miércoles, 4 de febrero de 2015

Coleccionar cine en tiempos de internet

Suelo ver en televisión algunos de los programas típicos que los coleccionistas de todo tipo de cosas disfrutan con lejana envidia. Programas como el Precio de la Historia, Los Recolectores, Los restauradores, El mejor precio, entre otros, ilustran sobre cómo algunos gringos han hecho de la recolección, restauración y conservación de objetos de interés histórico y cultural, su vida. Sin embargo, en estas series hay un gran ausente, el cine. Probablemente esto se deba a que en teoría existen muchas copias de un filme y en definitiva estos lugares solo coleccionan objetos tangibles más o menos únicos. Lo concreto es que las grandes obras del cine de todo los tiempos no tienen lugar en estas empresas dedicadas al coleccionismo en gran escala.


En mi experiencia de ávido lector de cuanta obra literaria o texto de estudio en el área de las humanidades y la espiritualidad, caiga en mis manos y del buen cine, de ese en el cual un director nos deja pensando, sufriendo o disfrutando de la historia que nos ha mostrado. Hay películas que me gustaría ver o volver a ver y que son difíciles de encontrar. Sin ir mucho más lejos, nunca veremos más de un centenar de películas chilenas filmadas en Antofagasta (la Holliwood nacional de principios del siglo XX), que nadie cuidó de resguardar y que hoy yacen perdidas aparentemente para siempre. Como fantasmas de esta época olvidada están los avisos publicitarios de los diarios de aquel tiempo que invitan a ver dichas películas y que, si tenemos suerte, aparecerá por allí, además, algún comentario o noticia.
Poco y nada llega a nuestro país del cine europeo y para qué decir del cine asiático –donde la India es un superpotencia–, oceánico o africano. Del cine latinoamericano, obtenemos poco y nada. De México, Argentina y Brasil nos llegan algunas de sus más conocidas películas, pero el 90 % son invisibles para nosotros.
Soy de los tiempos en que para ver cine había que ir al cine y elegir alguna de las películas en cartelera, hasta tener dinero para hacer otra visita y otra selección (con lo que uno se perdía muchas películas), si no había muchos recursos, como en el caso de mi familia, habría que esperar que algunos de los pocos canales de televisión exhibiera alguna de esas películas, nunca menos de cinco años después de su estreno. Si uno quería ver un clásico del la época de oro del cine, no había alternativas. Vi por primera vez Lo que el viento se llevó a mediados de la década del 70, cuando tenía unos diez años.
Hasta que apareció el VHS (en rigor, fue primero el Betamax, pero nunca tuve ese aparato en casa) y con la proliferación de los viejos vídeo club de barrio y la complicidad de algún dueño de otro VHS, pude copiar el cine que más interesaba. Era ya avanzada la década de los 80 cuando llegó a mis manos ese aparato prodigioso y así pude ver y grabar Casablanca, Mala semilla y algunos clásicos de Chaplin, Cantinflas y Peter Sellers.
Hacia fines de los 90 descubrí que el nuevo aparato que se imponía era el DVD, las películas se veían mucho mejor, pero ¿que hacer con la ya extensa colección de películas grabadas y adquiridas originales que tenía, especialmente de cine infantil que había atesorado para mis hijas? Decidí guardarlas y encargarme que siempre un aparato VHS en buen estado esté a mi disposición, en estos años ya he cambiado unos tres de ellos y cada vez se hace más difícil encontrar un reproductor en buenas condiciones.
El DVD –cierto es que se ve mejor– nunca me ha gustado mucho porque es riesgoso al coleccionarlo. Basta que se dañe una parte del soporte para que toda la película se pierda, ése es el problema de los archivos digitales. Mis viejos VHS cuando se dañan, no se dañan completos y a veces se puede sacrificar unos pocos segundos de secuencia, cortar y volver a unir la cinta o soportar el fastidioso tracking.
He perdido muchas películas que, dañado el DVD, no he vuelto a encontrar. Aunque actualmente hoy hay una buena oferta de cine clásico en ese formato a bajo precio. Pero, aunque he buscado, no he encontrado Camila, la película argentina que nos narra una historia de amor entre un cura y una joven de la alta sociedad durante la dictadura de Rozas; no he encontrado Memorias de Antonia, la película belga de una mujer feminista en la postguerra, no tengo acceso, aunque la sigo buscando, a alguna copia de Un paso adelante, la serie española que no tiene nada de buen cine, pero que me resulta entretenidísima.
Sin embargo hoy es posible acceder a mucho de eso. Fueron mis estudiantes los que me indicaron los sitios donde podía acceder a cosas tan inencontrables como el primer capítulo de Perdidos en el espacio, allí entendí porque el Dr. Smith estaba a bordo de una misión que no le agradaba, con gentes que no le agradaban. Pude enterarme que John Cannon, el protagonista de El Gran Chaparral llegó con su esposa viva al oeste y falleció en el primer capítulo.
Los canales de cable, la televisión digital y el VOD, permiten también acceder a filmes antiguos y contemporáneos que por diversas razones uno no pudo ver en su momento.
Sin embargo hoy, cuando requiero una película para analizar en clases o disfrutarla en casa, alguno de mis alumnos la baja de internet y me la entrega en archivo digital, pequeñas memorias SD o USB pueden atesorar cientos de filmes. Por supuesto que también se dañan y hay que volver a encontrarlas. La red me permite hoy acceder a mucho cine que no he visto y al que antes no tuve acceso.
Seguiré coleccionando las películas que me interesan –coleccionar es un vicio–, también aquellas que no me interesan tanto y que tal vez por error adquirí. Pero ya sé que la web puede devolverme esas viejas cintas que alguna vez vi en TV o cine o que, tal vez, quise ver y no pude. Que la web me abre espacios para encontrar historias nuevas o antiguas que, junto a los libros, constituyen parte del imaginario de un universo cultural que no quiero perder. Tal vez me demore un tiempo en encontrarIntolerancia una supreproducción muda de principios del siglo XX que fue un fracaso en su época y que vi alguna vez en un festival de cine, pero de seguro, algún sitio web me podrá permitir volver a disfrutarla.
La web tiene cosas buenas y malas, encontrar cine es una de las mejores.
prof. Benedicto González Vargas

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