En el caso de estas Sombras, no hay que obedecer el natural instinto: basta con leer un poco para darnos cuenta de que estamos ante algo muy lejano a la cursilería boleresca o al romanticismo pacotillero de las canciones de amor. Beatriz García Huidobro ha creado un personaje, esta Marcela que escribe en primera persona su drama sórdido, de esos que se ocultan para no encrespar la superficie rigurosamente almidonada de la vida social. La mujer que fracasa en una primera tentativa matrimonial, que busca sucedáneos, que encuentra lo que parece una solución con todos los atributos de la felicidad conyugal y que remata en un desmoronamiento no menos doloroso, aunque por razones diríamos opuestas al anterior, donde estuvo antes la frivolidad ahora está el machismo con su inherente dosis de inseguridad.
La perspectiva desde el sujeto protagonista hace que se diluya un tanto la visión del conflicto mutuo y, a la vez, permite que se acentúen las notas del drama íntimo y de su reflejo en el ambiente externo, aquel de la familia y los círculos sociales.
En manos de Beatriz García Huidobro, el retrato de la protagonista y del ambiente que la envuelve (oficina, familia, mundo lejano, de las amistades ya algo perdidas) es consistente, valedero. Salvo algunos pormenores (como la escena del amorfo fugaz) que poco aportan a la contextura de la trama Sombras nada más es una novela lograda que hace esperar mucho más de su autora.
Publicada originalmente en Revista de Libros N° 563 (19 de febrero de 2000)
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