El pasado 21 de abril, Roberto Merino publicó en El Mercurio un interesante y breve artículo sobre las obras literarias escritas para adolescentes, que paso a transcribir in extenso y luego comentar desde mi propia perspectiva y experiencia:
"A veces he escuchado descartar un libro en el entendido de que se trata de literatura para adolescentes; entre ellos, los de Salinger y lo de Sábato. Yo no quisiera utilizar esta categoría para descalificar, porque me parece que es muy difícil -un arte en sí mismo- complacer literariamente a los adolescentes. nadie como ellos lee con el ánimo tan involucrado ni está tan dispuesto a aborrecer aquello que se le antoja mentiroso o burgués o aparatosamente sentimental o fuera de época. Es posible que el reclamo de que los jóvenes de hoy no leen -una carta argumental sacada debajo de la manga con demasiada frecuencia- principalmente encuentra la proyección psicológica de una edad de oro fuera de nuestro alcance: un pasado esplendor donde el conocimiento fluía sin lucro y la gente vivía en una atmósfera culturizada e ilustrada.
Por lo que yo me acuerdo, hace cuarenta años y más se decían cosas parecidas. en ese momento, el enemigo de la lectura no eran los juegos tecnológicos,sino las revistas de historietas. Había expertos que hablaban del peligro que implicaba para los niños el hecho de tomar a superhéroes foráneos e inverosímiles, como modelos a imitar. también estaba el pool, el flipper y el taca taca como puntales de la avanzada siniestra del vicio y la ignorancia.A lo que voy es que se diagnostica con liviandad.
Leer implica un pequeño esfuerzo y todos, por animalidad de base y por sentido común, evitamos los esfuerzos mientras tengamos a disposición un camino más fácil.Mientras en los colegios se siga usando la lectura como instrumento para fomentar valores (valores de los adultos), no veo qué adhesión se va a lograr por parte de los jóvenes.Yo recuerdo a los catorce años haber suspirado de lata entre los poemas de Garcilaso y de Fray Luis. Más que lata, angustia de tener que ingresar por obligación en mundos que me resultaban ajenos y empalagosos, mundos de supuestos pastores y de ermitaños hostiles. No veía en esos textos ni una pizca de belleza. Mucho después y por propia iniciativa, los pude disfrutar, pero hoy he vuelto a desinteresarme. Pongo mi caso porque estoy seguro de no ser excepcional en nada. Si a mí me pasó que las lecturas impuestas me mataron de tedio, sé que debe ser el caso de la mayoría de los tipos de mi generación. por ser entonces un adolescente y porque esta condición estructuraba mi conducta, quería que las páginas de un libro me entregaran verdades cabales, destinos dramáticos como el que yo imaginaba a la medida de mi existencia. Algo de eso encontré en Whitman. la idea de que 'quien toca mi libro me toca a mí' -que ya está en Montaigne- me alegró la vida por un rato, como lo hicieron también las historias terribles de Bajo las ruedas, de Hesse, y de Hermanos enemigos, de Kazantsakis."
En líneas generales suscribo el sentido global del artículo, siempre he sentido mucha distancia con quienes discriminan algún tipo de literatura. mi cercanía con la ciencia ficción, por ejemplo, género al que considero como muy relevante a la hora de entregar historias con contenido dramático, que es capaz de mostrarnos para dónde vamos como humanidad si no enmendamos los rumbos, me ha puesto muchas veces en el medio de comentarios que pueden sintetizarse en considerar a este género como inferior o, derechamente, como fuera de la literatura. lo mismo he escuchado de la literatura policial y, por cierto, de la infantil y juvenil. solo puedo expresar mi repudio ante tanto crítico, académico, docente o literato que así opina, sin darse el trabajo de valorar una obra por el valor intrínseco de ella y quedándose solo en las etiquetas mal rotuladas de otros críticos anteriores, tan poco confiables como ellos. Estoy de acuerdo también con el argumento de las necesidades adolescentes y de que sus gustos están estructurados por su problemática de vida. Siempre digo que, por ejemplo, una novela como Rebeldes, Susan E. Hinton, no me agrada, la considero entretenida, pero no logro encontrarle valores literarios o estéticos sobresalientes, sin embargo, cada vez que la doy a leer a mis estudiantes (y lo hago cada año desde hace una década), a ellos les encanta, los motiva, les permite establecer vínculos con sus propias problemáticas y eso es extraordinario, tanto desde el punto de vista estrictamente literario (cultivando el placer por la lectura), como por el ejercicio pedagógico de acercarlos a la lectura y luego hacerlos reflexionar sobre ella.
Y así me ha pasado con otros títulos, que siguen siendo mis aliados en el día a día docente, aunque en lo personal no satisfagan mis gustos literarios. No concuerdo con el autor en el dejo negativo que pareciera entreverse en su texto respecto de los clásicos, creo que una porción bien medida de ellos, en determinados momentos académicos y con la explicación adecuada de parte del docente, abre muchos mundos nuevos que, aunque los estudiantes no se percaten o lo rechacen francamente en el momento, igual dejará sembrada una semilla estética, lingüística, creativa, etc., que habrá de germinar en el futuro. ciertamente los clásicos no son para darlos solo como lectura domiciliaria, pero un trabajo didáctico con ellos, bien planificado y guiado, rinde frutos.
Por último, discrepo con el autor respecto del tipo de búsqueda de los jóvenes en los libros, ya que mi experiencia me lleva a afirmar que no siempre buscan "verdades cabales" o "destinos dramáticos". A veces buscan fantasía pura; a veces, ensoñaciones amorosas o aventuras inimaginables; a veces, simplemente entretención. Las motivaciones de la lectura adolescente son tantas como adolescentes existen y pretender encasillarlas es una intención algo desproporcionada. no obstante los párrafos anteriores qué duda cabe que el autor tiene razón en varias de sus reflexiones.
¿Qué opinan ustedes?
prof. Benedicto González Vargas
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