Acabo de terminar de leer de El Símbolo perdido, la última novela de Dan Brown y,
efectivamente, tal como se ha comentado en distintos lugares, el libro
atrapa en una lectura que no deja lugar para esperas demasiado
prolongadas. Confieso que me leí sus más de quinientas páginas en tres
días y la inversión hecha en el ejemplar adquirido me satisfizo
plenamente.
Lo primero que quiero señalar es destacar algo que no siempre se dice,
ya que muchos de los lectores académicos miran de lejos este tipo de
literatura tan mediática y suelen resaltar los ripios literarios y las
faltas históricas de la publicación. Sin embargo, se calla, tal vez por
ignorada, la profunda investigación que el autor suele hacer antes de
escribir y publicar sus obras, sus datos son ciertos, podemos discrepar
de sus puntos de vista o conclusiones, pero casi todos los sitios son
verificables. ¿Es eso importante? Sí y no.
Sí, porque el autor nos propone desde el principio el juego de
corroborar los lugares mencionados.
No, porque es literatura y, por lo tanto, ficción. Daría lo mismo si
todos los lugares fueran inventados, como ocurre en tantas obras.
Aunque, claro está, la trama de esta particular novela requiere que los
lugares e instituciones mencionadas sí existan.
Y hablando de la trama, vuelve a aparecer el prof. Robert Langdom quien,
esta vez, llega a Washington con la intención de dictar una conferencia
y se ve envuelto en la escalofriante aventura que nos relata la obra.
El Instituto Smithsoniano, la CIA, la Masonería y otras intsituciones no
menos notables, van desfilando en la novela en la medida en que los
personajes se van identificando con ellas y forman parte de una historia
que no da tregua al relajo.
Por otra parte, en mi opinión, esta obra que es un thriler de suspenso,
nos propone en último término una mirada bastante mística de la vida,
algo que me resulta muy inesperado, pero muy palpable.
Respecto de lo
que se dice de las logias masónicas, creo que Brown intenta, en todo
momento, mostrar la calidad moral de sus miembros, su altura de miras. Y
aunque bien sabemos que las instituciones están formadas por hombres y
éstos, por cierto, pueden en muchas ocasiones defraudarnos, no es menos
cierto que una institución no es menos por lo que haya hecho alguno de
sus miembros. Desde esta perspectiva concuerdo con Brown en su mirada
sobre la Masonería y en su argumento de que es una de las instituciones
sobre las que más se miente y tergiversa su mensaje.
Si con los libros anteriores del autor, el Opus Dei, la Iglesia
Católica, la curia del Vaticano y otras entidades, rasgaban vestiduras
porque salían dañadas de las obras, me parece que los masones pueden
felicitarse por encontrar en esta novela un espacio donde sus ideas y
trabajos son tratados con respeto y dignidad, lo que no es menor.
En definitiva, si queremos un par de tardes muy entretenidas y de rara
sensación de vertiginosidad, sin exigir demasiada escuela literaria o
profundas reflexiones estéticas, El símbolo perdido es su libro y se lo
recomiendo vivamente.
prof. Benedicto González Vargas
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