Había leído comentarios sobre la obra de este escritor español al que
todos señalan como una revelación en la literatura peninsular y
destacan su ironía y su lenguaje entre humorístico y desafiante,
elementos todos que se llevan bastante bien juntos.
Confieso que al entrar en su primera novela me desconcertó la
fragmentación del mensaje: una historia contada a retazos aparentemente
inconexos, saltando constantemente desde distintos recuerdos y personas
sin alcanzar a configurar ninguna anécdota o historia cabalmente, un
libro que sorprende por su lenguaje coloquial, a ratos vulgar y porque
asoma en el narrador protagonista una locura contenida con rasgos de
peligrosa inclinación hacia el asesinato.
Poco a poco, sin embargo, uno va comprendiendo que esta fragmentación
del lenguaje, que esta falta de plan narrativo es, precisamente, lo que
hace particular a esta novela y lo que permite vislumbrar un mundo
moderno que, así descrito, nos enrostra e interpela personalmente
respecto de nuestras propias actitudes, tendencias, inclinaciones,
miserias y amores. Hemos construido y vivimos en un mundo lleno de sin
sabores y angustias, donde lo peor de todo puede encontrarse en
cualquiera de los muchos momentos de nuestra vida, hay cosas peores en
nuestra niñez, en nuestra juventud y también en el futuro probable que
se nos proyecta sin cambiar nuestras vidas esclavas de una sociedad
loca, revuelta e implacable.
Novela extraña, pero intensa. Será difícil de comprender por aquellos
que están acostumbrados a una narración lineal y que les cuenta unir
una historia hecha de retazos o parches, armada como un puzle y que en
cada página nos muestra lo peor de nuestras vidas a través de un
narrador protagonista lleno de fallas, un tanto psicopático, inestable y
a veces vulgar y cruel, pero tan protagonista de sus insignificancias
como nosotros mismos.
prof. Benedicto González Vargas
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