lunes, 2 de febrero de 2004

Paula, de Isabel Allende

 


(por Ana María Larraín)

Abordar el último libro de Isabel Allende desde un punto de vista estrictamente literario se presenta como una tarea tan inútil como poco justa: su propósito es, por cierto, la catársis de una mujer llevada al límite del sufrimiento ante la irrecuperable enfermedad de su hija, lo cual impulsa a su agente a sugerirle tomar la pluma. No, esta vez, para escribir una novela, sino para encarar el más abrumador de los miedos por la vía vivificante de la memoria.

De esta manera, capa por capa, la afamada escritora chilena se va desprendiendo de las vivencias, recuerdos y leyendas familiares que constituyen tanto su propia historia como la de su hija Paula, armando un relato en primera persona donde el soplo del pasado inmediato intenta energetizar como sea el angustioso presente. El resultado es, muy a lo Isabel Allende, una narración ágil y suelta de cuerpo que engancha sin ningún esfuerzo al lector común. Una crónica periodística más, que -en lo humano- impacta eso sí a cualquiera por los alcances dramáticos de la lucha contra la muerte.

Elementalmente estructurada a partir de la receta de la convergencia bilineal, la búsqueda de la proveniencia e identidad de Paula encuentra su respuesta en la autobiografía de su madre, quien entrecruza la más reciente historia de Chile con una serie de entretelones domésticos revelados sin tapujos, aunque en fuertes dosis de amor, un poco de culpa y mucho de humor. Vistos con los ojos de la narradora, los sucesos colectivos caen, sin embargo, en la explicable superficialidad del clisé, pues no tiene otra función formal -desde luego, muy bien cumplida- que la de entregar el sustrato básico para que los personajes se muevan de un modo simple, ameno y coherente.

Ahora bien, ai algo prueba en otros ámbitos este libro es que como bien lo ha dicho mil veces García Márquez, la realidad supera con creces a la fantasía. En eso, el instinto de observación de la autora muestra su alto nivel de entrenamiento, ya que sabe sacarle partido a las situaciones más ridiculamente cotidianas para mirarlas desde un ángulo revelador. Nada de ello evita, por desgracia, las mil obviedades y lugares comunes de un texto que, lejos de contar con la siempre ansiada originalidad, cuenta a cambio con una atrayente franqueza.

En todo caso -y tal como se manifiesta con evidencia en estas páginas-, es el carácter de la autora, en cada uno de sus matices psicológicos lo que otorga fuerza y fluidez al relato: su alegre aproximación a la vida, su mariposeante (y alardeada) sensualidad, un espíritu aventurero a prueba de balas, el sincero abordaje de las conductas personales y ajenas, el cuestionamiento implícito que se advierte detrás de una serie de frases livianas y panfletarias.

Tal vez en este protagonismo resida, más allá de su valor testimonial, el interés mayor que, no cabe duda, va a sucitar el libro. Porque, a fin de cuentas, en Paula se plasman, con una transparencia casi ingenua, las huellas dactilares de una figura de éxito mundial en las letras, como es en este momento Isabel Allende. Narradora neta, guste o no, harina de otro saco parecería, ante esta publicación, que alguien se pregunte por sus talentos artísticos más certeros y profundos. Aquellos que tal vez, tras la crisis existencial que aquí se sugiere, algún día próximo sean capaces de decirle NO al mercado y asumir con plena responsabilidad estética la necesaria vocación de la escritura.

(Texto publicado originalmente en Revista de Libros, El Mercurio, 25 de diciembre de 1994).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estimado visitante, gracias por detenerte a leer y comentar, en cuanto pueda leeré tu comentario y te responderé.