Ya me he referido antes a la interesante y profunda dramaturgia de Juan Radrigán que siempre logra su objetivo de dejarnos cavilando respecto de las situaciones de injusticia, miseria, opresión y al mismo tiempo esperanza de sus personajes. En esta ocasión quiero referirme a su obra El príncipe desolado que se está presentando en Centro Cultural Mapocho, en el marco del Festival Santiago Off.
En dicha obra, el autor revitaliza el antiguo mito del ángel caído cuya función es conseguir que los seres humanos caigan ante la tentación y opten por el mal. La lucha entre el bien y el mal, entonces, se presenta como la motivación inicial de la obra; sin embargo, en esta lucha que Luzbel emprende, topa con un pueblo donde todos los ciudadanos cumplen a cabalidad las normas establecidas, donde no hay faltas a la moral y donde impera el orden: se trata de una dictadura.
En esta sociedad, tan típica de la historia latinoamericana, el poder político es tan eficiente que logra imponerse e imponer con ello un cumplimiento irrestricto de las normas jurídicas sobre las cuales se funda la convivencia social de aquel pueblo, cuya moralidad inconmensurable es, a todas luces, espúrea.
En efecto, la gran lección de la obra es que toda opción por el bien o el mal, por lo establecido o por la ruptura, debe fundarse en el libre albedrío, en la verdadera posibilidad de elegir. Una moralidad impuesta por decreto, donde es el miedo el que obliga a cumplir las leyes establecidas (para reproducir infinitamente la tiranía) no es sana, ni sensata, ni honesta.
Ante esta situación, sociológicamente hablando tan interesante, se enfrenta este ángel caído cuya lucha se vuelve a la vez heroica y liberadora al intentar destruir un falso orden social que en vez de basarse en la humanidad y la elección personal, es hija de la injusticia y la tiranía.
Prof. Benedicto González Vargas
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