domingo, 8 de febrero de 2015

Luis Sepúlveda no cree en el fin de la novela (yo tampoco)

Revisando viejos artículos sobre escritores, encuentro un ejemplar del suplemento literario Ñ fechado en Buenos Aires el 12 de julio de 2008. Se trata de un especial sobre el fin de la novela en que se consulta sobre este tema a cinco distinguidos novelistas, entre ellos, al chileno Luis Sepúlveda. Como se trata de un autor importante del medio local y lectura necesaria para mis estudiantes, además del interés intrínseco que tiene esta entrevista, debido al tema que aborda, que tiene que ver con la vigencia del género narrativo más relevante en los últimos cinco siglos, la reproduzco a continuación:

“Tempes Modernes!) sugería eso tan odioso que se llama escritor o intelectual orgánico, sumiso y condicionado. La escritura, o es un espacio de libertad o no es y la vinculación ética del escritor con la sociedad estará, aún pese a su voluntad, presente en su obra.
– ¿Son necesariamente antagónicos literatura y mercado? ¿Qué condicionamientos crea el mercado para el autor?
–Cuando una empresa multinacional propietaria de cadenas de televisión, diarios, radios, revistas y editoriales, sugiere por ejemplo la existencia de “literaturas de mercado nacional”, evidentemente que está colocando a la literatura y al mercado en posiciones antagónicas irreconciliables, y por desgracia ésa es la política que siguen los grandes grupos españoles presentes en América Latina. Los argentinos no saben lo que escriben los uruguayos, los chilenos ignoran lo que escriben los argentinos, etc., etc., porque el mercado ha decidido limitar el acceso de los lectores por una razón muy simple: hay que evitar a toda costa que los ciudadanos lleguen a una definición compartida de lo contemporáneo, de cómo y por qué funcionan así las cosas. Podría pensarse en una paradoja: de esa manera venden menos libros, pero no es así, porque los mismos grupos dueños de las editoriales disponen de una solución que evita el descenso de las ventas. Tienen autores elevados a la categoría de “únicos representantes de lo contemporáneo”. Los avalan premios amañados, disponen de espacios privilegiados en los medios de comunicación del mismo grupo, es decir generan una suerte de omnipresencia que termina por imponer sus libros y basándose en un juicio en el que la calidad brilla por su ausencia. ¿Un ejemplo? No me cabe la menor duda de que un escritor como el uruguayo Mario delgado Aparaín es muy interesante para los lectores argentinos, chilenos y españoles, pero su editorial decidió que sus libros no traspasen las fronteras uruguayas. Y tengo también una certeza total de que autores como Álvaro Vargas Llosa o Plinio Apuleyo Mendoza carecen de cualquier interés, pero ahí están, en las radios del grupo, en los canales de tv, en las revistas y en las librerías de Uruguay, Argentina, Chile y España. El mercado en sí no es el problema. El problema es una concepción del mercado como divinidad.
– ¿Lo audiovisual arrebató el relato a la literatura?
–Yo quiero creer que no es así, pues detrás de cada película hay un texto que se llama guión, y su belleza, independientemente de la calidad del actor, está determinada por el justo y preciso uso de las palabras. Es evidente que las nuevas tecnologías han abaratado los costes de la producción audiovisual y por lo tanto se produce mucho. Mientras más ricos el país, más expresiones audiovisuales produce, pero, curiosamente, aquellas que prevalecen, que quedan en la memoria, son las que “cuentan una historia bien contada”. Cuando llegue el año 2020, el 99 por ciento de las películas y series de televisión vistas en veinte años del siglo XXI serán olvidadas, pero algunas películas permanecerán frescas y hermosas.
–De este modo, ¿vamos hacia el fin de la novela?


–Siempre se profetiza el fin dela novela, la muerte de la novela. Tal vez existan escritores que sostengan eso porque no tienen nada que contar, porque no entienden que, por mucho que les pese, La Boca o Ñuñoa no son Brooklyn, y el dinamismo cultural de Miami no es tal, no existe, es una invención de mercado. Mientras un hombre o una mujer salga a la calle y tenga la aventura de cruzar a la otra vereda, habrá una novela que contar, mientras alguien se aleje voluntaria o involuntariamente de su casa, de su ciudad, de su país, y se enfrente a lo desconocido y a los desconocidos, habrá algo que contar. Mientras el hombre tenga una sola duda, por mínima que sea, habrá algo que contar.

–Hay quienes piensan que fenómenos que se están dando últimamente como el de la autoficción, la publicación de diarios privados y la creciente puesta del escritor en primer plano en sus propias ficciones, constituyen la literatura típica de este tiempo y que eso va en detrimento de la novela. ¿Comparte esa mirada?
–Sostengo que todo es ficción, y no hay mejores ficciones que las memorias. Ese mecanismo que nos permite recordar tiene un orden aleatorio, forma, deforma y reforma los recuerdos. Nadie puede sostener que es enteramente fiel o riguroso con la realidad vivida, pues si lo hace es un marciano, alguien que padece de un problema en las neuronas. Respeto todas las formas de hacer literatura, me agrada leer a escritores como Vila matas que sostienen una mirada literaria…¿del mundo?...no, del entorno que eligieron para vivir y escribir, pero también leo con sumo agrado a otros, a los que se preocupan de hacer un registro literario, por medio de la ficción, de todo aquello que los historiadores de hoy de mañana ignorarán, por ejemplo la corrupción de la clase política en muchos países, los crímenes contra la humanidad incluidos en ellos los atentados contra el medio ambiente, y leo con más agrado aún a los escritores que viajan en el tiempo y toman épocas remotas como centro de tramas que nos permiten entender mejor el presente. No concibo la literatura –la novela, sobre todo– desposeída del gran generador de la ficción.
– ¿Quiénes (autores y obras) siguen para usted el camino posible y deseable para la literatura contemporánea en el mundo y por qué?
–Son muchas y muchos: No se puede entender a la Grecia contemporánea sin leer a Petros Markaris, y al Uruguay sin leer a Mario Delgado Aparaín, ni a la profunda Argentina, que también es argentina sin leer a Eugenia Almeyda, ni a la bronca esperanzada si no lees a Mempo Giardinelli, tampoco entiendes la historia de Mozambique o Sudáfrica si no lees al sueco Henning Mankel, como tampoco podrías entender por qué Italiaes así si no lees a Bruno Arpaia, y es un italiano, Pino Caccuci quien mejor cuenta la frontera entre México y los Estados Unidos.”
Hasta acá llega esta interesante entrevista a Luis Sepúlveda, un escritor que destaca no solo por sus novelas y el imaginario cultural y social que en ellas reproduce, sino por sus fuertes convicciones ecológicas y su franqueza cuando debe emitir juicios.
Prof. Benedicto González Vargas
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