El 4 de junio de 1926 había nacido en la sureña, fría y lluviosa
ciudad de Nueva Imperial, en la provincia de Cautín, Región de la
Araucanía chilena, uno de los más talentosos poetas chilenos de los últimos años: Miguel Arteche Salinas, quien hoy tomó el rumbo del viaje
misterioso al que conduce la muerte. Interesado desde niño por la
cultura y el humanismo (se encerraba largas horas a leer en la
biblioteca privada de su tío, el cura Gonzalo Arteche), estudia Derecho
en la Universidad de Chile,
aunque no llega a titularse, y Literatura Española en la Universidad de
Madrid. De la tierra hispana, raíz ancestral de sus genes, se trae no solo
el conocimiento académico de las letras ibéricas, sino que también el
amor, pues allá contrae matrimonio con Ximena Garcés, su compañera de
siempre, madre de sus siete hijos.
Tal vez, el hecho más notable de la infancia de Miguel Arteche es la presencia y figura de su tío sacerdote, quien, en parte, asume la imagen
del padre tempranamente fallecido. Su gusto por la literatura española,
especialmente por la del Siglo de Oro, van forjando en el joven la
inquietud y el talento que aflorarían en 1943, cuando empieza a escribir
"en serio", y se verían confirmadas en 1947, cuando aparece La invitación al olvido, su primer libro de poemas, libro bello,
marcado por la riqueza verde de la tierra araucana, por esa naturaleza
tan forjadora de caracteres profundos, por esa frontera en que se
empiezan a fusionar geográficamente las dos patrias, la chilena y la
mapuche. Este libro, catalogado por muchos investigadores, como Andrés
Morales, por ejemplo, como "uno de los más hermosos primeros libros de la poesía chilena", es una obra que no debiera dejar de conocerse, releerse y comentarse. Otros de sus libros memorables son: Oda fúnebre (1948), Una nube (1949), El sur dormido (1950), Cantata del desterrado (1951), Destierros y tinieblas (1963), Fénix de madrugada (1975), Noches (1976), Mapas del otro mundo (1977), Las naranjas del silencio (1984) y Jardín de relojes (2002), entre otros.
Escritor combativo, fue una de las voces críticas del gobierno de
Augusto Pinochet y no tuvo pudores para negarse a firmar el acta del
Premio Nacional obtenido por Raúl Zurita (muy cuestionado en su
oportunidad), para criticar el alcanzado por Volodia Teitelboim o para
enfrascarse en dudar de la validez poética de la antipoesía de Nicanor
Parra. Integró la Academia Chilena de la Lengua en 1983 y en 1996 le fue
concedido el Premio Nacional de Literatura, galardón que le había sido
esquivo, pero que merecía largamente.
Hoy ha partido,
una insuficiencia respiratoria nos ha quitado a un actor cultural de
primera importancia, pero su obra y figura lo siguen situando como un
grande nuestras letras.
Benedicto González Vargas
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