobel y ecologista comprometida, la aplaudida autora de 78 años vive un renacer gracias a la adaptación de su libro El cuento de la criada como serie de TV.
¿Somos lo que recordamos o lo que olvidamos? Un
médico se lo pregunta a la prisionera de la novela Alias Grace, que estos días
regresa a las librerías españolas de la mano de la editorial Salamandra. Tras
el triunfo en los Emmy de El cuento de la criada, convertido en serie de
televisión, su autora, Margaret Atwood (Ottawa, 1939), ha visto cómo también
esta otra obra, basada en un caso real -el testimonio de una joven acusada de
asesinato en el siglo XIX-, pasaba a la pequeña pantalla. Tal vez porque plantea
que la verdad puede estar más en el gris que en el blanco o el negro, la novela
tiene un mensaje actual.
Tras hacerse con el Booker (2000) el Príncipe de
Asturias (2008) y el National Book Critics Circle (2017), Atwood recibió en
Fráncfort el Premio de la Paz de los libreros alemanes. Allí concede esta
entrevista. Con 78 años, viaja sola. Y explica con humor su mayor preocupación:
la destrucción del planeta a manos de nuestras peores costumbres.
Su fama se ha extendido de los libros a
las pantallas. ¿Es lo mismo un lector que un espectador?
En absoluto. Una novela es lo más cerca que puedes
llegar a estar del interior de la cabeza de otra persona. El cine o la
televisión te involucran, pero lo que ves es una actuación. Con la novela,
estás en la acción.
¿Se puso como reto probar todos los
géneros?
Nadie me dijo que no pudiera hacerlo. En mi
juventud no había cursos para escritores. Creo que si vas a uno te aconsejan
que te especialices, pero no fue mi caso. Simplemente he escrito lo que he
querido. Creé ficción, poesía, ensayo, teatro y dibujé cómics siendo una
adolescente. Lo sigo haciendo. Canadá, en los años 50, era un país con pocos
escritores. Algunos de los más célebres ni siquiera se publicaban allí.
Disfruté probando lo que había disfrutado como lectora.
Atwood se ha cansado de decir que no escribe
distopías -mundos imaginarios indeseables-, sino ficción especulativa -relatos
imaginarios basados en hechos reales, no en marcianos, y que, por lo tanto,
podrían suceder-.
¿De dónde saca esas ideas?
De lo más oscuro de la realidad.
¿Tiene equipo de documentalistas?
Solo cuando escribí Alias Grace, basada en un caso
real. Hago lo demás sola, incluida la parte científica. Crecí rodeada de
científicos.
Carl Atwood, padre de la escritora, era entomólogo.
Una investigación sobre insectos vitales para el paisaje canadiense al norte de
Quebec lo salvó de participar en la Segunda Guerra Mundial e hizo que Margaret
y su hermano mayor, Harold -su hermana Ruth es mucho más joven-, pasaran su
infancia en el bosque, "mi ciudad natal". "No fui al colegio
hasta que cumplí 13 años. Mi madre -Margaret Killam, que era dietista-
conseguía los libros y nos enseñaba la lección". Esa infancia de libertad
y aislamiento explica que el paisaje sea un personaje más en sus libros.
También que ella hable de él como de su casa.
¿Cuánto influyó en Alias Grace la
información que aportan los documentalistas?
Leímos todo lo publicado sobre Grace Marks: libros,
actas y periódicos. Y la suma de esa información era contradictoria, lo que, naturalmente,
la hizo aún más interesante. Cuando te basas en hechos reales no puedes alterar
ni una descripción.
La editorial Salamandra ha recuperado
esa novela y Netflix la convirtió en serie de televisión. ¿Dónde reside su
vigencia?
Tiene el tiempo como marco, no como contenido. La
serie también es buena. El espectador no sabe si la actriz está mintiendo o no.
Lo borda.
Describe la inmigración durante el
siglo XIX. ¿De dónde llegó su familia a Canadá?
La respuesta corta es que a todos los echaron de
sus respectivos países. Algunos puritanos llegaron de Inglaterra. Eligieron la
religión equivocada. Lo mismo que mis antepasados franceses, hugonotes
expulsados. También había familia desterrada de Escocia y galeses, que no
fueron expulsados, pero llegaron por necesidad económica. Tras asentarse en
Nueva Inglaterra, en la revolución americana también escogieron el lado
equivocado. No tengo un historial muy bueno. A lo mejor por eso soy tan
inconformista.
El cuento de la criada habla del
peligro de la realidad bajo la modernidad. ¿Qué debemos hacer para que el
progreso sea verdaderamente evolutivo?
El progreso solo puede significar una cosa: que la
gente sea tratada de manera justa y equitativa. No parecemos avanzar por ese
frente, aunque sí lo hemos hecho por décadas, si no, usted y yo no estaríamos
aquí sentadas. En 1845 usted no hubiera tenido trabajo y yo no hubiera sido
escritora.
¿Augura un retroceso?
Generalmente, cuando un segmento de la sociedad
consigue ciertos derechos, otro quiere privarlo de ellos. Ahora mismo ocurre en
EEUU, en el ámbito de los derechos de la gente que no es blanca. No hablo solo
de los negros, también los mexicanos y quienes no son percibidos como parte de
la cultura predominante pierden derechos. Si no pueden quitarles el derecho a
votar -como han intentado ya-, los privarán de otra manera. Dictaminarán que
quien haya tenido una condena penal no puede votar y arrestarán a la gente para
evitar que voten. Eso se llama Estado policial. Cuando los policías se
convierten en jueces y ejecutores, uno vive en un Estado policial.
¿Eso sucede hoy en EEUU?
Sucede para algunas personas que viven en EEUU. No
para todos los ciudadanos norteamericanos.
¿Cómo remediarlo?
Diciéndolo: vivimos en un Estado policial. ¿Es ahí
donde queremos quedarnos? En casi cualquier país del mundo hay un grupo que no
recibe el mismo trato que el resto. Los defensores de esta situación argumentan
que la gente no se esfuerza si no obtiene beneficios por ganar mucho dinero. Y
eso pudo ser cierto en algún momento, pero ahora, en EEUU, existe una élite
hereditaria que actúa contra la meritocracia.
¿Ocurre lo mismo en Canadá?
No. Proporcionalmente, tenemos muchos más
inmigrantes recientes y una población indígena mayor. EEUU se metió en guerras
de exterminio durante el siglo XIX. No se pueden llamar de otra manera. Sobre
todo en California, tenían orden de limpiar el Estado de indígenas.
¿En Canadá no?
Allí no se metieron en guerras de exterminio. Por
eso hoy hay proporcionalmente más indígenas en Canadá y controlan más parte del
territorio. Son clave en las negociaciones y en la toma de decisiones. Sería
muy estúpido que alguien pretendiera hacer algo en su territorio sin
consultarlos. Canadá, además, es un país multilingüe. Tenemos dos idiomas
oficiales que, en realidad, deberían ser tres. El tercero debería representar a
los indígenas.
En el anuario de su instituto declaró
que su ambición era escribir "la gran novela canadiense". ¿La ha
escrito?
No creo que haya escrito solo una (risas).
Es muy activa en Twitter. ¿Internet
dará poder a los desprotegidos o perpetuará a los poderosos?
Ya ha logrado dar voz y organizar a mucha gente.
Como cualquier invención humana, tiene una parte positiva, otra negativa y una
más inesperada. Si alguna de esas partes se acentúa y se convierte en un arma
negativa -digamos con rusos manipulando los resultados electorales-, está por
ver. En cualquier caso, las redes no tienen ya el carácter utópico que buscaban
quienes las crearon, cuando querían comunicar a todo el mundo.
¿La relación con la naturaleza es
también una educación?
La naturaleza no es algo que está ahí fuera. La
naturaleza somos tú y yo. Es tu cuerpo físico, el aire que respiras y el agua
que estás bebiendo ahora mismo. Todo eso es la naturaleza. Destrozarla es
destrozar la humanidad. Si la naturaleza se va, nos vamos todos.
¿El cambio climático es su principal
preocupación?
Déjeme que se lo resuma mucho: si los océanos se
mueren, dejaremos de respirar. Porque son los que hacen posible el oxígeno del
aire. Esa es la parte a la que no prestamos atención. Somos conscientes de que
las inundaciones y los veranos eternos pueden ser causados por el cambio
climático. Sin embargo, no conseguimos pensar a largo plazo. Hacerlo exige
unión, acuerdos, diálogo. Cuando hayamos sido capaces de preservar la
atmósfera, tal vez consigamos que todo el género humano sea humano.
¿Qué hace Ud. para no contribuir a que
nos quedemos sin oxígeno?
No tenemos coche, usamos el transporte público o
caminamos. Necesitamos un inventor con la suficiente audacia para convertir
todo el destructivo plástico del océano en un material constructivo. Sería un
buen material porque admitiría capas de aire que servirían para mejorar el
aislamiento.
Se le va la cabeza imaginando
soluciones. Eso es algo habitual en su ficción especulativa, una característica
del género que roza lo posible. ¿La sobreexposición informativa ha hecho que
seamos más o menos crédulos?
Cuando escribí El cuento de la criada no había
libros sobre distopías. Eso llegó más tarde, tras el 11 de septiembre. Hubo un
momento, en los 40 y 50, en que abundaron. El siglo XIX, en cambio, estuvo
plagado de utopías. Realmente creían que el progreso era inevitable. Luego,
tras la Primera Guerra Mundial, aparecieron grandes dictadores y se hizo
difícil escribir una utopía convincente y más fácil escribir una distopía
creíble. Por eso hubo tantas. El gran miedo de los 50 era explotar con una
bomba atómica. En los 70, recuperamos la utopía, aplicada al mundo de la mujer
y a la manera de pensar en los géneros como algo menos fijo. En los 80, todo
eso se había acabado. En los 90, la Guerra Fría había terminado y la distopía
dejó de ser un género. Ahora, la urgencia por hacer algo contra el cambio
climático y por reflejar la inestabilidad social las ha vuelto a hacer
necesarias.
Se ha cansado de repetir que el feminismo
es la equidad, no la venganza. ¿Por qué un personaje femenino inteligente se
percibe como un peligro?
Supongo que se retrotrae a que nadie quiere
describir una madre que dé miedo. Cuando eres una persona mayor puedes elegir.
Puedes ser una vieja bruja malvada o una anciana sabia. A mí me gusta alternar.
Un vecino mío abogado me vio en otoño barriendo las hojas del jardín y me
advirtió: "Margaret, no deberías hacer eso". "¿Qué quieres
decir, Sam?". "No deberías estar ahí fuera con la escoba. ¿No sabes
que te llaman la bruja malvada del barrio?".
¿Qué le contestó?
Le pregunté si no sabía que el miedo genera más
respeto que el amor. No está mal dar un poco de miedo.
Suele decir que si el mundo te trata
bien terminas por pensar que lo mereces.
Eso siempre es verdad.
¿A usted la ha tratado bien?
Sí, pero soy canadiense. Nunca nos permitimos pensar que lo merece
Hasta aquí esta interesante entrevista. Los invito a leerla y comentarla.
prof. Benedicto González Vargas
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