por Sandro Barrella
Del excepcional poeta francés
(1923 - 2016) se publica Juntos todavía, su última antología de versos.
Como una extensa jornada
que el ensueño protege de la fragmentación signada por el paso de las horas,
una larga jornada que es a la vez duración y acontecimiento, y tanto evoca el
dinamismo de lo vivo en la naturaleza como las imágenes fijas en un tapiz o un
cuadro. Así puede leerse Juntos todavía, obra final de Yves Bonnefoy.
Un día en la vida del poeta, un día que es toda su vida,
contenida y desplegada en cada recuerdo que constituye no sólo el testimonio de
una experiencia, sino también, y sobre todo, la afirmación de la poesía como el
punto de encuentro o lugar de residencia de lo real. Así, el regreso, más de
medio siglo después, a la casa de campo en los veranos de la infancia,
concentra la unidad del instante, en el que conviven el tiempo remoto y el
hecho reciente.
Bonnefoy realiza en el poema lo que Gastón Bachelard –con quien
realizó estudios de filosofía– celebra como pensamiento en La poética del espacio: “Si nos preguntaran
cuál es el beneficio más precioso de la casa, diríamos: la casa alberga el
ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz.
Entonces, los lugares donde se ha vivido el ensueño se restituyen por ellos
mismos en un nuevo ensueño. Porque los recuerdos de las antiguas moradas se
reviven como ensueños, las moradas del pasado son en nosotros imperecederas”.
La procedencia de los textos que dan forma al libro es diversa,
y abarcan los últimos años de vida del poeta. La sección primera comparte el
título con el volumen y es inédita. El resto de las partes fue publicado
previamente en ediciones especiales de alcance reducido (“La osa mayor”,
editado en 2012, tuvo una tirada de diez ejemplares), o bien en revistas, o,
como es el caso de “Nisidia”, hermoso poema escrito tras su visita a la prisión
de menores ubicada en la isla del mismo nombre, que fue publicado en Nápoles en
un volumen colectivo, e incluido aquí en la sección llamada “Briefwege”.
Como sea, el ensamble no obedece a capricho; el libro tiene un
centro de gravedad que lo ordena y fija un espacio de lectura: el diálogo del
poeta con el tiempo vivido, sus lecturas, pasiones, las voces con las que
entabla conversación. Podría decirse que en cada pieza suena el eco de este
verso del poema que abre el libro: “Me acuerdo, pero ¿qué es recordar?”. Yves
Bonnefoy responde de manera oblicua cada vez que sugiere una inmersión en las
visiones que el tiempo ha decantado, y él convierte en imagen poética.
Recordar, para el poeta, equivale las más de las veces a la
abolición del tiempo sucesivo, pura ilusión frente al devenir de la existencia:
“Rápido el crecimiento de la nada en el reloj de arena./ La memoria es ese
pozo. Alrededor, el verano”. Y agrega: “La sonrisa de hace tantos años en esta
noche”.
La imagen ha liberado su potencia, el presente retiene cada
punto de esa línea invisible en la que están inscriptos los saltos, las
rupturas, las continuidades del acontecer, y forman los recuerdos que aparecen,
se funden, se desvanecen y vuelven a surgir transformados, como en un teatro de
sombras: “Tomé la copa con las dos manos, las humaredas de su profundidad se
hacían espesas, me impedían ver adónde me dirigía, ahora en esta noche; y no sé
por cuánto tiempo tendré que llevarla, antes de golpear con la rodilla tal vez
una mesa baja”.
El libro de Bonnefoy oficia a su vez como recuento y
celebración. Evoca de manera más o menos velada, más o menos evidente, a los
poetas amados: Mallarmé, Rimbaud, Shakespeare; señala la persistencia de su
pasión por la pintura.
En la sección que dedica al pintor Jacques Truphémus la imagen
plástica se espeja en el paisaje, el espacio pictórico se funde con el mundo
circundante en un juego en el que la luz y los colores deciden el destino de
las cosas: “Muestra con tu pincel esa sombra en la hierba,/ Devélanos el ser
sencillo del signo:/ Este sueño, no, ese oro,/ Que convierte lo que fue en lo
que permanece”.
Juntos todavía es, no la culminación de una obra sino una
estación más, acaso un legado, pero entendido bajo la cifra que el propio poeta
señala: “¿Qué tengo por legar? Lo que deseé,/ La piedra caliente del umbral
bajo el pie desnudo,/ El verano erguido sobre sus aguaceros repentinos,/ El
dios en nosotros que no habremos poseído”.
publicado originalmente en Revista Ñ, 4 de noviembre de 2020
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