viernes, 23 de febrero de 2018

El fantasista, de Hernán Rivera Letelier

Gracias a la gentileza de mi colega, el profesor de Lenguaje Carlos Núñez Soto, quien tuvo la amabilidad de obsequiármela, hace poco pude leer la novela El fantasista, del escritor chileno Hernán Rivera Letelier. La obra, que viene a unirse a una larga  lista de textos latinoamericanos basados en el fútbol, establece su espacio vital en los últimos días de funcionamiento de la Oficina Salitrera Coya Sur, en el norte de Chile.

La novela transcurre en medio de la expectación poco feliz de los pobladores del campamento Coya Sur que ya han sido notificados del cierre de la planta, lo que convertirá a su pueblo en otro asentamiento fantasma, uno más de los cientos que hay en el desierto chileno, otrora repleto y bullente de vida gracias a la actividad del salitre. Por otra parte, no puede faltar en el contexto la sombra de la caída del régimen de Salvador Allende, a manos de los militares chilenos, lo que se manifiesta en pequeños, pero significativos  detalles como la amenaza al protagonista de la historia, por parte de los carabineros del lugar de acusarlos de subversivos o la poco querida figura del intendente regional, un militar de apellido Mortiz (que alude, indudablemente al personaje radioteatral el siniestro doctor Mortis).

En ese contexto, tendrá lugar el último partido oficial de la Selección de fútbol de Coya Sur, los llamados comemuertos, por tener en el pueblo uno de los principales cementerios de las salitreras. Y el rival es nada menos que la Oficina Salitrera María Elena (que aún sigue funcionando en nuestros días), apodados los cometierra, por el nocivo polvillo permanente del procesamiento del salitre efectuado en sus instalaciones. Este partido es un clásico salitrero y, por lo demás, los surcoyinos no lo han ganado muchas veces. Poco antes del partido, aparece en Coya Sur un personaje desconocido, vestido con los colores del club profesional Green Cross de Temuco, llevando una hermosa pelota oficial y haciendo con ella todo tipo de lujos deportivos. El apetito de los dirigentes locales se abre al ver al fantasista y ya se imaginan a Expedito González -nombre de este talento del fútbol- jugando por su selección. De tal manera que los dirigentes deportivos de Coya Sur y los propios jugadores seleccionados inician una campaña con sabrosos argumentos para convencer al fantasista de vestir sus colores en el partido final contra el rival más clásico y odiado del norte pirquinero. Lo que no saben los entusiastas dirigentes (y González lo oculta lo más que puede) es que una grave malformación le impide jugar al fútbol y, por lo mismo, el fantasista nunca ha jugado un partido (ni sabe cómo hacerlo), pese a ser un talento de técnica exquisita y una verdadera enciclopedia andante de datos futbolísticos.

Sin embargo, debido a diversas vicisitudes, donde no faltan los encuentros y desencuentros amorosos, González jugará el último partido de este clásico que, paradojalmente, será también el primero y último de su vida.

Mención aparte es el personaje de Cachimoco Farfán, una suerte de enajenado mental que oficia de relator radial con un tarro de lata perforado por micrófono y que, impensadamente, sabe mucho de medicina, pues estudió la carrera en la universidad antes de trastornarse. Un par de acertados diagnósticos en el transcurso de la novela, dan cuenta de su gran conocimiento médico.

Desde la Teoría Literaria, cabe destacar la función del doble narrador, el principal, testigo, aunque con bastante conocimiento de los hechos narrados y el otro, el más pintoresco, el relato de Farfán que sirve como narrador estructurante de la novela, pues se constituye en el hilo conductor y en la voz que usa Rivera Letelier para configurar de mejor modo el mundo mítico-maravilloso que levanta para relevar la vida en las oficinas salitreras y justificar esa nostalgia del terruño perdido que envuelve a todo pampino que vivió la experiencia de afincarse en alguno de estos pueblos.

Novela entretenida, como todas las de Rivera Letelier, que enlaza con otras obras de su autoría, como La reina Isabel cantaba rancheras y pasa a constituirse de tal modo en un eslabón más en la larga cadena de relatos del autor que reconstruyen el imaginario cultural, social, laboral, político y humano de lo que fue la vida de los pampinos dedicados a la extracción del salitre a fines del 1900 y durante toda la primera mitad del siglo XX. 

prof. Benedicto González Vargas 

(Gracias por pinchar la publicidad adherida a este blog)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Estimado visitante, gracias por detenerte a leer y comentar, en cuanto pueda leeré tu comentario y te responderé.