Patricia Sadovsky es profesora de Matemáticas, titulada en el Instituto Superior del profesorado Joaquín V. González, nació en Buenos Aires en 1953, además es doctora en Didáctica de la Matemática por la Universidad de Buenos Aires.
Ha publicado dos importantes libros pedagógicos: Enseñar Matemática hoy y Reflexiones teóricas para la Educación Matemática,
por sus conocimientos, sus reflexiones en torno a la enseñanza de las
Matemáticas y la influencia que ejerce en dicho ámbito, la entrevista aparecida en la página de la O.E.I., me parece de especial relevancia y por eso la publico in extenso, para que la analicemos y comentemos.
¿Cómo pensar hoy la enseñanza de las matemáticas en el
contexto del aula, de la escuela, de la cultura? En general la didáctica
tendió a centrarse casi exclusivamente en el aula, pero tu perspectiva
plantea que no alcanza para pensar en los procesos de transformación de
la enseñanza.
-El recorte del aula es necesario. El otro día escribí algo para mi trabajo
en SUTEBA, donde decía que se necesita una generosa confluencia de
miradas para que las producciones de quienes estudian y también de
quienes actúan en la escuela puedan constituir aportes sustantivos a fin
de elaborar estrategias de mejora. Es decir, me parece importante que
cada uno
de los distintos recortes que miran a la escuela pueda seguir
desarrollándose, pero hay que entender que ninguno alcanza por sí solo y que es necesario el diálogo entre ellos para pensar las condiciones de transformación y de legitimación de la escuela.
Creo que el “recorte aula” es necesario porque contribuye a
desnaturalizar el conocimiento. Y con esto me refiero a dos cosas: la
primera es revisar la idea
de que la enseñanza de un determinado tema remite a un conjunto de
prácticas más o menos predeterminadas. Por el contrario, a propósito de
la enseñanza sobre un campo de ideas hay muchísimos recorridos posibles
que están condicionados por el tipo
de problemas que se proponen para su estudio. Ligar las ideas a los
problemas a partir de los cuales se producen dichas ideas es un
movimiento necesario de desnaturalización.
La segunda cuestión está en diálogo con la primera, y es que cuando se habilita a los alumnos, cuando se abre verdaderamente el fuego,
las estrategias que ellos proponen para abordar una problemática pueden
ser diferentes de las que imagina el profesor. Es interesante que
pensemos que esas ideas que elaboran los alumnos son constitutivas de
aquello que el profesor quiere enseñar. Me gusta ofrecer una imagen:
puedo pensar la relación entre el pensamiento del profesor y el de los
alumnos como una cuestión de distancias. En ese caso, se trataría de
acercar lo más posible a los alumnos a las ideas del profesor. Sin
embargo, si pensamos que se trata de sistemas de ideas diferentes, la
pregunta por la distancia pierde sentido. Se trataría, entonces, de
concebir la enseñanza como un modo de favorecer el diálogo entre esos
sistemas de ideas, de modo que los alumnos transformen sus ideas en la
interacción, y en algún sentido que también las transforme el profesor,
en la medida en que accede a modos de mirar una cuestión que resultan originales y difíciles de imaginar para él que ya tiene el saber muy elaborado.
En este sentido, el “recorte aula” es fundamental para estudiar
los procesos de producción en la clase. Ahora bien, sabemos hace mucho
que el modo en que finalmente se desplegará el conocimiento adentro del
aula está muy condicionado por la organización de la institución
escolar, que a la vez está inserta en la sociedad. Continuando con imagenes
geométricas, podríamos decir que no se puede entrar al aula sin pasar
por la escuela pero no se habrá recorrido la escuela sin entrar a las
aulas. Si las miradas no confluyen, tendremos muchas dificultades para
generar una legitimación fortaleciendo la función central de la escuela,
que es la de poner a los jóvenes frente al conocimiento y habilitar que
puedan mirar la realidad desde distintos aparatos de ideas.
-Entonces, si la pregunta ya no es más, o no debería ser,
por la distancia que separa a ese alumno de “mi” conocimiento, ¿cuál
sería la pregunta que organiza el trabajo del profesor? Es claro
que no nos da lo mismo qué construyen los alumnos en el espacio del
aula. ¿Qué vuelta le das vos en el trabajo con los profesores de
matemática?
-Es muy interesante, y muy revelador para los profesores, cuando
al escuchar las propuestas de los alumnos pueden interpretar cuáles son
las ideas que sostienen esas propuestas, más que evaluar si lo que
plantean es correcto o erróneo. Un alumno posicionado genuinamente en un
vínculo con la problemática que se está planteando en el aula, y cuando
digo genuinamente estoy pensando en un alumno con interés en abordarla,
con sus ideas puestas al servicio
de abordarla, produce ideas sobre las que hay que trabajar, no para que
las descarte de plano porque alguien le dijo que son erróneas, sino
para que entienda por qué son inconsistentes. Pienso en un movimiento
que es dejar de pensar las ideas erróneas en primer lugar como erróneas,
y concentrarnos en que son ideas. No estoy relativizando el
conocimiento, ni estoy diciendo que vale todo
y que construyamos nuestra propia matemática dentro del aula. No, nada
de eso. Pero cuando pienso en términos de una idea de un alumno y no en
términos de un error o de una dificultad, como docente me convoco a que
el alumno encuentre la inconsistencia entre lo que propone y lo que
sabe. Ahí el profesor se puede preguntar cuáles son los elementos
disponibles en la clase que permiten a los alumnos darse cuenta de la
inconsistencia de su propuesta y transformarla. La posibilidad de
transformar las ideas de los estudiantes para que entren en contacto con
las ideas de la disciplina radica en la oportunidad que tengan los
estudiantes de incorporarlas en la discusión en el aula.
-Hablabas de alumnos que se posicionan genuinamente para
abordar un problema, que se disponen a trabajar en el aula. ¿Cómo se
arma esa “disposición a trabajar”? Ese es un gran problema hoy, sobre
todo en las escuelas secundarias.
-Cómo se arma la disposición es una gran pregunta, y puedo
aproximar respuestas en pequeña escala, porque a gran escala creo que no
está construida esa respuesta. En mi experiencia de trabajo colectivo
con profesores de Florencio Varela que hago en el marco de la
investigación que llevamos a cabo en SUTEBA, hacemos un trabajo de
proyección o de planificación compartida en cuya implementación
participa no solo el profesor a cargo del curso sino otros integrantes
del grupo que acompañan registrando las clases. En esta planificación
nos preguntamos cómo responderán los alumnos a nuestras propuestas, y
cómo armamos las propuestas para que las ideas que nos interesa tratar
puedan emerger en la interacción en el aula. Es un trabajo de
anticipación, de análisis de la potencialidad de lo que estamos
planteando. En este sentido los chicos están presentes en la discusión,
son nuestros interlocutores implícitos en el momento de tomar
decisiones. De esta manera se instala un lazo entre los problemas que
vamos a proponer y los recursos que los alumnos pondrían en juego para
resolverlos. Implícitamente, hay dos preguntas básicas que comandan la
discusión: ¿cómo van a hacer esto?, ¿queremos promover que hagan
esto? Este diálogo imaginario con los alumnos, esta anticipación acerca
de sus posibilidades, ayuda a configurar en las cabezas de los
profesores un estudiante que va pudiendo, un estudiante que se involucra
en un recorrido a partir de su participación en los intercambios que se
sostienen en el aula, un estudiante capaz de hacer algunas relaciones a
partir de las cuales podrá elaborar otras en el juego de la
clase. Cuando uno hace eso como experto, piensa en un sujeto genérico,
pero cuando lo hace con los profesores, ellos piensan en sus
alumnos reales, cada uno piensa si “los míos van a poder” o “no van a
poder”, y empiezan a imaginarse alumnos que hacen cosas. Se construye
una intencionalidad como parte de ese trabajo colectivo que modifica la
posición del docente respecto de sus expectativas y esto interviene de
alguna manera en la disposición de los estudiantes. Otro aspecto que
genera buenas condiciones es que los docentes van a las aulas con
compañeros que toman registros, que lo ayudan con los chicos. Y los
chicos ven docentes que están haciendo un movimiento para la enseñanza
de ellos, y se disponen de otra manera por ese hecho. El trabajo
colectivo supone un sostén para los profesores y a la vez una exigencia.
Es un modo de hacer pública la enseñanza en serio. Y aunque resulta
exigente para ellos, los ayuda a construir confianza en el proyecto, una
confianza que habilita a los chicos a desplegar lo que piensan. Cuando
los chicos quedan habilitados, hay más condiciones para que se dispongan
a trabajar, a interesarse en esa propuesta que lleva ese docente.
Obviamente, la propuesta debe ser desafiante y posible. Esto no sortea
el dramatismo de algunas condiciones muy críticas pero amplía el
universo de lo posible mucho más de lo que uno imagina. Como verás,
estoy haciendo hincapié en el trabajo colectivo tanto para pensar la
clase como para trabajar dentro de ella. A esta altura estoy convencida
de que concebir la docencia como un trabajo colectivo es un requisito
fundamental para generar otra disposición en los alumnos.
-En ese camino, ¿no hay algo a repensar de la selección
curricular? Hay una pregunta que viene de los chicos que es “y a mí,
¿para qué me sirve?” que hay que tomarse en serio. Muchas veces los
contenidos escolares se piensan más en función del éxito escolar, de
seguir en la universidad –cosa que hace sólo un grupo– que en función de
otro tipo de cuestiones que tienen que ver con una relevancia para sus
vidas, sean las que sean…
-No es algo que pueda responder contundentemente. Me parece
importante pensar en términos de cuál es para los alumnos la experiencia
de producción dentro de un aula: creo que esto es lo más sustancial. No
creo que uno tenga que decir que, si es de Ciudad Oculta, un chico
necesita aprender funciones, y si es de Mar del Plata, necesita
polinomios, por dar cualquier ejemplo. No creo en eso, no estoy de
acuerdo. Creo que hay un universal, además de los particulares que
alojan a la diversidad, y el universal para mí es una experiencia
intelectual sustantiva. Eso es lo que la escuela debería brindar a
todos. Uno puede pensar cuáles son las zonas más potentes para que eso
se despliegue. Ahí sí hay algo a revisar desde lo curricular, porque se
podría seleccionar un programa de trabajo eligiendo aquello dentro de la
disciplina que tiene más posibilidades de desplegar una experiencia
intelectual sustantiva, y que tiene más posibilidades de entrar en
diálogo con problemáticas complejas. Este es un tema pendiente de la
escuela: generar en serio condiciones para que los chicos puedan abordar
problemáticas complejas y para que puedan reconocer el trabajo de
distintas disciplinas que convergen en la solución de esas
problemáticas. Pero para eso los chicos tienen que saber cosas de esas
disciplinas; si no saben cosas, no lo pueden hacer. El tema es cómo se
arma este juego entre aprender cosas de la disciplina y aprenderlas
abordando problemáticas complejas. Ese juego sigue siendo objeto de
indagación, no es sencillo. Muchas veces se simplifican tanto las
problemáticas que se termina tratando algo banal que no supone
aprendizajes nuevos para los alumnos.
Ahora bien, para abordar problemáticas complejas se necesitan
espacios institucionales distintos de los que hay hoy en las escuelas.
La formación de profesores sigue siendo estrictamente disciplinar, y uno
puede ver que, desde la formación, los profesores no están en
condiciones de enfrentar en el aula el uso de la matemática en
problemáticas relativamente complejas y que involucran a otras
disciplinas. Si no se asoman a eso en la formación, es mucho lo que les
queda para indagar cuando ya están en la institución escolar.
-Hablando de la formación docente, desde mi perspectiva
hay un problema en los últimos años que tiene que ver con un énfasis
fuerte en la didáctica de los procesos, y parece que los contenidos o
los resultados no importan porque son “productos”. Uno lo ve en las
aulas en un rebote complicado: los chicos se apropian de eso que decimos
los docentes, y entonces, en su negociación cotidiana, te dicen que no
importa que hayan hecho mal la cuenta porque lo que importa es el
proceso, entendido incluso a veces como el procedimiento mecánico.
-Creo que son contradicciones falsas la del proceso-resultado o
la de teoría-aplicación. Creo que, obviamente, interesa el recorrido,
interesan las condiciones de producción, e interesa que un alumno esté
en condiciones de validar lo que hace y que, si está mal, lo pueda
corregir. Se necesita también que los alumnos estén en condiciones de
poner a prueba lo que aprenden. Si hay un proceso que no se concreta en
poder resolver, se puede apreciar poco la potencia del conocimiento, y
creo que una de las cosas que hay que fortalecer es esa: que el
conocimiento sirve para resolver cosas, para pensar cosas, para poder
contrastar soluciones y alternativas.
Vuelvo a la pregunta de “a mí para qué me sirve”. Podríamos decir
que un alumno que, inmerso en una maraña de discusión, no logra, como
producto de su experiencia educativa, identificar cosas y procesos, ese
alumno participó de un proceso pero no necesariamente queda habilitado
para reutilizar lo que aprendió o para tener un vínculo con el
conocimiento sustentable más allá de la escuela. Ahí veo un problema. En
la escuela habría que poder generar una experiencia que le permita a un
alumno decir “esto no lo sabía y ahora lo sé, y sabiendo esto que
aprendí puedo resolver esto otro que antes no sabía resolver”. Eso les
permitiría a los jóvenes construir la idea de que uno puede ir
elaborando recursos para abordar las cosas. Esa es una idea que está
invisible en los pibes, hoy. Una pregunta fundamental para los que de
una u otra manera intervenimos en la enseñanza debería ser: cómo hacer
para que tengan esa experiencia de la potencia del pensamiento, en el
pedazo que la escuela puede, que no es el todo, claro. Pensar es
relacionar ideas y producir nuevas ideas, tener la experiencia de, a
partir de ideas, producir ideas. Lo que nos tiene que preocupar es cómo
hacemos para que eso pase en las aulas.
Como puede apreciarse, es un tema realmente importante y las opiniones de la Dra. Sadovsky, importantes de tener en cuenta.
prof. Benedicto González Vargas
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