lunes, 11 de septiembre de 2023

Salvador Allende Gossens ante las puertas del templo

 

No es este un artículo que busque provocar a nadie. Ni a los fieles herederos políticos de las ideas de Allende, ni a los cristianos que, dejando de lado su inclinación marxista, le reconocen un lugar en la lucha contra la pobreza, ni a los masones, que lo llaman Querido Hermano y lo han nombrado patrono de una decena de logias dispersas por el mundo. Tampoco deseo molestar a sus opositores. La verdad, sin embargo, es que la figura de este extinto presidente chileno no admite tonos intermedios. Se lo ama u odia con una fuerza tal que pareciera estar omnipresente en la vida nacional, más allá de aquella muerte, llamada por su propia mano, y con más altura que la estatua que conmemora su paso por la vida pública de mi país.
Pero hay otra dimensión en este enorme personaje histórico, una dimensión más oculta, incomprensible acaso para algunos; evidente y obvia para otros: Salvador Allende fue toda su vida miembro de las logias masónicas de Chile. Un masón convencido, respetuoso, responsable e influyente, que paseó su verbo prodigioso por los templos esparcidos a lo largo de la república chilena y que, sin embargo, a la hora de su muerte, no contó con las honras reservadas en dicha fraternidad a uno de los suyos que, incluso, fue Venerable Maestro de una logia santiaguina.

El periodista Juan Gonzalo Rocha ha publicado, hace ya casi dos años, la obra Allende, masón, editada por Sudamericana, en la que trata de develar esta filiación un tanto oculta pero nunca escondida por el desaparecido líder chileno. Allende, según dicen, apenas empinándose en la adolescencia, dijo que deseaba “ser como mi abuelo, estudiar medicina y favorecer a los humildes y necesitados”.

Se refería al ilustre Ramón Allende Padín, masón de tomo y lomo, parlamentario radical y fundador en Valparaíso de la primera Escuela Laica del país, se desempeñó como jefe del Servicio de Sanidad del Ejército durante la Guerra del Pacífico, y terminó siendo electo, en 1884, como la máxima autoridad de las logias chilenas al asumir el cargo de Gran Maestro de la Gran Logia de Chile. El pueblo lo conocía, simplemente, como el “Doctor de los Pobres”.

Por cierto que Salvador Allende siguió su ejemplo. Ingresó a la orden y fue médico con una clara vocación social aunque, a diferencia de su abuelo, fue más un salubrista que un doctor dedicado a atender enfermedades.

Ingresó, pues, el militante socialista a la Logia Progreso Nº 4, de Valparaíso, donde se conservan los documentos de su iniciación, y luego prosiguió su carrera masónica en la Logia Hiram Nº 65, en la cual llegaría a ser Venerable Maestro. Se dice que su esposa, Hortensia Bussi, diría en alguna ocasión que “como profesora de historia comprendía el papel jugado por la masonería en la independencia de toda Latinoamérica, pero que no concebía que un hombre moderno, en pleno siglo XX, fuera masón”.

Prueba inequívoca de su vocación masónica dio en la ocasión cuando su partido de siempre, el Socialista, quiso prohibir a sus miembros participar en la masonería (al igual que, hasta hoy, lo prohíbe el Partido Comunista chileno). Allende, entonces, dijo que si su partido lo obligaba a renunciar a la orden, él prefería renunciar al partido y que si, algún día, la orden le pedía renunciar al socialismo, él dejaría la orden. Consecuente como era, más allá de la valoración política que pueda hacerse de su gobierno, siguió firme en la masonería construyendo lo que él llamaba “su templo personal”. Imagen simbólica del autoperfeccionamiento que buscaba a través de los conocimientos exotéricos y esotéricos que entrega la masonería.

Allende, dentro de la orden, tuvo alocuciones notables, dignas de conocerse y destacarse por su oratoria exquisita y grandilocuente. Juan Gonzalo Rocha recuerda la siguiente: “Que el pueblo de Chile sepa que la Hermandad existe, que ésta es real y que palpita, y sólo hará que Chile sea lo que soñaron los Padres de la Patria, aquellos que formaron las Logias Lautarinas: un país dueño de su destino y soberano de su provenir: Por esta tarea vale la pena luchar; por esta tarea vale la pena vencer; o por esta tarea vale la pena perder, porque nunca perderé en lo personal, porque jamás me sentiré derrotado (...) porque podré contribuir a sembrar la semilla del pueblo”.

La vida, sin embargo suele ser extraña. En la hora final su orden no lo apoyó públicamente, tal vez hubo hermanos que permanecieron leales a él, pero la institución masónica en Chile muy temprano aceptó al nuevo gobierno de Augusto Pinochet y no sancionó a las logias que expurgaron de sus filas a los masones partidarios de Allende. Conocido es el caso del general Bachelet, padre de la actual presidenta chilena y que sufrió la cárcel y la tortura de parte de sus camaradas de armas. La logia de Bachelet, preso y enfermo, decide expulsarlo por no pagar las cuotas.

No soy quien para juzgar la actitud de la Gran Logia de Chile en este asunto. Tiendo a creer que su postura fue incomprensiblemente útil en momentos de demasiada confusión. Mal que mal, la orden fue una de las pocas instituciones no intervenidas por los militares chilenos y, aunque con menos visibilidad que la Iglesia Católica, que enfrentó cara a cara a Pinochet, tuvo igual que ella una patriótica y reservada actitud de ayuda a los hermanos caídos en desgracia que, lamentablemente para la masonería chilena, no fueron pocos.

Por eso, cuando retornada la democracia, Allende tuvo los honores que se le negaran a su muerte, el Gran Maestro Marino Pizarro declaró que “este es un acto de justicia de Hermano; un homenaje que se torna universal; un momento para entender la verdadera Fraternidad (...). Su estatura se compuso, como la de todo hombre y todo masón, de luz y caída; de amor y de herida; de pequeños terrones de tierra seca y de las puntas altas y brillantes de todas las estrellas”.

No son pocas las logias y obediencias masónicas en el mundo que consideran a Allende como uno de los cien masones más destacados de la humanidad (lista que integran, entre otros, Washington, Mozart, Franklin, Bolívar, San Martín, Göethe, entre varios otros notables). Actualmente, desde hace cinco años, en Santiago de Chile hay una logia que conmemora su nombre: la Respetable Logia Salvador Allende Nº 191 y hace menos de un año en la República Argentina también se inauguró una con su nombre.

Me he alejado en esta ocasión de mis habituales temas para penetrar un poco en el secreto masónico y para hablar de otra arista tan compleja como todas las que ofrece la personalidad descollante del presidente Allende.

Insisto en que nunca he comprendido los errores de su gobierno y, de haber sido adulto en aquella época, tal vez habría estado en la vereda política del frente. Pero no puedo dejar de reconocer en este médico, socialista, marxista y masón una rara fusión de romántica pasión digna de recordarse con mesura y admiración en un nuevo aniversario de su voluntaria inmolación.

Solo él sabe si logró construir su templo. Sus hermanos lo recuerdan en el Oriente Eterno. Aquí en Letralia recordamos su paso por este mundo.

Benedicto González Vargas

Publicado originalmente en Revista Letralia hace más de 20 años. Para ver original, pinche acá

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estimado visitante, gracias por detenerte a leer y comentar, en cuanto pueda leeré tu comentario y te responderé.