Cristo, cerviz de noche, tu cabeza
al viernes otra vez, de nuevo al muerto
que volverás a ser, cordero abierto
donde la eternidad del clavo empieza.
Ojos que al estertor de la tristeza
se van, ya se nos van. ¿Hasta qué puerto?
toda la sed del mundo te ha cubierto
y de abandono toda tu pobreza.
No sé cómo llamarte ni qué nombre
te voy a dar, si somos sólo un hombre
los dos en este viernes de tu nada.
Y siento en mi costado todo el frío,
y en tu abandono, a solas, hijo mío,
toda mi carne en ti crucificada.
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